¡Salve a tu porvenir, hermosa y fecunda hija de España! ¡Al empezar el alba del siglo XX todo corazón que palpita ansioso de la solidaridad racional debe enviarte, con latido entusiasta, todas sus esperanzas y alegrías!
¡Yo te saludo, tierra prometida a esta peregrinación humana que, suspirando por llegar al eterno día de su fe1icidad, salió de las cavernas, donde rugía la bestia, para caminar, de etapa en etapa, por la senda del progreso, hasta la cumbre fúlgida donde lucirá el astro del amor fraternal!
¡Qué importa que en nuestra existencia personal, átomo leve que se aniquila al transcurrir de los años, no niegue para nosotros la hora solemne en que la augusta razón del hombre se yerga soberana de sus instintos, ofreciendo a la vida el cáliz de la paz, elevado en holocausto de la justicia!
¡Qué importa que al volver la mirada al áspero sendero recorrido se estremezca de espanto el alma al contemplar muchedumbres, destrozadas por el sufrimiento, torrentes de sangre humana que enrojecieron mil veces la morada terrena, ruinas de razas y de pueblos que señalan, como jalones de la muerte, el penoso caminar de nuestra especie desde los confines de la animalidad!
El hombre, por la soberanía de su pensamiento, puede sobreponerse a su corto existir, viviendo y gozando del porvenir de su raza, que para tan exce1so privilegio le dotó la naturaleza de razón; y al través de las crueles etapas del pasado también se miran oasis risueños donde, en apretado haz, las bondades y las sabidurías levantaron augusto monumento a la inte1igecia humana.
También descansa en alma en plácido contento al saborear el dulce fruto de la ciencia y de la piedad que surgió, depurado y aromoso, en el espíritu de los sabios y de los buenos, brindando festín de venturas sobre las hecatombes y ferocidades.
Llevemos el pensamiento a esos altos de descanso en los cuales la especie condensó sus esfuerzos para subir a cúspide paradisíaca, donde, por ley de la naturaleza, hallará la plenitud de su entidad física y moral!
¡Avivemos en nuestros cerebros el fuego sagrado donde, lentamente. a la presión de las centurias se queman las escorias, de nuestra herencia brutal y surge la llama que ilumina el porvenir de nuestros destinos!
¡Miremos allá arriba, hacia ese día futuro cuyas tibias brisas comienzan a cruzar el mundo señalándonos la causa de nuestro ser; y al saludar la aurora de todas las emancipaciones, álcense nuestras voces entonando himnos de bendición a nuestra raza latina que como albatros gigantesco ha cruzado mares y continentes sin miedo ni cansancio, para llevar a los confines del planeta el genio y la virtud!
¡Que la más preciada estrofa de nuestro canto sea para ti, América española, vanguardia de la brillante caravana de la humanidad!
¡Para ti que vas a recoger de los moribundos pueblos de Europa y de Asia, lo más granado y viril de sus hijos! ¡Para ti, que encierras enorme territorio ofrecido, apenas desflorada su virginidad, a la futura sociedad humana, que domada por el, agotamiento del dolor, vendrá dispuesta a recibir las inspiraciones de la verdad!
¡Para ti, que al través de tus convulsiones morales y políticas, necesario estado a toda organización que comienza a formarse, tienes una juventud henchida del! espíritu de la libertad; de la libertad no gozaba, en su plenitud todavía, por ningún pueblo de la tierra, y entre tus pueblos vestida con la celeste luz de la esperanza!
¡Para ti, región saturada de vida donde la naturaleza en plena virilidad, amontona sus producciones; donde Los Bosques y Las Pampas, Los Llanos y Las Cordilleras, los ríos y los mares rebosan de fecundidad!
¡Para ti, tierra vestida de perenne primavera, a quien crean los vientos de los polos y las brisas del Ecuador; por cuyas selvas vuelan aves que son joyeles de rubíes y esmeraldas, y en cuyos bosques crecen árboles que son pebeteros de exquisitas esencias!
¡Para ti, donde el corazón de fuego de nuestro planeta golpea con vigor inusitado, resoplando en las cumbres de tus volcanes el hálito que activa la fuerza creadora, esa fuerza que siembra de oro las arenas de tus torrentes, que afiligrana con diamantes las aristas de tus guirrajos y engarza las perlas en las conchas de tus mares!
¡Salve a tu porvenir, América española! Nosotros; esta vieja nación española, ya gastada al embate de los años, agotadas sus energías por el torrente de vigores que repartió entre todas las razas del mundo; esta vieja España que, como planta de potentes raíces aguantó cien y cien invasiones, injertando en las castas que vinieron a dominarla los rasgos esenciales de su característica, hasta conseguir aclimatar los más exóticos pueblos al ambiente de su cielo y de su suelo.
Esta vieja España que transformó las ferocidades de suevos, alanos y godos en arrogancias, y amansó las crudezas castellanas, engendradas por la invasión bárbara, con las astucias y malicias de los bereberes; la que absorbió, por su dominación en Flandes, caudal de Sangre Sajona y al traerla a la mansión solariega transformó sus hielos y sus tosquedades en templanzas y mesuras.
