Honrándome en extremo las atenciones que tiene conmigo la redacción de El Cantábrico voy a corresponder, en la medida de mis fuerzas, como es de bien nacidos, a semejante favor, empezando una serie de artículos, que denomino Conversaciones femeninas por nombrarlos de algún modo, pues en ellos voy a intentar exponer todo cuanto se relaciona con el ABSENTISMO, o sea la costumbre arraigada en nuestra sociedad de preferir la vida ciudadana a la vida en el campo.
Toda esta serie de artículos que hoy emprendo, y cuya publicación queda a voluntad de mi noble amigo señor Estrañi, están dedicados, única y exclusivamente, a las mujeres montañesas; mas antes de entrar en el asunto voy a permitirme algunas palabras de preámbulo.
Sería alarde de falsa modestia decir que soy ignorante en el asunto que voy a tratar; confieso humildemente que siempre fue el placer de mi vida el estudio de todo cuanto se relaciona más o menos con las ciencias naturales y he procurado, con toda mi voluntad, cultivar mi inteligencia por cuantos medios estuvieron a mi alcance; y acaso en esto entre también la herencia, pues nieta de un famosísimo médico y naturalista, el doctor Villanueva, que estudió medicina en Alemania y mereció valiosos premios como horticultor en exposiciones agrícolas de Francia e Inglaterra, a su lado, e inspirada, como digo, por la ley de herencia, adquirí conocimientos fisiológicos y naturalistas en edad en que apenas la mujer tiene otra pasión que las muñecas; mas si todo esto es verdad, también es verdad que a mi pluma no la mueve la ciencia, pues en realidad solamente soy una platónica enamorada de la Sabiduría.
Considero que hay en la Montaña personalidades verdaderamente eminentes en ciencias naturales y sus derivados (que son la raíz del absentismo) y me apresuro a rendir el primer homenaje de mi admiración y mi respeto, entre los naturalistas, al señor don Augusto G. de Linares, honrosa entidad en la agrupación de nuestros sabios, y entre los avicultores al señor don Pablo Lastra y Eterna; y como de avicultura llevo algo escrito y como aún he de tratar del asunto, aprovecho esta ocasión para reconocer en el señor Lastra preeminente en esta ciencia, pues con sus escritos sobrios y técnicos, puede hacer de Castelló montañés, es decir, de autoridad irrebatible en avicultura, que resuelve, con sus lecciones y consejos, todos cuantos conflictos padezcan los que a la avicultura se dediquen, guiándolos científicamente hacia todo mejoramiento en el asunto; hagamos, pues, de su apellido un lema; sea la Eterna providencia de todos los que en familia nos dediquemos a criar aves.
Conste, pues, que en esta serie de trabajos, aunque ha de tratarse de la Naturaleza e incidentalmente de avicultura, no ha de haber ni asomo siquiera de una enseñanza científica, pues en ambas ciencias apenas si sé deletrear y ni mi condición femenina, ni mi cualidad de escritora en esta patria medioeval que apenas ha salido del feudalismo con respecto a la mujer, me permitiría lucha alguna con personalidades científicas masculinas; desde luego me daría por descalabrada.
Después de las anteriores palabras, que ruego tengan muy en cuenta cuantos se dignen pasar la vista por lo que diré, voy a dirigirme resueltamente a vosotras, mujeres hermanas mías, y con la posible sencillez, con todo mi corazón en la mano voy a conversar con vosotras sin ánimo (¡Dios me libre!) de poner tampoco cátedra para vuestras inteligencias; mis palabras van a buscaros sin el ánimo siquiera del consejo; son una comunicación, una comunión que voy a realizar entre vosotras y yo, mostrándoos cuanto experimentalmente haya conseguido aprender en el hermoso amor a la Naturaleza; y voy a demostrarlo por varias razones (ya veis que me duelen prendas). Primera: porque en la inmensa gratitud que siento hacia esta tierra montañesa por la salud que le debo y por la hospitalidad que merecí de sus habitantes, mi alma, agradecida, quiere demostrar de algún modo su agradecimiento. Segunda: porque en el hondo dolor que me causa la contemplación de la mísera decadencia patria, quisiera, de alguna manera, contribuir a levantarla en la senda del Trabajo y de la Virtud, única que lleva al engrandecimiento. Y tercera: porque creo firmemente que uno de los factores esenciales de la regeneración española estriba en elevar el nivel físico, moral e intelectual de las almas femeninas, de modo que en vez de hundirse cada vez más en el abismo de las inutilidades, de las esclavitudes, de las supersticiones y de las ignorancias, vuelvan el rostro y la voluntad hacia el sol del verdadero progreso que ilumina en otras regiones los destinos humanos.
