A la memoria de Emilio Corral Díaz
Cuando en diciembre mandé a la Legión Española mi carta A un voluntario en el Ejército francés (⇑), estuve indagando si había allí alguno de esta región, donde la raza celtíbera se conserva más pura y es más fácil hallar las características de la altivez, bravura y dignidad propias de nuestra estirpe, y eso que también aquí entró ya ese agusanamiento de la juventud, que la hace cacoquimia, cominera, de estatura moral casi microscópica. Juventudes dañadas, agusanadas, viejas sin maduración, flojas sin haber sido fuertes, careciendo de las rosadas ilusiones de toda clase de ideal, en el cual ha de bañarse la sangre moza si quiere llegar a vieja conservando en las venas algo más que la podre del egoísmo
Busqué, pregunté. «¿Hay algún voluntario de la Legión que sea asturiano?» Nadie me lo supo decir. Entonces mi carta fue a los legionarios Quería yo ofrecer mi madrinazgo a un español, voluntario en el ejército francés. El semanario España mandó mi carta y el obsequio que la acompañaba, y de las trincheras vino a mí una conmovedora respuesta de un joven español, don Agustín Heredia, voluntario de la guerra, el cual aceptaba gustoso mi madrinazgo. Con él estoy en correspondencia; es un joven de ilustre familia malagueña, cultísimo, simpático (tengo su retrato); obtuvo ya la Cruz de guerra, y ha demostrado en los tres años que lleva en las trincheras que aún podemos volver los ojos a alguna parte todos aquellos que estamos entrañablemente unidos a esta raza ibérica, en cuyas fibras el sol templa vigores de acero, en cuyas mentes la brisa de dos mares alza la apoteosis de todo idealismo, y en cuyos corazones las vegas y las montañas, en casi perenne pomposa primavera, vierten a raudales el sentimiento.
Estoy muy gozosa de tener por ahijado al joven Heredia; su valor y su fe honran mi patria, y al honrarla me honran; por él, más de una noche, después de leer en la prensa extranjera detalles de la guerra que horrorizan, mis ojos se llenaron de lágrimas, y desde el fondo de mi alma, toda llena de religiosidad, ha brotado un «¡Dios mío!, ¡que se salve!».
Hoy llega a mí noticia, por El Noroeste, que un hijo de Gijón, joven, artista, acaso distanciado por avanzado en ideas de su patrio hogar, fue muerto allá, en Francia, después de haber combatido bravamente. He sentido no haber podido ser su madrina; en memoria de mi ahijado vivo, uniéndolos a los dos en igual afecto, rindo al muerto mi homenaje.
Hubiera querido mandarle con mi palabra toda la fe de mi alma hacia su juventud; ¡digna juventud, que le llevó al corazón todos los entusiasmos de los altos, heroicos y generosos ideales!; ¡digna juventud, que supo llevar allí, al huracán fecundador de la NUEVA ERA humana, su fuerza, su energía, su sufrimiento; la renunciación de sí mismo en aras de los más grandes ideales de Justicia y Libertad que concibieron los hombres! Yo, como vieja española, como MUJER DE ESPAÑA, como tiernísimo corazón femenino, orgulloso de su feminidad en todos los instantes de su vida; como muy segura de haber sentido en mis entrañas toda la dulzura maternal que palpita en toda entraña de mujer, yo quisiera haberle dicho (y a la mayor gloria suya hoy se lo digo):
«Sí, lloro, tiemblo, me estremezco de que carne humana, hecha en mayor parte de carne de mujer, puesto que la madre es la que pone más intensamente, más cotidianamente y mas abnegadamente, su alma y su cuerpo en la procreación Yo, como todas las madres (en toda mujer hay una madre), tiemblo y me espanto con tus sufrimientos, con las agonías de esos terribles instantes en que todo tu ser ha de vibrar de horror al sentirte ACCIÓN VIVA en el combatir de esas trincheras Mas, por encima de mi llanto, de mis sufrimientos, arde la mente racional, encadenando el INSTINTO de la maternidad, galardón también de las madres de todas las especies animales de la tierra; y yo, madre humana, madre racional, madre que me elevé sobre la pantera en su cubil de parida, sobre el nido de la alondra cuando incuba en el surco de sus guacharros, sobre la ensenada del mar polar, donde la ballena pare y amamanta a su hijo con amor incomparable; yo, SOBRE todos esos instintos maternales de la fiera, del ave y del pez, ostento la RACIONALIDAD MATERNAL, que reúne todas las ternuras maternas que la precedieron y que se levanta sobre todos augusta, serena, soberana de los siglos, para señalarles los caminos de la Verdad, de la Justicia y del Amor, sin que posponga un solo instinto de animalidad maternal al destino sublime de la maternidad racional.
»Hijo mío SÉ HOMBRE– yo no te alimenté de mi sangre para rebajarte al nivel de los brutos, que son sublimes, ¡SÍ!, como brutos cuando, con artes o valentías, buscan las satisfacciones de sus necesidades materiales; yo no te parí con dolor ni te crié con abnegaciones inmensas para que retrocedas a cubiles de fieras, nidos de pájaros o antros de peces, -SÉ HOMBRE– que mi dolor desgarrador y tu desgarrador dolor, como bautismo de sufrimiento, laven los rastros de la ancestralidad que tú y yo heredamos de las especies que se quedaron detrás.
