Hay que tomar una decisión
A finales de enero de 1880 Rafael cesa en su anterior destino, pasando entonces a la situación de reemplazo con la misma residencia; posteriormente es autorizado a trasladar su domicilio a Madrid, manteniendo la misma situación. Han pasado casi cuatro años en Zaragoza, fuera de su ciudad natal y durante ese tiempo las cosas no debieron ir tal como se habían imaginado. Finalizaba el año cuando Rafael, que ya debe tener tomada la decisión de abandonar el ejército, se traslada a Alcalá la Real (Jaén) donde le han ofrecido desempeñar el puesto de agente del Banco de España, para lo cual obtiene de las autoridades militares el oportuno permiso de residencia. En marzo del siguiente año pasa a la situación de supernumerario sin sueldo por el término de tres años «a fin de dedicarse a asuntos de familia», obteniendo seguidamente autorización para residir en Pinto, una pequeña localidad del sur de la provincia de Madrid, donde el matrimonio ha construido una vivienda que, aunque alejada de la capital, está bien comunicada por ferrocarril, pues se halla situada en las proximidades de la estación del ferrocarril Madrid-Aranjuez.
En algún momento de su corta convivencia en común pudo tener lugar el episodio que Patricio Adúriz publicó en 1969, tras haberlo recogido de Aquilina Rodríguez Arbesú, una mujer que había conocido a la escritora. Parece ser que en cierta ocasión Rosario se traslada a la ciudad donde, por cuestiones de trabajo, residía temporalmente su marido. Al preguntar por él en la recepción del hotel recibe una sorprendente respuesta: «Acaba de salir con su esposa». Todo se acabó entonces. Los cambios de residencia y de trabajo parece que obedecieron a los acuerdos que toma la pareja después de que se hiciera evidente que el marido había roto el compromiso de fidelidad mutuo realizado pocos años antes. Rosario nos da alguna pista al respecto cuando, refiriéndose a esta época, señala: «Impuse al matrimonio la condición expresa de vivir en los campos, pues nada me importaba que el hombre corriese al placer ciudadano, si era respetado mi aislamiento campestre; » ( Avicultura femenina ⇑). Por aquel tiempo, Rafael queda desligado temporalmente del Ejército, siendo nombrado visitador de Agricultura, Industria y Comercio, además de miembro del equipo responsable de la Gaceta Agrícola, una publicación que desde 1876 edita el Ministerio de Fomento para divulgar entre los agricultores los nuevos avances técnicos y en la que Rosario de Acuña publicará algún artículo, como, por ejemplo, Influencia de la vida del campo en la familia (⇑).
El nuevo trabajo de Rafael, más próximo a las expectativas vitales que alberga Rosario, y el alejamiento de la ciudad parecen acercar de nuevo a la pareja, que en el verano de 1881 emprenderá un largo viaje durante el cual visitarán diversos lugares de España y Francia, para el cual obtuvo la pertinente licencia de los mandos militares. Pese a lo que parecen intentos de normalizar la relación, las cosas no acaban de ir bien entre ellos y poco tiempo después del regreso se producirá la ruptura definitiva del matrimonio. En el mes de enero de 1883 la escritora, y campesina, recibe un duro golpe al producirse el fallecimiento de su padre. En ese mismo mes Rafael cesa en su puesto en el ministerio de Fomento; a partir de mayo se encuentra residiendo en Badajoz, donde desempeña el puesto de jefe de la Sección de Contribuciones de la sucursal del Banco de España, mientras su mujer continúa en la casa de Pinto. Ya no volverán a estar juntos. Cabe pensar que la ruptura del matrimonio ya era un hecho y que Rosario prefirió aguardar para evitar a su padre, que había sido jubilado en mayo de 1878 por enfermedad, el disgusto. Su fallecimiento habría desencadenado la definitiva ruptura de aquél matrimonio que, al parecer, languidecía desde hacia algún tiempo por la supuesta infidelidad del marido. Hacia ahí apuntan los comentarios de algunos autores (Adúriz, Simón Palmer, Pérez-Manso), aunque es posible que hubiera también otras razones, a juzgar por los comentarios que realiza la propia escritora en Hipatia, un largo trabajo publicado en varias entregas en el periódico alicantino La Unión Democrática:
