imagen de la cabecera


 

 

¡Oh! ¡Libertad...!

 

«Cuando la Libertad abandona un lugar, no sale la primera, ni la segunda, ni la tercera...  Aguarda a que todos se hayan ido y sale la última» (Whalt Whitman).

«La Libertad es lumbre de la vida» (Oda de El Petrarca, traducción y arreglo de mi drama Rienzi el tribuno)

 

Ella es más que todo lo que puedan soñar los poetas. Por Ella rueda la Tierra:  si no fuera su amor a la Libertad, que la empuja a huir del Sol, caería en él y sería consumida por sus llamas, pues la paternidad del Sol es tiranía para la Tierra.

Por Ella se concreta unas veces y se esparce otras la luz, la energía y el calor.

«¡Anda, anda!» va diciendo eternamente a las generaciones humanas y a los astros del Universo.

Entre nosotros, los seres organizados que empiezan a sentirse conscientes de su destino, es antorcha que guía, fuego que calienta, fluido que enardece, primavera que aviva, otoño que fructifica.

Cuando todo lo conocido, y lo desconocido, haya pasado por las mentes de los hombres aún les quedará algo que poseer: la Libertad.

¿Es abstracción? ¿Es ilusión? ¿Es anormalidad cerebral? ¿Es vaporoso escorzo de fiebre de imaginación?... ¡Qué importa lo que sea si va delante de nosotros, hacia arriba, hacia la plena luz, enseñándonos la felicidad en plena saturación de gloria.

Fragmento del texto publicado en La Aurora Social

La razón que informa toda nuestra vida no es más que una: la lucha de la Libertad contra la tiranía.

La sigue el niño, el viejo, el joven, el hombre, la mujer, el bruto, la planta y la roca: cuando se desmenuza el granito, para rodar por la colina o el regato, canta el himno a la libertad de sus moléculas desprendidas de la piedra madre para correr a sumarse en otras formas de la creación.

Más cerca: cuando esparza su aliento sobre la mente de su pueblo, ¿quién podrá detenerlo en el camino de la petrificación, donde la inercia, lo atávico y lo frío alzan sus fortalezas? ¡Detener a un pueblo que sintió en su entraña la llama de la Libertad! ¡Álcense rocas, bloques, troncos muertos de seculares poderes, como son monarquía, religión y castas! ¡Amontónese carcoma de  siglos agusanados por saturación de sensibilidades! ¡Levántense montones de cosas que fueron y no son más que restos polvorientos de la vida que huyó de ellos! ¡Pónganse erguidas todas las tradiciones, los mitos, los dogmas! ¡Hágase una barrera de cetros de emperadores, coronas de reyes, tiaras de pontífices, privilegios de sectas, oro de próceres, armas de pretorianos! ¡Rellénense los contrafuertes con todas cuantas bellezas y florescencias pueden dar de sí las viejas artes, las viejas ciencias, leyes y costumbres! Y, cuando llegue casi al cielo el dique levantado para contener a un pueblo que ama y busca la Libertad, se le verá trepar hasta la cumbre de la barrera y, desmoronándola toda, desmenuzándolo todo, abrir camino a la Deidad Sagrada que hollará cetros, coronas, tiaras, privilegios, riquezas y armas, para cantar los himnos de su triunfo, poniendo al pueblo, que la amó y buscó, frente al porvenir, frente a la vida que rueda por el Universo con generaciones, razas, especies y mundos, cantando la estrofa inmortal del progreso infinito, ¡destino del alma!, ¡energía de la reacción!, ¡símbolo del Dios Uno!

¡Oh! ¡La Libertad! Ella no admite servidores, ni sufre amos. Acepta tribunos que avisen su llegada y quiere amantes capaces de morir por Ella.

Jamás agradece ¿Cómo?... Si no busca, ni implora, ni siquiera pide. Lo que se impone por su propio valer nunca está obligado a la gratitud.

Lleva en torno suyo las oleadas vibradoras que animan los mundos del espíritu. Es de esclavos ser indolentes y cobardes, y, cuando la Libertad toca a los esclavos, los hace activos y valientes...

Se pone enfrente de los grandes y poderosos y de los pequeños y débiles: a los unos para enseñarles que no los necesita y a los otros para llevárselos a su lado y que no le estorben el paso.

En el Universo es ley que rige espacio y materia; en el Planeta es armonía que lo envuelve de bellezas; en la Humanidad es justicia que pone en el fiel la balanza hundida por las iniquidades; en el individuo es Conciencia en el vivir que activa la marcha adelante.

¡Necios ilusos los que se disfrazan de tribunos o amantes suyos, alentados solamente por el propio engrandecimiento o por el odio a los que envidian! A ninguno de ellos les sugerirá nunca la Verdad, y si le estorban mucho apartará nuevamente a los unos; y a los envilecidos, que hacen baba de su propia sustancia para ver si con ella logran hundir a los envidiados, la Libertad no los mira siquiera, los empuja con el pie y sigue.

Cuando las civilizaciones han agotado sus energías y empiezan a caer, empujadas por el odio y la concupiscencia; cuando peligra el divino legado de la razón humana que viene evolucionando hacia su perfección desde las primeras edades de la Tierra, y es el símbolo de su alma; la Libertad se alza, como una aurora, sobre la moribunda edad, anunciando otra nueva civilización más acorde a sus inspiraciones, más apta en la ruta hacia la Suma Voluntad.

