El 17 del pasado
febrero se celebraba en
Roma una fiesta, en honor de uno los más grandes mártires
de la libertad. Buscando, en España, el eco de aquel
concurso en que las eminencias de Italia se habían
congregado para rendir culto a la memoria del ilustre Nolano,
abrí el libro de mi amigo Paris, bien ajena, por cierto, de
que su lectura había de obligarme a hacer un ligero estudio
de esta obra
Pero, procedamos con orden. Hace algunos
años, cuando la democracia, solía yo ver un niño que a
través de la impersonalidad de la infancia ya mostraba los
bosquejos de un carácter bien definido. Siempre fui
observadora de lo excepcional, y una cariñosa simpatía
hacia aquel ser fue el resultado de mi observación. Cuando
la hermosa primavera de la juventud coronaba de dorados rizos
esta cabeza mía, que empieza a platearse nevada por el hielo
de los años y las tormentas de la vida, frecuentaba el hogar
de mis padres un su amigo, fiel y constante, tan liberal de
corazón como honrado de alma; de la mano de aquel veterano
de la costumbre por largos años adquirida en una amistad
íntima de familia a familia, venía la criatura; he seguido
paso a paso la existencia de aquel niño: hoy él se eleva en
la vida; yo desciendo por ella y, con orgullo lo confieso,
veo que no me equivoqué al juzgar como una noble excepción
al joven autor del libro citado, al señor Paris Zejin. Él
llegará; le he visto luchar: si sucumbe en la gran sombra de
las vulgaridades, ya no puede confundirse con ella, hizo algo
por el bien general cuando estaba en lo más culminante de la
juventud. ¿No significa esto cosa alguna? ¡Oh sí, en otra
nación, en otro siglo, en otra raza, un joven que cree, que
piensa, que trabaja, que aspira, que siente; un joven que
lucha por el ideal, que ama el progreso, que respeta la
civilización, que ennoblece lo humano, que busca lo bello,
lo justo y lo verdadero, sería lógico, natural y corriente;
¡pero en España! en este rincón donde terminó el
caballeresco entusiasmo de la Edad Media; sin que hasta la
fecha haya renacido el espíritu heroico de la revolución
francesa; en las agonías del siglo XIX, que, en fuerza de su
prodigiosa fecundidad de descubrimientos, ha extenuado las
grandezas expansivas del alma; en esta raza meridional,
gastada por los enervantes estímulos de las conquistas
americanas; en medio de la juventud decadente que nos rodea,
que, como aquella juventud romana de los últimos años del
imperio, contrae sus labios con la sonrisa del escéptico,
mientras la corona de rosas ceñida en la orgía cae
deshojada sobre el seno de la meretriz; en medio de esta
juventud que se arrastra lánguidamente sin Dios, sin ideal,
sin fe, sin amor, sin esperanza, sin deseo y sin alegría; en
medio de esta juventud fría, metalizada, epicúrea, que se
estrecha en el círculo mismo del detalle, hasta el punto de
perder la virilidad del pensamiento en un continuo tráfico
de sutilezas femeninas; en medio de esta juventud, que es la
mayoría, las que forman el prototipo eterno de la primavera
humana, es decir, de lo ameno, de lo que promete, de lo que
crea, de lo que atrae y asegura, han de elevarse forzosamente,
con carácter de excepción, y forzosamente han de merecer la
distinción de ser oídos, respetados y ayudados de cuantos
aún conserven en sus almas un resto de sentimiento
generoso
de estos es Paris: en los pocos años que
lleva de existencia ha trabajado él solo, por los grandes
ideales humanos, más que muchos de los que sienten el peso
de la ancianidad; en su último libro da una muestra completa
del brío animoso que guarda en su mente.
