A los misioneros de la cultura y de la fraternidad que Francia nos envía
¡Salud, ilustres huéspedes de Asturias!
La voz de una mujer se une, con entusiasmo, al coro de bienvenidas que toda la España liberal entona a vuestro paso. Aunque hondamente distanciada mi patria de la luminosa estela que la vuestra esparce en el mundo, hay en ella corazones femeninos que no están resignados a ser entes sin personalidad social; que no están resignados á ser sólo figuras decorativas, como ensambladuras de yeso, de toda clase de festivales, y alzan sus sentimientos al nivel de las demás mujeres de la civilización, para formar, con iniciativa racional, en la caravana humana que va trazando en la tierra, y a través de los siglos, la senda del progreso y la libertad.
Aunque a vuestro lado hayáis visto muy pocas personalidades femeninas, tened por seguro que hay mujeres españolas, en cuyas almas se encendió ya la nueva luz que ilumina de esperanzas la obra de la rehabilitación femenina, y en esta patria de Isabel la Católica y de Teresa de Jesús, a las que en sus tiempos llamaban andarigas, está ya en marcha el ideal de la nueva edad que se avecina, en la que los dos espíritus similares, el del hombre y el de la mujer, derribando prejuicios, convencionalismos y supersticiones, caminarán juntos para siempre, dando a la razón su soberanía indiscutible.
En nombre de mis compatriotas españolas que sienten y piensan al unísono de este ideal; en nombre de todas las que como yo son, aunque su timidez impuesta por centurias de desestimación no las permita expresarse, os mando, ilustres huéspedes de Asturias, un cordialísimo saludo.
Cuando volváis a vuestra patria; cuando esa admirable hueste femenina francesa, ángel de consuelo en los hospitales de sangre, obrera inteligentísima y valiente en las fábricas de armas y municiones, hábil y austera oficinista en los centros administrativos... Cuando esa hueste femenina francesa os dé la bienvenida a vuestros lares, decidle que, aunque pocas, hay mujeres españolas que siguen con el pensamiento anhelante su heroica asombrosa y triunfante labor; que pensando en ellas y con ellas, ven a surgir de las tinieblas del viejo mundo que se derrumba, un nuevo mundo de las que se levanta, en el cual los últimos baluartes de todas las tiranías quedarán derruidos, no sólo por obra de manos masculinas, sino también por obra de femeninas manos. Decidles que, por ellas, por su labor admirable de abnegación, de mentalidad y de conciencia, sentimos nosotras el estremecimiento de una promesa de liberación, pues Francia, la patria gloriosa de Víctor Hugo, de Zola, de Severine, de Flammarión... de tantas lumbreras de la ciencia y el arte, será también la que, en futuros días, imponga con sus ejemplos de Justicia y de Amor el imperecedero reinado del Amor y de la Justicia.
Decidles que, al verlas en medio de esa hecatombe horrible que el delirio de grandezas ha traído sobre el mundo; al verlas anegadas en luto y dolor y, sin embargo, sonrientes y serenas, se nos figura ver resurgir, vivientes y activas aquellas galas de la vieja Bretaña, que en sus carros guarnecidos de hoces, con sus tiernos hijos en el regazo, seguían a las huestes de sus guerreros, prontas a esgrimir el hacha y el puñal en defensa de los suyos; prontas a sacrificarse y a sacrificar a sus hijos si las legiones teutonas, ¡las eternas enemigas de Francia!, osaban acometer aquellos carros que, arrastrados por los bueyes de labor, representaban para ellas, con el hogar, la patria.
¡Como aquellas ilustres y legendarias fundadoras de Francia, se alzan hoy, en grandezas sublimes, vuestras compatriotas! ¡Llevadles el afecto de nuestro corazón, la esperanza de nuestra inteligencia, nuestro fervoroso saludo! ¡Decidles que las seguimos paso a paso en sus etapas de resurgimiento; que las vemos cultas, inteligentes y austeras, como Minerva, tiernas sin sensiblerías de insanidad; dulces sin melosidades felinas; fuertes, flexibles, activas en útiles y santos menesteres, con todas las gracias y benevolencias de una espiritualidad racional y fecunda! ¡Decidles que en ellas, las futuras madres de la Francia nueva que va a surgir, sobre las grandes necrópolis de las trincheras, vemos, nosotras, las mujeres emancipadas del espíritu atávico y regresivo de la España tradicional a las almas femeninas capaces de fundar sobre todos los solares de Europa los bastiones de una nueva civilización!
¡Salud, hijos de Francia! Que vuestra misión de cultura y fraternidad, continuando la labor de aquellos días gloriosos de la Revolución francesa en que borrasteis de todos los Estados del mundo los últimos vestigios de la Edad Media, sea rocío fecundo para esta tierra, casi ya reseca por todo género de cadencias. Llevad de esta Asturias florida, vergel suavísimo de templanzas y hermosuras un recuerdo grato, y que os acompañe hasta vuestros lares el saludo de las mujeres liberales de esta región; diciendo hasta veros partir ¡Viva Francia!
Rosario de Acuña y Villanueva
Nacida en Madrid en 1850
Gijón 24 de mayo de 1916
El Noroeste, Gijón, 25-5-1916
El Gladiador del Librepensamiento, Gracia (Barcelona), 17-6-1916
Nota. En relación con este escrito, se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:
161. Découvrez la France
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)