El Heraldo de Madrid hizo el relato de un suceso (⇑), ocurrido a las puertas de la universidad, del que han sido protagonistas unos «caballeros» estudiantes que se pusieron en acecho, a la salida del claustro, para insultar de palabra, y hasta de obra, a unas jóvenes estudiantas de la Facultad de Filosofía y Letras. Un carretero, que pasaba por el sitio del escándalo, puso en fuga vergonzosa a los insultadores de aquellas mujeres. Este es el sucedido por el cual se escandalizó el Heraldo, llamando «jarca» a la hueste que acometió a las jóvenes, por la sola razón de ser muchachas guapas y estudiantas...
Esto pasa en la universidad de la capital española. ¿Y qué significa esto? Pues nada más que lo siguiente: excepto unos pocos españoles, la mayor parte, perteneciente a la categoría social del carretero, y el resto de dicha parte a la categoría de los Costa, Pi y Margall, Linares, Giner y unos poquitos más, todo el resto de los españoles no son ni machos siquiera... ¡No!, porque ni los perros, ni los verracos, ni los garañones, ni aun los mochuelos machos acometen a las hembras, y hasta se dejan morder, cocear y picar por ellas, con la mayor dulzura y benevolencia; y ¿por qué?, porque son machos, porque tienen la conciencia de su destino, de amparadores y defensores de sus compañeras.
Nuestra juventud masculina no tiene nada de macho. Como la mayoría son engendros de un par de sayas (la de la mujer y la del cura o el fraile) y de unos solos calzones (los del marido o querido), resultan con dos partes de hembra o, por lo menos, hermafroditas, por eso casi todos hacen a pluma y a pelo. Tienen, en su organismo, tales partes de feminidad, pero de feminidad al natural, de hembra bestia, que sienten los mismos celos de las perras, las monas, las burras y las cerdas, y ¡hay que ver cuando estas apreciables hembras se enzarzan a mordiscos; las peloteras suyas son feroces...!
¡Ahí es nada! ¡No morder aquellos estudiantitos a sus compañeras! Sus órganos semifemeninos les hacen ver una competencia desastrosa, para ellos, con que las mujeres vayan al alcance de sus entendimientos de alcancía rellena de ilusiones, de doctorados, diputaciones y demás sainetes sociales.
¿Qué les quedaría que hacer a aquellas pobres chicas... digo, pobres chicos..., si las mujeres van a las cátedras, a las academias, a los ateneos, y llegan a saber otra cosa que limpiar los orinales, restregarse contra los clérigos y hacer a sus consortes cabrones y ladrones, para lucir ellas las zarandajas de las modas...?
¡Arreglados quedarían entonces todos estos machihembras españoles si la mujer adquiere facultades de persona! ¿Qué va a ser ellos? ¿Amas de cría? No, no; los destinos hay que separarlos: los hombres a los doctorados, a los tribunales, a las cátedras, a las timbas y a las mancebías de machos, a ser unas veces ellas y otras veces ellos; las mujeres a la parroquia o al locutorio, a comerse o amasar el pan de san Antonio; y luego, las de la clase media, a soltar el gorro y la escarcela, a ponerse el mandil de tela de colchón y a aliñar las alubias de la cena, a echar culeras a los calzoncillos o a curarse las llagas impuestas por la sanidad marital; si son de la clase alta, a cambiarle, semanalmente, de cuernos al marido, unas veces con los lacayos y otras con los obispos...Éste, éste es el camino verdaderamente derechito y ejemplar de las mujeres.
¿A quién se le ocurre ir a estudiar a la universidad? ¡Dios nos libre de las mujeres letradas! ¿A dónde iríamos a parar? ¡Tan bien como vamos en el machito! ¡Pues qué! ¿Es acaso persona una mujer? ¿No andan ya los sabios a vueltas para ver si es posible sustituirlas por engendradoras artificiales?... Además, la juventud española no las necesita; por eso anda toda ella tan rasurada: con un poco de perfume y siendo de noche, ¿qué más da uno que una?
¡Ande y que siga la danza!
Señores carreteros, fogoneros, mineros, poceros y demás ilustrísimos HOMBRES de la clase proletaria española, ¿será posible que ustedes saquen, de las ancas de sus hembras, todas unas hembras, seres bisexuales, como esos tan asquerosos de la universidad madrileña, que son casi la totalidad que dan de sí nuestras clases medias y aristocráticas? ¡No, por Dios!, ¡exterminen los hijos que les nazcan así, aunque sea estrellándolos!, ¡salven, por caridad, la raza nuestra, que lleva el camino de producir unos bichos con cabeza humana, sexualidad de ostra e inteligencia de asno loco!