Designado por sus compañeros de Universidad para redactar una circular al cuerpo escolar español, con el fin de que honrase el aniversario de la muerte de Giordano Bruno, sin duda el estudio de esta figura histórica debió despertar en el sentimiento de Paris altos ideales, y se propuso ser el primero en solemnizar la memoria del mártir, leyendo en la sesión que había de realizarse una síntesis grandiosa de Bruno y de su tiempo; la tenacidad feroz con que el gobierno conservador, que entonces dominaba España, perseguía todo conato de manifestación que tuviese algo de liberal, prohibió la fiesta y Paris coleccionó, en forma de libro, su concienzudo estudio. En todo él domina un espíritu de síntesis crítica tan grande, tan abarcador, y tan severo, que en las contadas páginas que ostenta se puede decir que esta comprendida, con admirable precisión y correcta claridad, la historia entera de los siglos XV y XVI; el uno como preámbulo de la reforma, y el otro como cerco a la noble figura de Giordano. Tan cumplidamente llena su objeto, que basta fijarse en el notable apéndice que le termina, para comprender, por la riqueza de detalles en él acumulados, que todo cuanto se ha dicho y pudiera decirse respecto al filósofo italiano, lo ha reunido Paris en su meditado libro. Escrito sobriamente, con precisión, si el deslumbrante ropaje de una elocuencia ampulosa que, al tratar de los asuntos históricos, dibuja las personalidades, sombreándolas con los cendales de la poesía, nada del libro huelga, y, a decir verdad, tal vez porque mis aficiones sentidas con el albor de la vida que lleven a las galas retóricas. Esto es, a mi juicio, lo que hecho de menos en la obra: el brillante colorido de los rotundos períodos; pero, a través de este, que pudiera ser defecto, late en todas sus páginas una fe tan inmensa hacia los ideales de la libertad, una serenidad tan profunda en proseguir incansable defendiendo los principios de la emancipación de la conciencia, se ve el espíritu del autor tan poseído del amor a la verdad, que el alma se consuela leyendo aquellos párrafos, pues nos hacen creer que será posible veamos, antes de cerrar los ojos a la luz de la tierra, la primera etapa de la revolución española, viento purificador que arrebatará las nieblas del fanatismo y de la ignorancia, para que luzca en los cielos patrios el astro de la libertad y de la sabiduría; etapa que no puede comenzar a desarrollarse hasta que la juventud no se levante, con el impulso de la fe y sacudiendo el marasmo que la corroe, conmueva con su palabra de fuego, y su heroísmo generoso, núcleo de las muchedumbres, hasta guiarlas a la conquista de los derechos humanos e investirlas con el poder de la soberanía.
Cuando allá lejos, en ese porvenir que hoy se descubre entenebrecido, amenazante de conflictos y crisis, el Sr. Paris en la cátedra, o en la tribuna, termine, garantido por la experiencia, esta misión que hoy principia con el entusiasmo de la juventud; cuando los años, al rodar, le traigan el recuerdo del pasado, si aún no se hundió mi vida en el ocaso de la muerte, aunque luche con su postrer crepúsculo, todavía encontrará mi mano fuerzas para estrechar como vida de gratitud la mano firme de los que defiendan la libertad. Acuérdese entonces, el que hoy es joven estudiante, del último periodo de su libro, que, brillante como el hermosísimo fulgor de la elocuencia sentida, sirve de coronación digna a su trabajo y le obliga con el inviolable derecho de la verdad a no retroceder nunca, ante nada, ni nadie, mientras se trate de hacer la defensa del excelso progreso humano.
A continuación copio el párrafo aludido y ¡ojalá que su lectura caldee las almas de la juventud española!
«Consolador espectáculo (la muerte de Bruno) que hace germinar en el interior de nuestro pecho, allá en las oscuras profundidades de nuestros cerebros, entusiasmos que vigorizan, acentos que rechinan y lágrimas que salvan; conjunto más grande y más sublime que los holocaustos de las catedrales, más imponente que las catástrofes de las muchedumbres, porque sobre éstas, sobre las más altas torres de las más altas catedrales, sobre los más elevados riscos de las más elevadas montañas, inquebrantable como la eternidad y sus leyes, se levanta majestuoso y enorme el Progreso humano, que si algún día, desquiciados y rotos aquellos códigos que rige el universo, fuesen destrozados los mundos todos y perdidos para siempre en sus infinitas moradas los hombres y sus obras, quedaría flotando sobre la nada del génesis, inaccesible y puro, gigante como el recuerdo e imborrable como la voluntad suprema».
Rosario de Acuña
Marzo 1886
Nota. En relación con este escrito se recomienda la lectura del siguiente comentario:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)