Vengo leyendo El Ideal con gran atención. Veo, a través de sus páginas unos corazones enérgicos, unas voluntades firmes, unas mentes luminosas. A veces oigo, entre las frases de sus artículos, el eco de una tempestad que se acerca; formidable, asoladora, terrible, pero de la cual puede surgir una patria salvada de la podredumbre, cieno y la maleza que la desmenuza, la hunde y la esteriliza.
¿Cuándo unen esos varones fuertes de alto mirar y hondo sentir a las mujeres suyas en la labor reconstructora de España? Dedíquense alguno de ustedes a conquistarlas para la santa causa; miren que el enemigo no duerme y aprieta las mallas de las redes en que las tiene envueltas. Todas ellas, salvo excepciones, están sugestionadas por el clericalismo, que las consuela de los desdenes espirituales de los hombres llamados liberales; que les ofrece, para después de una vida de sacrificio, una suma de felicidad como no saben ofrecérsela ni los republicanos, ni los librepensadores, ni los racionalistas; y, sin ellas, toda la valentía del corazón y toda la brillantez de la inteligencia caen en el vacío y la negación.
La Humanidad vuela con dos alas; una es la mujer, otra es el hombre. En vano es que el hombre suba y abarque horizontes, si la mujer desciende y se hunde en el agujero. La Humanidad girará torcida, en círculo vicioso, sin adelantar un solo espacio en el camino del porvenir. La mujer es el baluarte de la Iglesia; detrás de ella está defendiendo sus últimos privilegios, sus últimas riquezas, sus últimos poderes. La mujer educa al niño; cuando este sale del hogar, donde la mujer reina y gobierna (aun a pesar del hombre), cuando el niño sale a manos del maestro ya lleva en su cerebro impresa toda la evolución religiosa del alma. Si se le hizo religioso de la naturaleza, de sus leyes y hermosuras, de la fraternidad universal, del sentimiento de solidaridad y de concordia entre los hombres, el niño será racional. Si se le hace supersticioso, creyente en fantasías, adorador, porque sí, de lo que porque sí adora y cree la mujer, el niño sacará del hogar una levadura de errores y egoísmos que le costará gran trabajo agotar durante toda su existencia; sin que las más de las veces el esfuerzo propio baste a purificarle; y vivirá, y llegará a la muerte, dañado irremediablemente para toda labor altruista y progresiva.
Conquistad a las mujeres, incorporadlas a vuestra lucha admirable. Los tiempos no son para andarse en remilgos. Es menester que todos hagamos una patria nueva sobre los escombros en que se desmenuza la vieja patria. Caminemos, hombres y mujeres, cogidos de las manos hacia los horizontes en donde, iluminados por la tea de la guerra, santificados por el raudal de lágrimas y dolores en que está sumergida la Humanidad, podremos encontrar, si sabemos estar unidos fuertemente, los umbrales de una España culta, generosa, rica, gloriosa, como tiene derecho a ser esta patria donde nacimos, hija del sol, amada del mar, llevando en sus entrañas todas las riquezas que puede donar la Tierra.
Rosario de Acuña
Gijón, 4 de junio de 1917
Nota. En relación con el contenido del presente escrito se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:
165. Jóvenes y... jóvenes
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)