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Las fiestas del Pilar de Zaragoza

 

I

 

El día 10 de octubre se revestía con la radiante luz del sol, que apareciendo por el Oriente sonreía ansioso de iluminar con su presencia uno de los actos más grandiosos que registran los anales de Aragón, cual es la bendición de la parte reconstruida  del templo del Pilar.

Desde las nueve de la mañana recorrían las calles de la ciudad los célebres gigantes y cabezudos, que al son de una especial tocata van corriendo y saltando, diversión popular de casi todos los pueblos de la coronilla de Aragón, y que no deja de tener originalidad; la multitud de chiquillos que en confuso tropel y pánico terror van huyendo de las extravagantes figuras que representan; es entretenimiento curioso y divertido.

Todas las calles de la población, vistosamente engalanadas por el vecindario, demostraban con sus adornos la profunda fe y cariñoso entusiasmo que el pueblo zaragozano, sin distinción de clases y partidos, tiene a su excelsa y augusta patrona, fe y entusiasmo aún no debilitado que siempre se ostenta triunfante y victorioso como brillante y deslumbrador faro en las brumas de tormentosa noche.

La bendición del templo, verificada según informes en la presencia de quince obispos, fue a puertas cerradas, terminando con una solemne misa oficiada por el cardenal arzobispo de Santiago, el cual, en medio de los torrentes de armonía que el órgano dejaba escapar entre sus sonidos, bendijo a la apiñada multitud que llenaba el templo y que se hallaba poseída de entusiasta fervor. Los retumbantes ecos del cañón acompañaban con su potente voz las plegarias que los fieles que, en conmovedora expresión, daban gracias al Sumo Hacedor al contemplar tan majestuoso espectáculo.

A las cinco de la tarde empezó el solemne tedeum, al cual –así como a la misa de bendición– asistieron el Ayuntamiento y demás autoridades civiles y militares, siendo tal la muchedumbre que se aglomeraba bajo las suntuosas naves de la majestuosa iglesia, que era verdaderamente imponente el aspecto que presentaba.

Fragmento del texto publicado en Gaceta Universal

¡¡Qué impresión tan sublime se recibía al oír bajo las altas bóvedas los dulces ecos, argentinos, majestuosos, del grandioso y magnífico canto que, cual suave y etéreo perfume de la religión, se perdía en lejanos y susurrantes sonidos entre los resplandores de mil y mil luces reflejadas por las doradas cornisas y las brillantes lámparas!! Acto de soberana magnificencia y de arrebatadora expresión ha sido el del tedeum cantado en el Pilar.

Toda la iglesia por su parte exterior estaba iluminada con profusión de faroles que marcaban los contornos de sus múltiples cúpulas, produciendo un soberbio efecto el inmenso resplandor que entre sus rayos parecían querer atravesar las gasas para adornar, cual humilde tributo, las plantas de la excelsa Madre de Dios.

El templo del Pilar, reconstruido bajo la poderosa protección de su patrona, ha oído resonar en sus naves el día primero de octubre un verdadero y entusiasta grito de religioso fervor, lanzado desde el fondo del alma por el pueblo aragonés, cuyos insignes y valerosos hijos a costa de infinitos sacrificios han conseguido que el baluarte de su fe, que no pudieron derribar ocho siglos de dominación árabe, nazca como fénix de religioso cariño, grande, regio y soberbio de entre sus cenizas. La solidez de su construcción, los jaspes que bordan el pie de sus inmensas columnas, la anchura de sus diez espaciosas naves, los caprichosos y bien combinados mármoles que alfombran su pavimento, los divinos frescos que tachonan sus cúpulas, los ricos detalles esculpidos en el coro, en los púlpitos y en los altares, y la magnificencia de los ornamentos, todos de plata y piedras preciosas, lo colocan sin duda alguna al nivel de los mejores templos de España, siendo digno de visitarse para admirar las muchas joyas artísticas que encierra.

Con iluminación general en toda la población y una vistosa función de fuegos artificiales concluyeron los festejos de tan solemne día que dejará grato recuerdo entre el noble pueblo aragonés, recuerdo extensivo a los que preciándonos de católicos hemos visto a nuestra augusta madre tan dignamente honrada por sus augustos hijos.

