–Veamos dijo el doctor con la apacible sonrisa que le caracterizaba– dígame todo esto que sobre lo objetivo y lo subjetivo ha pensado en ésta, según usted, larga noche de insomnio y cavilaciones.
Así, sin más preámbulo se acomodó en la mecedora con un movimiento de complacencia y se dispuso a escucharme con la misma seriedad que si estuviese atendiendo una grave disertación en un centro de estudio; acostumbrada a que tuviese aquella cariñosa deferencia hacia las elucubraciones de mi perturbado cerebro, di rienda suelta a las palabras, que se amontonaron unas sobre otras, sino para probar claro y preciso juicio, por lo menos para asegurar la veracidad de mis pensamientos; creo, si la memoria no me es infiel, que dije algo parecido a esto:
–Ustedes, y cuente usted que le incluyo en el número de los racionalistas, ustedes todos los que, partiendo de la ciencia experimental, pretenden señalar a las múltiples y variadas ciencias humanas el único derrotero posible de seguir, asientan como incuestionable verdad que, para llegar a aquel perfeccionadísimo y exacto conocimiento de las cosas y los seres hay que aislarse profundamente en los métodos objetivos, desviando todo subjetivismo de cualquiera especulación científica que se propongan abordar; es decir (y voy a ver, querido doctor, si puedo con el escasísimo número de vocablos que cuenta el idioma, dar interpretación a la pluralidad indefinida y asombrosa de ideas que surgen de la inteligencia), es decir, ustedes quieren demostrar palmariamente que toda verdad incontrovertible y absoluta reside fuera, radicalmente, de lo subjetivo, y que jamás puede penetrarse en las verdaderas y legitimas posesiones de las ciencias físicas o morales sino es conociendo objetivamente la naturaleza en sus variadísimas formas y modos; claro es que de estas premisas se derivan los mismos principios para todos los ramos del saber humano y si en la filosofía buscan ustedes por la contemplación de los hechos objetivos el origen de la verdad, en la fisiología la buscan por el estudio de la naturaleza exterior al sujeto, en la anatomía por el desgarramiento de músculos ajenos y en estado muy distinto al de vitalidad, al menos de la especie humana, y llegan ustedes a las mismas puertas del espiritualismo más subjetivo sin haber intentado penetrar en el mundo abstractísimo, a la par que heterogéneo, del sujeto; éste es, en verdad, el método, completamente objetivo, que ustedes, los indagadores de la razón de todas las cosas, pretenden usar en sus indagaciones científicas, y aquí, querido doctor, le hago una pregunta de las infinitas que me hice en esta noche sobre la fundamental racionalidad de sus conclusiones: ¿Es posible seguir el curso de todas las transformaciones objetivas?, o aún más claro: ¿es posible la contemplación, única y exclusiva, de la naturaleza exterior sin que el sujeto sea parte de tan admirable todo? Cuando ustedes quieren partir de una realidad que llamen objetiva, ¿es posible que lo hagan en absoluta independencia de ustedes mismos? Yo no sé, amigo mío, como podría conocerse el mundo objetivo sin el subjetivo, como no sé tampoco de qué medio se podría valer un sordomudo ciego y falto de tacto apreciativo, de nacimiento, para ponerse en relación con la naturaleza exterior, que no dejaría ciertamente de existir porque él no la percibiera, pero que indudablemente para él no existiría; y de estas espesísimas sombras de duda que me asaltan cuando supongo encontrar en el más racionalista experimentador un legítimo sacerdote de la verdad, surgen estos pensamientos míos de que me parece imposible ninguna comprensión exacta del mundo exterior sin una cumplidísima intervención del más profundo subjetivismo. Nada creo que huelgue en esta admirable máquina del Universo cuyos ejes y ruedas se mueven con tan inimitable compás, y si el hombre se empeña en conocerla y estudiarla como si no formase parte de ella, ni su conocimiento será exacto ni sus estudios serán aprovechables a sus fines humanos, que, después de todo, son los ideales de los verdaderos sabios, a los cuales nada les importaría el cómo se rigen los organismos sino fuera para aplicar sus descubrimientos al engrandecimiento de la propia especie; y no puede ser de otro modo, porque nada implicaría el dominar las leyes de la naturaleza si no trajese ese dominio un estado de mejoramiento para la humanidad. Dicho esto, dígame usted, francamente, si no encuentra hasta ridículo ese empeño de la ciencia racionalista, que casi es modificación del materialismo, en desviarse sistemáticamente de todo conocimiento subjetivo, despreciando como de baladí y escasa importancia aquellas manifestaciones subjetivas, bien de la filosofía, bien de las letras, sin comprender que, hasta en la más amplísima y desinteresada concepción humana de las maravillas de la creación, tiene que haber forzosamente un fondo subjetivo, por cuanto es el sujeto el que hace la contemplación del objeto y no es el objeto el que penetra en el sujeto.