Esta vieja España que recogió de todos los pueblos del mundo lo más selecto, pues hasta la raza amarilla, por sus colonias oceánicas, la rindió tributo de sangre... Te llevó a ti, América española, la condensación de todos sus vigores, su genialidad intransformable; y como si únicamente esperase para comenzar su bajada a la tumba, el alumbramiento que te pobló de seres, así que llevó a tu regazo cuanto de exquisito y utilizable guardaba en su hogar, comenzó a sentir el ensueño de lo pasado, y envuelta en él, sin andar por el camino de la vida sino como durmiendo, sin conciencia, ha ido cayendo en el abismo de las inquietudes, donde agoniza entre sudarios de rutinas, ignorancias y fanatismos, pareciendo que su espíritu, ya exhausto de la facultad de crear, vive como el astro de nuestras noches, brillante solo por la luz que recibe de nuestra pasada grandeza, sol de luciente esplendor en el cenit de la historia humana!
¡Que todo lo selecto que te llevamos en los pasados siglos aliente con vigores depurados en la mezcla con tus aborígenes, para que, en las etapas de los tiempos, nuestra raza, enriquecida con el tributo de sangre nueva, continúe guiando a la humana a la meta de la felicidad!...
¡Y no hay que dudarlo nunca! ¡Primero, nosotros, los latinos de Europa, y luego vosotros, los latinos de América, somos la hueste escogida, es escuadrón de honor que lleva la enseña santa de la libertad y el progreso!
¡Porque nosotros, los nacidos sobre los trópicos y el ecuador, gozamos siempre, con igual intensidad, de la gloriosa luz del sol, padre amoroso de la vida y mentor eterno de todas las aspiraciones del alma!
¡Y es en vano que los pueblos del Norte multipliquen sus energías para absorbernos y aniquilarnos; es en vano que surjan desde las nieblas polares, invasiones de gentes ebrias de fuerza, gigantes de rudeza, poderosas en desprecio de la sensibilidad. Pasado el tumulto impetuoso de la irrupción, todas estas legiones comienzan a sentir sobre su helada sangre la luz brillante de nuestros días, las tibias auras de nuestras noches, el aroma de nuestros azahares, el canto de nuestros ruiseñores, nuestra vida entera exuberante de hermosuras y de poesía, siente y confiada bajo los ardientes rayos de nuestro sol, que al fin convierte en apasionado y soñador latino al más anguloso espíritu teutónico o sajón!
Porque así como los aerolitos que continuamente caen en lluvia pétrea sobre la hoguera del astro rey, sirven para avivar las gigantescas llamas de su fuego, así todo ese pululamiento de pueblos del norte que han caído y caerán sobre nuestros hogares latinos, serán consumidos por el fuego que brota de nuestras almas, sirviendo solo para engrandecer el fulgor del abolengo patrio!
Porque la vida terrenal tiende a recogerse en el espacio comprendido entre amibos trópicos, y nosotros, cuyos orígenes se vislumbran, a través de los tiempos, en las selvas del Asia central, somos los pobladores de ese espacio, donde se resolverán los destinos de la especie!
Tengamos, pues, conciencia de nuestro valor intrínseco en e1concurso de las razas humanas; vengan a nosotros las fuerzas materiales, las energías resistentes de todas las castas del Norte, que aquí en el hogar latino, y en ti, América española, quedará seleccionado todo lo que traigan útil para el fin de la vida!...¡De la vida que ha dejado rezagadas para siempre, en las sendas del pasado la fuerza bruta y el placer bestial!... ¡De la vida que marcha, erguida y sonriente, hacia la pira donde llamea el amor fraterno!... ¡De la vida que tiende a formar en los corazones humanos las purísimas alas de los espíritus angélicos!...¡De 1a vida que cantará el hosanna de su triunfo, cuando la ciencia y el arte, reyes del mundo, enjuguen la última lágrima de dolor en los ojos del hombre!
¡Gloria a tu porvenir América española! Para engrandecerte luchan los pueblos de Europa. A tus valles amazónicos, donde el humus de miles de años ha preparado digna morada para la civilización futura, irán todas las naciones a rendirte el tributo de sus grandezas, que, en su marcha eterna hacia la luz, el calor y la fecundidad, la familia humana buscará tu continente ecuatorial, dejando al fin las estériles arenas del Sahara, por tus selvas del Orinoco y del Paraguay!
Hiérguete con orgullo de desposada de la luz al mirar a tus hijos, pobladores de esos vergeles amados del sol! ¡Engrandece tu abolengo latino con esa corriente emigratoria que, desde los cuatro puntos del globo afluye como ría de inteligencias y vigores a tus naciones juveniles! ¡Prepara el hogar de la sociedad futura, que llevará en el riñón de sus códigos, no el veneno de la fuerza, sino la esencia del derecho!
¡Alzate enfrente de todos los gigantes que te acometan, segura de que llevas en tu raza el germen inmortal que, al través de las siglos ha venido labrando en las alnas la aspiración divina; y cuando los tiempos pesen sobre tu historia, cuando ninguna lucha se le prepare a tu porvenir; cuando en el regazo de la paz, la sabiduría y la bondad hayan transformado la tierra en paraíso, vuelve tu recuerdo a esta patria española que te dio la vida y lleva a su sepulcro la ofrenda de tu piedad y de tu amor!
¡Salve a tu porvenir, América española!
Santander, Cueto, 1º enero 1901
Regina de Lamo (ed.): Rosario de Acuña en la Escuela. Madrid Ferreira Impresor: 1933; pp. 219-224