Lentamente, como marea que sube en olas monstruosas, invadiendo bahías, recodos, arrecifes, ensenadas, escolleras, playas y cavernas, el ansia de las reivindicaciones de la especie humana una e indivisible, va ascendiendo, desde los fondos sociales y anega leyes, costumbres, privilegios, tradiciones, religión, clases, razas y naciones, segura de que las más altas cumbres de la sociedad serán al fin socavadas por la fuerza de las rompientes que baten ya sus cimientos de cieno y sangre.
Todo anuncia la aurora del gran día, del primer día, en que la racionalidad humana consciente de su poder, enamorada de la verdad, sumisa a las leyes del Hacedor, vencedora del dolor por la Ciencia, dominadora de la muerte por la fe; reverenciando al alma, no como servidora engendrada por la materia, sino como destello de la divinidad, impulsor de la fuerza en el tiempo y en el espacio; mirando frente a frente a la vida, al pasado y al porvenir, a lo conocido y a lo ignorado; triunfadora de la pasión por la inteligencia y del odio por el amor, eleve en el concierto de la armonía universal, el primer grito de la felicidad terrena, la primera hora en que el sol de la fraternidad alumbre a los hombres con destellos inmortales.
De todas partes llegan los vientos purificadores que anuncian el amanecer; esta vieja civilización, podrida hasta los tuétanos, siente resquebrajarse la piedra angular que durante miríadas de años (el tiempo preciso para que la minoridad de la inteligencia adquiriese su madurez) ha sido el fundamento de su organismo; Haces apretados de hombres sienten ya en sus mentes y en sus corazones el latido de la razón adulta, y unidos, acaso muchos de ellos sin la conciencia exacta de su labor inmensa, empujados por el acicate de la justicia, que ha logrado al fin clavarse en el alma de la especie y que les hace mirar el lejano ideal como próxima dicha y las presentes tribulaciones como baladíes contratiempos, avanzan, y avanzan, sumándose a cada paso en nuevas legiones, acreciendo a cada hora su formidable empuje.
Todo el pasado se arremolina ante la vanguardia acosadora de estas huestes proletarias que enarbolan los grandes emblemas de la verdad, la razón y la justicia. El mundo, acotado en naciones por la secular ley de castas, tiembla y se estremece de coraje al mirar a estas masas hollando los más arraigados privilegios, las más prestigiosas costumbres, las más sagradas leyendas. En todos lados el egoísmo, erigido en soberano, pretende hacerse víctima para, en último extremo, detener por la compasión el paso que al fin ha de aplastarle y la civilización, esta falsa civilización que nos seduce con sus deslumbrantes progresos mecánicos, mientras nos repudre con todas las bastardías de la sensualidad y la soberbia, se revuelve, como bestia aherrojada, al sentir el látigo de la vanguardia proletaria que va domando, una por una, sus fierezas estúpidas.
Todas las bellas farsas que sirven de baluartes a esta civilización van sintiendo las grietas que las abre la piqueta demoledora. La mentira religiosa que de tal modo embrutece al hombre al fingirle un Dios hecho a su imagen; la mentira política que ofrece el endiosamiento de unos pocos sobre la sumisión de muchos; la mentira económica dando valor, y facultad de producir, a un pedazo de oro; la mentira familiar haciendo honorable la dudosa legitimidad paterna, y desprestigiando la indudable legitimidad maternal; la mentira sexual que legaliza con fórmulas ridículas la unión de los sexos, violando, así, las leyes de la naturaleza Las mentiras todas que informan, dominan, rigen, sostienen, embrutecen, sustituyen, pervierten y corrompen nuestras generaciones, nuestros sentimientos, nuestros hogares, nuestras almas y nuestros cuerpos, nuestros ideales y nuestras acciones todo el enredijo de infames mentiras que nos rodea y asfixia, como asquerosa maraña tejida por arpías, atándonos y retorciéndonos indefensos y quebrantados al potro del dolor, y haciendo de la vida humana una etapa de angustias y desesperaciones que acorta sus días y esteriliza su labor, se están ya bamboleando a los golpes de maza que las legiones proletarias asestan al milenario organismo de la sociedad actual.
Asia (China, Japón, los archipiélagos oceánicos), las dos Américas, África y Australia, levantas sus frentes despertando al primer destello del astro que ha de lucir en las edades de la futura humanidad, y la vieja Europa, este suelo amasado con sangre y lágrimas de esclavos, este pedazo de la tierra donde se fue cristalizando entre los mayores tormentos, y por las corrientes emigratorias las civilizaciones de Asia y África, la potencia intelectual de la especie humana, se levanta poderosísima, ofreciendo a las huestes emancipadoras una lucida y brillante pléyade que tremola del polo al ecuador, la enseña de la solidaridad
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¡Proletario, del mundo! El polvo de nuestros huesos estará mezclado con la tierra cuando se haya conquistado para la especie racional la felicidad por el amor, la verdad y la ciencia; mas ¡qué importa si nuestras mentes vislumbran ya la aurora de ese glorioso día que señalará la edad adulta de la razón del hombre ! ¿Acaso es tierra el centro de las almas ? ¡Nuestras almas verán, en el lejano porvenir, lo que hoy presienten, y con el perfume de las flores que se nutran de nuestros despojos, ascenderá a lo infinito la visión de la dicha terrena, conseguida por vosotros al asentar, en estos crueles días del presente, los cimientos del reinado de la justicia y del amor!
Rosario de Acuña y Villanueva
29 de abril de 1910
El Noroeste, Gijón, 1-5-1910
Macrino Fernández Riera, Rosario de Acuña en Asturias, Gijón, Ediciones Trea, 2005, pp. 151-152
Nota. En relación con el contenido de este escrito se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)