Y me dirijo también, especialmente, a las mujeres montañesas porque yo que atravesé mi patria en todas direcciones, al paso de manso corcel andaluz, sólo aquí en esta región cántabra que se extiende desde cabo Higuer hasta Finisterre, hallé en las almas femeninas cierto destello de amor a la Naturaleza, que, aun envuelto en frías cenizas, podría, si lo aireasen las brisas de voluntades inteligentes, encender, en los corazones de mis hermanas, la hoguera sagrada, cuyos efluvios templarían los desiertos de las infelicidades humanas.
Por todas estas razones principales me dirijo a vosotras. ¡Ojalá mis palabras lleguen a vuestro corazón por el camino de la simpatía! ¡Ojalá en vuestra hermana, en vuestra amiga, no veáis, por los genios del mal inspiradas, ni a la bachillera, ni a la superior; manera de mirar muy segura para que muerda en vuestras inteligencias la funesta envidia! ¡Ojalá al terminar estas conversaciones el dulce afecto entibie con sus brisas de confianza nuestros cerebros, de modo que, desde los vuestros al mío, quede establecida en ondas invisibles la asimilación de las ideas, el acorde de la voluntad!
Nada importa que mi persona os sea desconocida; sobre todo el edificio de nuestro organismo, dominándolo como la esencia de sus más ocultos rincones, surge y se levanta sobre nosotros mismos la fuerza luminosa de nuestro pensamiento, el poder soberano del alma; en ella radican todas las excelencias de nuestro ser, desde la idea que asciende a la Divinidad, hasta la voluntad que realiza el trabajo; en ella, como en arca diamantina, se guardan los dones de las virtudes racionales; en ella vibran y evolucionan todos los altruismos capaces de cambiar los áridos campos del dolor en floridos vergeles de ventura
Vais a tener con vosotras mi alma; dejad en la sombra, en el silencio, en la oscuridad mi persona; haciéndolo así llenaréis de alegría mi vida; además, para nada útil, absolutamente para nada, necesitáis conocerme Unas últimas palabras:
Alguna vez, en el transcurso de este trabajo, os hallaréis con la acritud de la frase, con la dureza del concepto; es posible que la verdad, con la altivez que la caracteriza, se presente a vosotras hiriendo, con sus desnudeces, la rutina de vuestras costumbres; miradla de frente; su hermoso desnudo deleita el corazón sin perturbar los sentidos; que vuestras virtudes la envuelvan en cendal transparente, incapaz de amenguar su belleza, dispuesto a prestarla mayores encantos; en cuanto a mis frases, vedlas brotar del alma amiga, del alma hermana, inspiradas por el amor, no por el odio, surgiendo de mis labios, no para llenar de amarguras vuestro corazón, sino para ser acicate de vuestra voluntad, ni un solo pensamiento hostil a vosotras llevarán mis palabras; acres, duras o fustigantes, de todos modos, en ellas va engarzado mi vehemente deseo de llevaros hacia la felicidad Que así os conste.
Empezaremos nuestras Conversaciones en el próximo artículo.
El Cantábrico, Santander, 19-2-1902
146. Sus amigos de Cantabria
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)