 

II

 

El día 12 de octubre empujaba con su luz las sombras de la noche, llevando entre las frescas brisas que acompañan a la aurora los sonidos de sesenta bombardas disparadas como primer festejo en honor de nuestra augusta Madre, avisando con sus sonoros ecos a los zaragozanos para que se preparasen a solemnizar el día de su excelsa patrona. Obedientes sin duda a la llamada, multitud de personas acudieron al templo del Pilar para oír la misa de infantes, primera que se decía en aquel sitio. Al poco tiempo de concluir se dio principio a los solemnes oficios, en los cuales ostentó sus excelentes dotes de oratoria religiosa el ilustrísimo señor obispo de La Habana, el cual en un extenso sermón relató brevemente la historia de Nuestra Señora del Pilar. Con profusión de luces repartidas por altares y cornisas, y una magnificencia sorprendente se concluyó la fiesta, eco dulce y poético que el pueblo aragonés, en su ardiente fe por su soberana Reina, elevaba entre tiernas plegarias el aniversario del día que quiso honrarles con su protección.

Toda la población,  luciendo en sus calles gallardetes con vistosos cordones de flores, colgaduras e infinidad de personas en encontrada y revuelta confusión, presentaba un aspecto sumamente alegre, animado y bullicioso, siendo grande la concurrencia de forasteros que se notaba en todas partes.

Las cuatro de la tarde repetían los relojes de la ciudad, cuando las puertas del templo dejaron franco el paso a la procesión que entre una apiñada multitud debía recorrer las principales calles. Algunos guardias civiles abrían carrera a una larga sarta de brillantes  luces que, cual no interrumpido cordón de diamantes, precedían con su clara luz a la santa imagen de Nuestra Señora llevada en hombros por sus sacerdotes. Los acogidos en el asilo del Amparo, los niños de la inclusa, las cofradías de todas las iglesias, el clero parroquial, el cuerpo militar, la Diputación Provincial, el Ayuntamiento e infinitas personas presididas por el señor gobernador y el capitán general acompañaban a la Santa Efigie que, rodeada por trece obispos, dos cardenales y multitud de sacerdotes, parecía sonreír con maternal cariño al sentir, entre las revueltas espirales de vaporoso y aromático incienso que envolvían sus plantas, el tierno y fervoroso entusiasmo que desde el fondo del corazón le enviaron sus hijos.

Con un orden admirable entró la procesión en su morada escoltada por un piquete de fuerza del ejército que así como cinco músicas que la acompañaban desfilaban por delante del templo. 

A las siete de la noche dio principio el rosario, fiesta religiosa notable bajo todos los conceptos y la cual no hay pluma que pueda describir. El lujo notable que todas las hermandades despliegan en los soberbios estandartes ricamente bordados con oro y piedras, los magníficos faroles, que creo pasan de cuarenta (entre los cuales se cuentan dos figurando castillos, los dos leones castellanos sosteniendo entre sus garras la cifra de María, el suntuoso y últimamente regalado por don Policarpo Valero, vecino de Épila, representado el templo del Pilar, admirablemente hecho pero cuya exacta descripción sería demasiado larga para esta revista), y el canto religioso por mil y mil personas con una sola voz, hacen del rosario una fiesta religiosa de primer orden y tal vez la única verificada con tan extraordinario esplendor.

La plaza de la Constitución, centro de la capital, estaba iluminada con faroles de cristal que en forma de guirnaldas prendían sus cabos en ocho elegantes palmera de gas presentando un agradable aspecto, así como el paseo también iluminado con arcos de faroles. Cucañas colocadas en las principales plazas, juegos y panoramas en las calles y paseos, y alegres músicas llenando el aire de argentinos sonidos, fueron otros tantos atractivos del día 12 de octubre que, al esconder su luz entre los pliegues del manto de la noche. se llevó a las mansiones del cielo el cántico de religiosa poesía, elevada por los hijos de la Iglesia hasta las gradas del trono de la Madre de Dios.

Rosario Acuña (1)

 

 

Nota

(1) En algunos de sus primeros escritos publicados su apellido aparece de esta forma, lo que quizás fuera debido a que por «Acuña» debía de ser conocido su padre entre sus amigos,  y  Agustín Urgellés de Tovar, director de Gaceta Universal,  lo era, tal y como se cuenta en el siguiente comentario: 

 

Firma de Felipe de Acuña cuando era estudiante de Leyes 228. Su gran valedor
Es preciso recordar que la autora tiene veinticinco años, y que esas dos notas distintivas –ser mujer y ser joven–, que tanto sorprendieron a los críticos por entonces, no dejan de resultar sorprendentes también en la actualidad, no tanto por...

 

 


 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora

 

 

 

Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)