Un alma como la suya, gemela en el amor hacia todas las lealtades, y de la cual había brotado íntegro y completo su espíritu y su cuerpo, el alma de su padre, hundiose en el sepulcro, viniendo a extender la sombra de todas las amarguras sobre su triste vida: estaba sola; enfrente rugían los contenidos odios de los heridos en sus vanidades por la altivez de raza y la independencia de carácter de la huérfana, y el hielo de un escepticismo ignorante era el único baluarte para defenderla. Todo fue hecho como la maldad lo imponía, y ofendida en su lealtad de mujer honrada, ultrajada en su dignidad de alma libre humillada en sus aspiraciones de inteligencia pensadora
Sea como fuere, a Rosario de Acuña no le queda otro camino pues, como antes comprobara Emilia Pardo-Bazán, la sociedad y las leyes que la regulan favorecen claramente al marido. Si la escritora coruñesa se encontró con que la legislación permitía que su marido no consintiera que publicase, la madrileña se topó con unas costumbres y una normativa que era benévola con la infidelidad o la intransigencia del marido. La ley de 1870 que regulaba el matrimonio, aunque no estaba vigente en algunos aspectos para aquellos que habían sido celebrados según los cánones católicos, establecía una clara distinción entre los esposos en cuanto a las causas de separación («divorcio» se denomina en el texto legal, aunque no llevaba aparejada la disolución del vínculo): en el caso de la mujer bastaba con que hubiera adulterio (art. 85, 1ª), en cuanto al marido, se necesitaba que éste ocurriese con «escándalo público o con el abandono completo de la mujer, o cuando el adúltero tuviese a su cómplice en la casa conyugal» (art. 85, 2ª). Si un tribunal civil tuviese que atender su demanda de divorcio-separación, no lo tendría nada claro. Además, tampoco cabía esta opción pues, como se ha visto, desde 1875 los matrimonios celebrados canónicamente dependían de la jurisdicción eclesiástica. Así las cosas, la mejor solución fue aquel acuerdo de separación.
Una mujer separada
Rosario de Acuña Villanueva, oficialmente casada, vivió lejos de su marido primero en Pinto y luego en tierras cántabras. Rafael de Laiglesia y Auset residirá en diversas localidades españolas a las que es sucesivamente destinado por el Banco de España: a finales de 1884 abandonará Badajoz para desempeñar el puesto de delegado en Albacete; a principios del ochenta y siete se convertirá en el director de la sucursal de Guadalajara; y en noviembre de 1890 lo será de la de Alicante, en donde permanecerá hasta su fallecimiento ocurrido el 16 de enero de 1901. Según recoge el certificado correspondiente, una gastritis hemorrágica acabó con su vida de manera prematura, cuando estaba a punto de cumplir los cuarenta y siete años. La noticia, que fue ampliamente comentada por la prensa alicantina, llegó al fin a Cueto, localidad cántabra donde por entonces residía la que había sido su mujer, y, desde ahora, su respetable viuda. Iniciados los oportunos trámites administrativos, el diez de enero de 1902 la Sala de Gobierno del Consejo Supremo de Guerra acuerda que «su viuda, como comprendida en la Ley de 22 de julio de 1891, tiene derecho a la pensión anual de mil ciento veinticinco pesetas», la que correspondía de acuerdo con el Reglamento del Montepío Militar a familias de Comandantes en actividad, situación que disfrutaba el causante cuando falleció. La resolución concluía señalando que «dicha pensión debe abonarse a la interesada mientras permanezca viuda por la Delegación de Hacienda de Santander desde el siguiente día al del fallecimiento de su marido».
Nota. En relación con este tema se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)
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