»Nosotros vamos adelante; ¡adelante está la mayor capacidad de sentir y pensar, la mayor capacidad de conocer la Justicia más alta, la Verdad más clara, el Amor más puro! ¡Adelante está el Ideal bendito por la Incognoscible Divinidad, ofreciendo el inacabable sendero de la Vida a otra especie super-humana que hemos de engendrar y parir con los dolores más intensos, como nuestras desviaciones de lo racional nos imponen.
»Ánimo, pues, marcha a donde el Ideal luzca más sublime, más celeste, más desligado de las groseras materialidades del instinto animal. Tu fin no es la gamella del cerdo; ni caracolear como potro entero en torno a la piara de yeguas; ni entontecerte, como chimpancé domesticado, con cintajos y cascabeles; ni juntarte en manadas, como los bisontes, para hacerte dueño de las praderías que apetezcas; ni reunirte en rebaño, tímido y balador, dejándote guiar por el macho más audaz o forzudo. Tu fin ha salido ya de todos estos límites. El Universo está abierto a tus indagaciones, dispuesto a entregarte los secretos de sus santuarios. Es menester que te desligues de todo lo petrificado, lo tosco, lo informe; de todo lo que es bosquejo, conato, suposición; tienes que marchar firmemente hacia delante el pedernal por hito de tu punto de partida, la inmensidad de los cielos por objetivo de tu llegada. La razón ha madurado ya en tu organismo animal, y una senda luminosa, llena de paz, se lo va a ofrecer a la especie para llegar a la cumbre. En las lejanías del porvenir se vislumbra la vida, manumitida por el dolor de todo dolor; hemos dejado ya de ser animales, y vamos pronto a dejar de ser niños; todo lo alto, lo ignoto, lo adivinado, lo intuido, se nos presenta en el lejano mañana, como óptimo fruto que habremos de gustar con deleite inconcebible. SÉ HOMBRE, ni el dolor ni la muerte (que no debe ser dolor) es tu fin, aunque tengas que ir a buscar tu fin por el dolor y la muerte
»Esta guerra es la postrera convulsión de la animalidad, que se revuelve airada dentro de nosotros al sentirse desalojar del alma por anhelos del más sublime espiritualismo; es la convulsión postrera de una Humanidad que deja su cáscara de gusano para que le nazcan alas de mariposa. Todo, en esta guerra, está regido pro el destino de evolución de nuestra especie, caminando siempre hacia arriba, hacia el ensueño, que, en el fondo de todos los corazones humanos, grita sin cesar: ¡Felicidad!, ¡felicidad!
»Cuando se habló de que unos u otros prepararon e iniciaron la guerra, no se decía la verdad; la preparación e iniciación de la guerra fue obra DE TODOS; LA HUMANIDAD fue autora de ella, y toda la Humanidad ha de accionar en ella (positiva o negativamente). Ahora bien, la lucha está bien determinada: de un lado la racionalidad con todos sus espiritualismos, de otro los instintos sensuales y concupiscentes de la animalidad empeñados en satisfacerse por toda clase de medios; de un lado, el apasionamiento hacia un ideal más alto, puro y limpio; del otro, la regresión hacia ideales gastados, desmenuzados, inútiles ya para el camino de progresión.
» Y la parte de enfrente ha sido precisa para que la de este lado tome vuelo. El destino ha impulsado hacia el lado de la tiranía, de la organización borreguil, de la ambición sensual, toda la mayor ferocidad y la mayor fuerza; porque era menester que del lado de acá se acrisolaran exquisitamente todos los sacrificios, las abnegaciones, las valentías, indispensables medios de hacer triunfar la evolución progresiva, que, acaso, no se realice ya en Europa, porque, hasta ahora, no estamos más que a la mitad del derrumbamiento mas se realizará en otros continentes; la tierra toda es patrimonio de la Humanidad.
»¡Oh, no, que mi dolor de mujer madre por instinto no perturbe la voluntad del hombre racional! ¡Lucha, sufre, muere, porque tu combatir, tu sufrimiento y tu muerte, no sólo te engrandecen a ti mismo, sino a mí, que para ser hombre te engendré y te crié, y a la especie que te donó una parte de ella!»
Así, con entrañas de MADRE RACIONAL hay que hablar a los ahijados que pelean en el campo aliado. ¡Que nuestras lágrimas caigan por dentro! ¡Tapémonos el rostro con crespones de luto para que no se nos vea el dolor, y llevemos al altar del sacrificio nuestro corazón desgarrado! ¡Así la pira sagrada dará ambiente fecundo a la Humanidad del porvenir, donde nuestras almas habrán de encontrarse integradas en una mayor elevación!
Sobre la tumba de Emilio Corral Díaz queden deshojadas, como ofrenda amorosa de patricia piedad, estas frases que dedico al joven que supo honrar su raza y su especie al sufrir y morir por un porvenir mejor que el presente.
Mayo 1917
Nota. En relación con este escrito, se recomienda la lectura del siguiente comentario:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)