Como los caudalosos ríos de los grandes continentes, unas veces camina serena, circundado floridas y ubérrimas islas, otras se desliza rápida sobre lechos de aristas, y otras salta por encima de bloques truncados, rugiendo turbulenta entre cumbres de espuma y vórtices aterradores, siendo siempre su destino igual al de la majestuosa linfa: fecundar, abrir camino, esparcir la savia de la vida, tornándose, en la paz, remanso o lago, y en la guerra, catarata o angostura.

Hasta en sus mayores turbulencias siguen a la Libertad el Orden y el Amor. ¿La hallamos ensangrentada y ronca de vocear exterminio? ¿Se torna impiadosa o inicua como las olas de las cataratas o las ráfagas del huracán, arrastrando con frenesí lo útil y lo inútil a la vorágine del sufrimiento? ¡Ah! ¡No importa! Ni en sus paroxismo más terribles la abandonan el Orden y el Amor... ¡Ellos hablarán cuando llegue la hora, ellos dirán la última palabra sobre las hecatombes y los derrumbamientos que se imponen a la satisfacción de la Justicia, eterna mediadora y compensadora!... Porque la Libertad, que nunca tiene por recibido nada, lo otorga todo: generosidad, sacrificio, abnegación, bondad, renunciamiento del yo hacia lo que es y ha de ser, son sinónimos de Libertad.

Ella no quiere el dolor, el achicamiento, la quietud, el terror. ¿Argollas? No. ¿Restricciones? No. ¿Mandatos? No. ¿Castigos? No. ¿Humillaciones? No... ¡Cadenas de manos y almas entrelazadas fraternalmente, no con la estúpida igualdad niveladora hacia abajo, sino con la suprema equidad del merecimiento hacia arriba! Cadenas de manos y de almas, marchando los menuditos, los inhábiles, los asustados, los recién venidos, entre los grandes, los laboriosos, los valientes, los experimentados, para que la sabiduría y la actividad, y el valor y la grandeza, ayuden a todos a seguir el camino.

Ante la Libertad se presenta lo sombrío, lo abrupto, lo pavoroso, lo atormentador, con todos los espantos de los elementos hostiles. Mas Ella posee las grandes virtudes de todo explorador: abre, en lo oscuro, sendas luminosas, trepa incansable sobre lo inaccesible, pasa tranquila entre lo aterrador y opone una paciencia sin límite al sufrimiento. Y al fin, en lo sombrío, irradian esplendores, lo abrupto se cubre de vías, lo pavoroso se puebla de muchedumbre confiada y lo atormentador se hace pedestal de la triunfante dicha.

Enfrente de Ella se ponen, en línea de batalla, la ignorancia, la felonía, la astucia, el sórdido interés, las malas artes de todas las raleas villanas y corrompidas, y además la vanidad y el cretinismo, las viejas endemias de la degeneración, de la regresión, las formas todas de la inferioridad mental y sentimental, las simientes de la insania humana.

Alrededor de la Libertad se amontonan, como larvas untosas y mortíferas, como monstruos acosadores, todos los vicios asquerosos de los infer-hombres, vicios que siguen en cohorte a la Soberbia, con sus caras angélicas y sus cuerpos de serpiente, con sus garras de arpías y sus voces de sirenas, ansiosos todos de manchar y desgarrar las albas vestiduras de la Libertad. Y, a sus mismas plantas, se abre el volcán del odio vil, vomitando de su entraña las injurias, las mentiras, los anatemas, las acusaciones, la lluvia abrasante de las imperfecciones que aún se albergan en los fondos de la naturaleza. ¡Mas la Libertad pasa por encima de todos sus enemigos, por encima de todas las escorias y detritus, siempre tranquila, ingrávida, diáfana, intangible, radiosa, purísima, dejando atrás, petrificados en los siglos, para ejemplo de lo porvenir, las monstruosas procacidades que irresponsablemente quisieron detenerla.

Y cuando la ruina de una civilización, de una raza o de un pueblo se impone, en definitiva, por orden del Destino, que necesita que el sueño de las edades caiga sobre ellos, para que los restos de aquellas vitalidades despierten en el lejano mañana y fecunden nuevas civilizaciones, razas o pueblos, entonces la Libertad, que ha de seguir en otra parte su labor progresiva, sale, la última de todos, de la moribunda región y, aunque en pos de sí no deje más que el silencio, la quietud y la noche, se va, defendiendo su retirada.

¡Oh! ¡Libertad! ¡Lumbre de la vida! ¡Nunca serás bastante amada! ¡Nunca te daremos todo cuanto mereces! No te separes jamás de nuestro lado, y, cuando el Átomo-Alma se desprenda de los demás átomos que le circundan y, recogiendo su esencia inmortal, penetre en las estancias del Misterio... Cuando en el trance de la muerte demos el último adiós a la Tierra sigue iluminando el nuevo sendero y oigamos tu voz celestial diciéndonos para toda la eternidad: «¡Espera! ¡Espera!»

Rosario de Acuña

Gijón

 

 


 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora
 
 
 
 
Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)