(Última novela de Pérez Galdós)
No le conozco ni de vista, pero le admiro, le venero como a un ingenio de primer orden. Pérez Galdós es la figura más grande de nuestra literatura contemporánea. Su nombre ha de figurar unido a los nombres que ilustran el siglo presente. Cada una de sus novelas es un monumento de gloria para él y para la patria que tiene la honra de llamarle hijo suyo.
Sobre todos sus trabajos hay dos que apenas se concibe haya podido realizarlos quien se llame mortal: están escritos por una inteligencia tan altísima, tan profundamente elevada, que más parecen revelaciones de un mundo superior. Estos dos son Gloria y El amigo Manso.
No discuto con la crítica, digo mi opinión, porque es deber de aquel que siente la belleza de un arte manifestar lo que su pensamiento le sugiere, para mejor estímulo de los artífices y mayor ilustración de los indiferentes.
Acaso la intransigencia de los grandes maestros encuentre qué decir en contra de estas dos novelas de Galdós; particularmente sobre la última. ¡Pobres defectos aquellos que necesitan buscarse con la potencia microscópica para hacerlos notar a la mayoría!... Aunque existen las manchas del sol, ni le quitan su fuego ni su luz.
Dejando a Gloria, grande e inmenso destello de una intuición asombrosa, de una imaginación preventiva (séame permitido decirlo así); dejando ese hermosísimo cuadro de la realidad del provenir, en el cual tan valientemente se desgarra el velo de las supersticiones para dejar al descubierto toda la soberanía grandiosa de la razón lógica, en consorcio sublime con las leyes eternas de la Naturaleza; olvidando, si es posible olvidar, aquella obra gigante, síntesis de la lucha del pensamiento y de la conciencia de todas las generaciones, en todos los siglos y entre todas las razas, en la cual se visten con las galas más floridas y brillantes de nuestro rico idioma, los problemas más sombríos del alma y las más sencillas escenas de la vida; dejando de hablar de Gloria, cosa precisa cuando se trata de Pérez Galdós, repasemos las nuevas páginas de su última novela, rindiendo tributo de admiración noble y sincera al que supo esculpir con la palabra todos los relieves del espíritu.
Así como Gloria demuestra la más grande penetración sobre lo venidero, en El amigo Manso, se descubre un espíritu analítico de una intensidad poderosa; esta obra es un curso de anatomía del alma; ningún repliegue de ese ente singular que se agita en nuestra inteligencia y en nuestro corazón ha quedado oculto ante el escalpelo maravilloso del sabio ilustre que, con mano segura, ha penetrado hasta lo inconcebible en esos abismos inexplorados del ser moral.
Acaso su novela no lleve a las imaginaciones débiles todo el entretenimiento y solaz que desearan, pero deja en el pensamiento un tropel de reflexiones que, en tumulto, acuden a combinar los hechos vistos de la existencia, con aquellos que suelen presentirse a través de la sombra, pero que jamás se contemplan en el mundo sensible. Creciendo el cúmulo de ideas que inspira El amigo Manso, se penetra en una esfera de abstracciones especulativas que engrandecen el entendimiento, refrigeran el corazón con las dulces promesas de una perfección absoluta, y modifican suavemente los alardes impetuosos de las pasiones.
Pocos libros habrá que, como éste, sin fatigar el pensamiento en estériles conclusiones, sin embrollar las ideas en un dédalo de palabras desconocidas de la burguesía humana, y únicamente manejadas por las aristocracias intransigentes de la sabiduría, conduzcan al lector a una posesión tan cumplida de sí mismo, a un conocimiento tan exacto de las facultades físicas y morales del hombre, a tan completo convencimiento de lo infinito e infranqueable que es el mundo de relación, en el cual se agita siempre fecundo y siempre insaciable ese misterioso mónade, conocido con el nombre de alma; en una palabra, pocos libros habrá que conduzcan a la más alta filosofía con lenguaje más natural, poético y realista, con argumento menos complicado, con ideas más eternamente morales, con escenas más delicadas, vigorosas, profundas y brillantes Ese Amigo Manso confiando en sí mismo, con todo el poder de una inteligencia analítica, llena de precauciones, poseída de la pasión al orden, a la clasificación moral, buscando siempre en elementos propios las satisfacciones de la vida Ese Amigo Manso, pensador como un sabio, sencillo como un niño, débil como un hombre, enamorado de sí propio como un ángel, que no es, sin embargo egoísta, dominante de los imposibles, el cual consigue sujetar el vuelo de la imaginación en un camino preparado por la lógica escolástica, dejando a la vez abiertas de par en par las puertas del corazón a los ardides de los sentidos, a las argucias de los gustos Ese Amigo Manso, que pasa la vida engañándose a sí mismo con la ciencia buscada en los recónditos senos de la conciencia y las lecciones aprendidas en las aulas de la humanidad, para caer luego, desde el trono de la razón y de la filosofía, en el mismo escabroso desfiladero donde sucumben los ignorantes, los débiles y los necios, es una de las figuras más hermosas que ha trazado la novela contemporánea.
Todo, en el libro de Pérez Galdós, es artístico marco de esa creación profundamente humana, admirablemente sentida y magistralmente presentada que se compendia en el protagonista. Acaso hay algo que palidece ante el conjunto asombroso del héroe del libro, pero él solo basta a llevarse la atención de los observadores; nada en él hay que huelgue, nada en él hay que descubra la rutina, la opinión parcial o el sistema no. El amigo Manso es, ya lo he dicho, un curso anatómico del alma, detallada y galanamente escrito, presentado sin el repugnante aspecto que le hubiesen dado aquellos que no encontrando en la forma exterior elementos bastantes para fijar la atención, buscan en las heces del fondo los acres miasmas con que atraer a los entendimientos estragados.
No es esto una revista crítica de la última obra de Galdós; para hacerla se necesita más que admiración hacia lo bello, y una pluma menos toscamente guiada; pero he dicho algo sobre El amigo Manso, deseando evitar me conduzcan al silencio, como ha sucedido después de la lectura de Gloria, Doña Perfecta y Marianela; y francamente, cuantos las hemos leídos debíamos haber dicho algo sobre ellas Si el genio verdadero, si el mérito real no encuentra a su paso el homenaje de los pueblos, interpretado por todo el que haya leído gramática, ¿qué premio guarda la humanidad para los escogidos?... Si no riqueza, por lo menos que recojan honor aquellos que lo merecen.
En tributárselo al autor de El amigo Manso, creo que tengo de mi parte a la mayoría de los españoles.
El Liberal, Madrid, 10-7-1882
Incluido en La siesta (1882)
Nota. En relación con este escrito se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:
162. Galdós, Acuña y el crimen
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)