Desde esta región cántabra, desde esta Asturias casi sagrada, pues en ella resurgió la casta celtíbera, para mezclar sus bravuras y altiveces con las filigranas de la civilización árabe, creando esta raza española que toca por el norte en las augustas serenidades de la mentalidad, llega por el sur a los alados ritmos del sentimentalismo, formando el eslabón más primorosamente labrado de la áurea cadena latina... –¡Y nada importa que la degeneración en que hemos caído nos lleve al sepulcro, pues el espíritu de los pueblos es, como el del hombre, inmortal y renace siempre hacia más perfectos destinos!– Desde estos acantilados costeros del áspero mar de Cantabria, sobre abrupta meseta de roca, que las soberbias olas besan bordándola de espuma, mi espíritu os contempla, proletarios del mundo, asemejándoos en vuestra marcha de hoy a la marea ascendente que sube, impetuosa o serena, según la azote el viento o la acaricie la brisa, a sumergir escollos, a inundar deltas, a rebasar playas, a esparcir savias de vida en su animada desposada tierra.
Como esta marea, os veo llegar desde este rincón donde ansío morir; os veo subir, impetuosos o apacibles, según la pasión o la razón os toque, a los continentes de la Historia, para anegar con vuestras corrientes de vida los funestos escollos, los cenagosos deltas, las movedizas playas que durante siglos han bordeado la existencia humana de simas, diques y prejuicios, donde acaso pudiera perderse en largos días de marasmo mortal la alteza de la razón, la soberanía de la libertad, si vuestras almas no se hubieran alzado a defenderlas.
Agrupados en torno a vuestras enseñas de combate, unidos por iguales dolores, enlazados por similares esperanzas, marcháis al unísono de semejantes sentimientos; delante de vosotros camina el ángel celeste del Ideal, abiertas sus alas como albo escudo invulnerable, sin tocar apenas con sus níveos pies los abrojos de la senda, extendidos los brazos hacia el cielo para ceñir entre ellos todas las ilusiones que acarician las almas de los hombres, entonando con su voz inmortal el canto de la fraternidad humana; en su estela de luz inundados todos vosotros, seguís al santo guía, y, ensoñando un mañana de venturas, marcháis y marcháis, invitando a todos los hombres de mente y corazón a seguiros.
En todos los rincones del mundo sube vuestra marea; en todas las razas de la tierra repercute vuestra voz, y acaso en todos los ámbitos del universo se sienta el ritmo de vuestro canto; y de allá lejos, de lo desconocido e inexplorado, donde la fuente de la vida fluye cristalina y fecunda a levantar en el espacio creaciones, en el tiempo edades, en la eternidad destinos, un eco de aprobación responde a vuestras estrofas; y al alzamiento de vuestras almas hacia un mañana espléndido contestan desde las alturas descendiendo sobre vosotros el espíritu de la justicia, que os dará plenamente ese mañana mucho más espléndido de lo que le habéis soñado; porque cuando los hombres no buscan para sí mismos nada; cuando, abrasados en el amor de su descendencia, pretenden legarla el tesoro que de su ascendencia recibieron, acrecentado con una mayor ansia de perfección, todo el universo acude a sus deseos, todas las fuerzas de la Naturaleza se someten a su voluntad.
De vosotros, proletarios del mundo, es el porvenir: estas horas de horror y dolor que la acumulación de las insanias de la especie ha ido remansando en la corriente de la vida, hasta impurificar con venenoso cieno las energías de la civilización, estas espantosas horas del presente son los arietes que están removiendo los obstáculos de vuestro campo. ¿Cuándo, con vuestros brazos desarmados (no son armas los instrumentos del trabajo) hubierais inutilizado la brutalidad de artefactos de destrucción y muerte que los delirios de grandeza y el epicureismo grosero habían acumulado en Europa? Sus mismos inventores y constructores se valen de ellos para facilitaros el avance hasta el oro, al reconcentrarse en manos del Estado, os prepara la abolición del capital privado... Y aún hay más: sobre los mismos ensangrentados campos de batalla está esparciendo sus destellos el astro de la solidaridad; sobre esos campos de batalla está despojándose el alma del hombre de sus insanias, de sus concupiscencias, de sus egoísmos; en esos campos se desmenuza la última cáscara de bestia de la criatura humana; cada beso de la muerte, cada grito del dolor, arranca un prejuicio de egoísmo y crueldad del alma nacional.
¡Todo, todo está surgiendo en auroras de este hoy tremendo! ¡Cantad, proletarios, vuestro triunfo! ¡El porvenir es vuestro! ¡Que la libertad os bendiga y que, al cerrarse nuestros oídos al rumor de la tierra, entremos en el camino de la inmortalidad oyendo, por última vez, vuestro himno, anunciador de la fraternidad humana!
Rosario de Acuña y Villanueva
Nacida en Madrid en 1850
Gijón, 1916
El Socialista, Madrid 2-5-1916
Nota. En relación con este escrito, se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)