¿No será posible, proletario español, que regeneres la casta? Se hace necesario volver al buen camino, de grado o por fuerza; hay que producir hombres machos, fuertes, valerosos, testificadores de la verdad dura y desnuda, serenos, conscientes de su masculinidad, con todos los atributos de la soberanía viril y, por lo tanto, llenos de dulzura, de bondad, de amor, que son la esenciabilidad de la fortaleza. Hay que producir unas hembras mujeres, no monas, con todas las sutilidades de la inteligencia y todas las audacias, energías, resistencias y firmezas de la feminidad; conscientes de su inmenso poder como generadoras del porvenir y como complementarias semejantes del hombre; sin que las estúpidas faenas del presente sirvan para clasificarlas de sexo contrario, pues tan admirablemente puede guisar unas patatas el hombre como la mujer y tan maravillosamente puede hacer una combinación química una mujer como un hombre.
Hay que engendrar la pareja humana, de tal modo que vuelva a prevalecer el símbolo del olmo y la vid, que tal debe ser el hombre y la mujer: los dos subiendo al infinito de la inteligencia, del sentimiento de la sabiduría, del trabajo, de la gloria y de la inmortalidad; y los dos, juntos, sufriendo, con la misma intensidad, los dolores; gozando, en el mismo grado, de los placeres; entrelazados, siempre, en estrecho abrazo, el uno acusando la firmeza y la arrogancia, la otra recostada y amparada en ellas, llenando el mundo de óptimos y azucarados frutos.
¡Júntense todos cuantos carreteros sean precisos para secundar al carretero apaleador de estudiantes, y lluevan palos sobre esos hijos espurios, amamantados en los hogares de la clase burguesa española, todos ellos convertidos en beaterios, alcahuetes de vicios y crápulas...! ¡Firmen contra esos micos, sin la gracia del rabo, y sin la utilidad que dan los auténticos al titiritero ambulante!
¡Si no es por vosotros, proletarios, esto se acaba, se acaba! Así como se van a cazar alimañas al África, para repartirlas luego por las colecciones zoológicas, así se vendrán a cazar indígenas a España para luego repartirlos, de barraca en barraca, enseñándolos como ejemplo de hasta dónde puede llegar la degeneración humana.
¡Qué bien estarían esos estudiantitos de la Universidad de Madrid con un libro de retórica en la diestra, y relamiendo una lagartija recién chamuscada; sin taparrabos,¿para qué?, con un aro de cobre en las narices; las piernas (casi todos serán patizambos), llenas de ajorcas; cuatro plumas de gallo tiesas en la coronilla, y una lavativa tatuada sobre los riñones...Puestos así, haciéndolos bailar en un tablado, al son de la Marcha de Cádiz, el himno de nuestras glorias, y con un letrero anunciándolos como la elite de la raza española, eran el clou del mundo...
¡Ande el movimiento y venga de ahí, ilustrísima, reverendísima y sapientísima falange de machos españoles!
Rosario de Acuña y Villanueva
El Progreso, Barcelona, 22-11-1911; 23-11-1911
España Nueva, Madrid, 27-11-1911 (1)
Rosario de Acuña. Homenaje. Gijón: Ateneo Obrero de Gijón, 1992, pp. 19-21
Notas.
(1) El texto iba precedido de la siguiente nota: « Artículo indigno. Reproducimos a continuación el artículo de Rosario de Acuña que aparece en El Progreso de Barcelona. Lo hacemos para que se vea con cuanta razón protestan los escolares de esa infamia cobarde, que firma una mujer. Para demostrar que cuando se insulta a las madres, y se trata de manera tan villana y canallesca a una juventud que precisamente ahora está dando pruebas de una cultura y de una corrección exquisitas, todas las protestas son pálidas para rechazar esos asquerosos insultos de un mal gusto carreteril, que son una gran vergüenza para la pluma que los ha escrito.
(2) En relación con este artículo se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:
La ira estudiantil alcanzaba también a Bonafoux y a cuantos no condenaran abiertamente el escrito. En las asambleas se empieza a criticar la posición de don Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca por entonces, de quien se dice que «se había adherido...
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)