¡España masculina! ¡Hombres en cuyo cerebro se enciende el rayo de la idea, en vano agitaréis su luminaria si en la oscuridad del hogar está resuelta la mujer a entenebrecer el porvenir!
La Iglesia y la razón, el dogma y la ciencia: este es el dilema, y para resolverlo no se puede prescindir de la mujer, porque ella representa la Iglesia y el dogma en frente del hombre, que es la ciencia y la razón. Y ella, la mujer, la «gota de agua» cayendo mansa, perenne, acompasada, infiltrante, sobre toda la masculinidad española, es la que nos ha traído a esta situación anodina, incolora, rufianesca, en que se debaten inútilmente unas cuantas personalidades dignas y valientes.
Todas las tempestades de aplausos que ayer resonaron en las ciudades y pueblos de España, ya están hoy desmenuzadas, enlodadas, corrompidas, por el mando de la Iglesia, que cuenta con las legiones femeninas, salvo excepciones y que serán, al fin inmoladas, oscura o solemnemente, por los odios de hiena del catolicismo.
Hay que haber sufrido, durante más de veinticinco años, la persecución encarnizada, tenaz, cruel, solapada, traidora y villana que vengo sufriendo yo, por haber sido de las primeras españolas que se separaron, franca y públicamente, de toda religión positiva, para darse cuenta exacta y precisa del valor que para la Iglesia tiene la mujer, del inmenso poder que con ella atesora y del pavoroso espanto que le causa el que se la quiten.
Todo, todo cuanto se haga será inútil, si no se descatoliza el femenino patrio. Es menester que en el oído de nuestras mujeres no caiga ese manantial, soterrado de los confesionarios, conferencias, misiones y demás baluartes del enemigo, vomitando de continuo todos los ultrajes, infamias, calumnias y mentiras sobres los mundos de la razón, la ciencia, el pensar y el saber.
Para comprender el poder que tiene la Iglesia acodado en las nimiedades pueriles del alma femenina, hay que buscar en ellas el terror del infierno, las zozobras del purgatorio, la imbécil cobardía del «qué dirán»; causas que, unidas, son la razón de la mansedumbre borreguil de nuestras masas, de las veleidades epicúreas de nuestros intelectuales y de la sanguinaria brutalidad de nuestro pueblo.
En esa mitad humana de la península, en la mujer española, está metida la raíz de la Iglesia.
¡Jamás, jamás se verá la patria libre de la lepra que la ensucia y la ahoga, si no se extirpa esa semilla del alma femenina!
Rosario de Acuña
El Radical, Almería, 16-12-1909
Notas
(1) El texto es parte de una carta enviada por la autora al director del gijonés diario El Publicador (⇑) que fue publicada unas semanas antes.
(2) En el verano de 1909 el Gobierno, presidido por Antonio Maura moviliza a los reservistas para enviarlos a combatir a Marruecos, en la denominada Guerra de Melilla. Aquella medida generó gran descontento en muchas ciudades. En Barcelona fue el detonante de los violentos sucesos que asolaron la ciudad a finales de julio: la Semana Trágica. Rosario de Acuña, que no puede permanecer ajena a cuento está pasando en su patria, sale a la arena pública...
(3) En relación con el contenido de este escrito, se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)