Tengo mi nido en las revueltas del corazón humano; me da vida el dolor y la alegría; soy compañera inseparable del hombre; mis misiones son muy distintas respecto a él: casi siempre me manda Dios a sus ojos; cuando las pasiones me impulsan, abraso su mejilla con su desconsoladora amargura; vivo poco; muero entre las auras; alguna vez mi tumba son dos labios; mi memoria la guardan muchos; sin embargo, se olvida.
¿Es ésta una lágrima? Sí: su nido está en el corazón humano; la formó el Criador con el bálsamo de su misericordia, porque sin una lágrima, ¿qué serían los mortales?
La pena se apodera del alma: un nudo de angustia sujeta con torcedores hilos los quejidos que quiere lanzar; el corazón se oprime, impotente contra el dolor que le ahoga; el ser que así sufre, siente su vida perdida en los brazos de la muerte: la lágrima brota del corazón; con ella se marcha el dolor que la envuelve; sube a los ojos, aparece en sus claros cristales, y al enturbiarlos arranca la pena que hay en ellos. La lágrima se ha llevado, tras de su dolor silencioso, el nudo de angustia que oprimía aquella alma; en pos de sí deja la tristeza, pero no la muerte: su memoria es bendecida por aquel ser.
La alegría embarga los sentidos del hombre: canta, ríe; sus descompasados movimientos encuentran pequeño nuestro planeta; la felicidad que siente no le deja buscar medio de expresarla, y su cabeza se pierde entre la oscura sombra de la locura; sus ojos están secos, ardientes; un minuto más, y su corazón ahoga el entendimiento: la lágrima aparece; raudal benéfico, en su corriente lleva cuanta felicidad guarda aquella alma, la razón aparece tras de ella; la tranquilidad brota de la alegría: aquel ser ya es feliz.
Las pasiones se desencadenan en el alma; el amor hiere con su arqueada flecha la fibra del sentimiento: lanzado el hombre por la peligrosa pendiente de sus deseos, siente impotente la fuerza de su voluntad para combatir al enemigo niño: sufre y goza a la vez; ama: el puñal de los celos se clava en su corazón; la desesperación turba su entendimiento, quiere morir y ni aun puede; sus ojos se humedecen y llora: con la lágrima se fue el ardoroso fuego de su pasión, y entre su alma quedó, como suave perfume del cielo, puro el amor: ésta es una lágrima.
Ella nos muestra lo efímero de nuestros sentimientos, pues que solo una gota de transparente líquido basta para borrarlos; ella, al final de nuestra jornada, brota de nuestros ojos como si quisiera llevar al Supremo Hacedor el espíritu que le dio asilo
–¡Desgraciados los que de sus ojos no lanzan una lágrima! No tienen corazón, o lo matan rechazando aquélla hacia su fondo. Jamás le debemos ocultar en el alma. Dios la recoge siempre, porque una lágrima es el holocausto de nuestro ser al Ser que la formó.
Rosario Acuña (1)
1870
El Constitucional, Alicante, 19-10-1873
La siesta. Madrid: Tipografía de G. Estrada, 1882, pp. 175-177
El Álbum de la Mujer, México, 13-9-1885
Nota
(1) En algunos de sus primeros escritos aparece su primer apellido de esta forma, lo que quizás fuera debido a que por «Acuña» debía de ser conocido su padre en el ámbito de influencia del Partido Constitucional, en cuyos medios de difusión aparecieron. Véase en este sentido el comentario siguiente:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)