A la memoria de mi inolvidable amigo
el doctor Delgado y Jugo
Si en la historia de la humanidad hay páginas donde queda grabado el nombre del poeta, del escultor y del guerrero que levantaron su arte a sublimes regiones, serían injustos los hombres desterrando al olvido la memoria del sabio que plegó las cualidades de su inteligencia en los abismos profundos de la organización humana con el sólo fin de arrancar a la vida las parásitas moléculas que desgastan sus fuerzas.
Cúbrase de laureles la tumba del ser que modeló los dulces acordes de la poesía, dejando en su patria ecos gloriosos de inmortales cantos; levántense sobre pedestales de pórfido las obras maestras del artista que dejó en el mármol su estudio de la naturaleza y admírense esculpidas en bronce las hazañas del héroe; pero no se pierda en el pasado el nombre ni la fama de aquel cuya juventud se pasa al lado de la muerte, tratando de descubrir alguno de sus secretos para dejarlos explicados a la posteridad, que, gracias a su estudio, cuenta comerciar nuevos medios de combatir las pertinaces dolencias de los hombres.
Delgado ha muerto, dejando arraigada en nuestra patria la semilla de un arte elevado por él hasta lo sublime; de un arte, acaso el más difícil escollo de la ciencia médica, que con tantos escollos cuenta. Gracias a él, la juventud que le rodeaba posee las teorías que le dieron tan prodigiosos resultados en la práctica de su profesión, y, gracias a él, muchos cientos de seres humanos contemplan atónitos las maravillas de un mundo desconocido para ellos, hasta que su inalterable mano desgarró el velo de sombras que los envolvía.
Delgado ha muerto, y yo fuera una ingrata si no hiciera brotar de lo íntimo de mi alma algún eco triste y cadencioso que interpretara, al par que mi dolor, el religioso pesar de la ciencia, que ceñida de negros crespones llora junto al sepulcro del que penetró en algunos de sus misteriosos arcanos. Llegue, pues, el canto de mi lira donde mora su alma, sirviendo en la tierra como un sencillo recuerdo a su memoria.
Rosario de Acuña y Villanueva
Madrid y agosto de 1875
La Iberia, Madrid, 31-8-1875
Notas
(1) El texto iba seguido de una poesía dedicada al doctor Delgado (⇑).
(2) Francisco Delgado Jugo había nacido en Maracaibo (Venezuela) en 1830. En París concluyó sus estudios de medicina, especializándose en el campo de la oftalmología. A principios de los años sesenta se estableció en Madrid, donde puso en marcha una clínica. A finales de esa década, el Ayuntamiento de Madrid le encomienda la dirección de una consulta especial de enfermedades de los ojos que había creado en una de las casas de socorro que funcionaban en la capital. Unos años después pasará a dirigir el Instituto Oftálmico. Es de suponer que él fuera uno de los especialistas (además del doctor Albitos, que fue quien la intervendría quirúrgicamente) que atendieron a Rosario de Acuña a lo largo de la penosa
(3) En relación con este artículo se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:
172. De médicos y enfermedades
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)