No hay espectáculo más soberanamente hermoso que ver a los hijos del pueblo ansiosos de ilustrarse, de elevarse, de levantar la frente desde la ergástula de la ignorancia a la serena y amplia región de la sabiduría; porque hay que desengañarse: «La liberación de los trabajadores ha de ser obra de ellos mismos».
¡Cuando se ve qué sumas de energía pierden los hijos del trabajo en las tabernas, en los necios juegos, en las feroces disputas de carácter sexual, en diversiones soeces o sangrientas, el alma desmaya y entristece! ¡Cuando se contempla un centro de cultura donde se aprende a leer, a escribir, a razonar, la inteligencia se estremece de esperanza! Pues en vosotros, solo en vosotros, estriba que el porvenir sea de luz o de sombra.
No es posible ninguna evolución hacia la mayor suma de felicidad sobre mayor número de seres esparcida, sin que en el alma de las masas prenda el fuego de la cultura; y el hombre y la mujer, sin saber leer, sin saber escribir, sin saber contar, sin saber lo que representan las palabras que oye y pronuncia, sin saber dónde vive ni lo que hay más allá de donde vive, es un verdadero animalito, es una unidad de rebaño rumiante, que con la cabeza baja, buscando siempre el pasto, anda sumiso al mandato de los pastores, bien lo lleven estos a dehesas excelentes o bien lo conduzcan a cruentos mataderos.
Rosario de Acuña
Notas.
(1) Aunque apareció publicado con este titulo en varios periódicos como si de un artículo se tratara, en realidad el texto no es otra cosa que una parte del discurso que envío a la sucursal de La Calzada del Ateneo Obrero de Gijón, en respuesta a una petición que le habían trasladado sus dirigentes y que fue leído en la sesión inaugural del curso 1911-12.
(2) En relación con el contenido del presente escrito se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:
170. Aprendió a aprender
154. Alpargatas para todos
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)