Con la franqueza de su carácter bondadoso, dígame usted si todo lo que le expuesto lo ve como reminiscencias de mi estado morboso intelectual, o como una de aquellas concepciones de la idea más inmediata a la verdad; en cuanto a mí, puedo decirle que, sin pensar jamás en que el universo haya sido hecho para que yo lo conozca, creo firmemente que yo he sido hecha para conocer el universo, y si en esto hay subjetivismo, será tan innato como lo es el instinto de la conservación. No puedo, por otra parte, suponer que lo objetivo y lo subjetivo se puedan aislar de tal modo que formen exclusivismos de escuela; por el contrario, la verdadera sabiduría no debe desdeñar ninguno de los medios por los que pueda llegar al conocimiento de la verdad que persiga, y si el hombre de ciencia desdeñase, como ajeno a las cuestiones más arduas del saber, el subjetivismo, no podría, en realidad, seguir el curso investigador, analítico, prudencial y transigente que exige la sabiduría; nada es posible que se pueda lograr sin partir de lo subjetivo, por más que los fines sean objetivos. Todo está admirablemente ligado en la creación material, o sea, analizable, y todo hace creer que, en el terreno psicológico, se realizará la misma ley de transición o continuidad; desde el sujeto al objeto hay una serie de ondulaciones o, mejor dicho, de desviaciones, y no se puede llegar hasta la finalidad de ellas sin seguirlas paso a paso desde su principio, por más que ambos modos sean puramente relativos, pues ni la experimentación más exacta, ni la metafísica más idealista han llegado, hasta el presente, a fijar con inmutabilidad verdadera el principio y el fin de cada una y de todas las cosas, y en los conocimientos humanos sólo se pueden asentar, como seguros, los principios de relación y la modalidad en el medio.
Claro es que todas aquellas verdades que se hallan fuera de nosotros lo son realmente sin que obremos en ellas ni como agentes ni como fines, y que el mundo todo de lo objetivo, lo mismo física que moralmente considerado, subsiste dentro de un orden prefijado, sin que la personalidad del ser presente desvíe, o modifique, sus leyes, en esto estoy tan conforme como en que es imposible la negación del universo aún cuando nuestros medios de comprensión lo desconocieran, pero también hay que tener, como muy segura verdad, que nada absolutamente existiría para nosotros de cuanto nos rodea sin la condición subjetiva de aprecio que forma parte o, más claro, que es el todo activo de nuestra esencial e indesunible personalidad, por la que, y gracias a la que, podemos relacionarnos con todo aquello existente en los mundos de la materia y de la idea. Vea usted, amigo mío, cómo su cliente juzga lo objetivo y lo subjetivo posponiendo los términos y aceptando la objetividad por el sujeto, de igual modo que acepta el que, por la modificación de los medios, se pueda llegar desde el irracionalismo más efectivo a la más alta suma de juicio crítico y analítico, o sea, a la mayor cantidad de razón posible. Tal creo y me parece que es absurdo ese afán de descentralización que hoy preside el espíritu indagador de los sabios; si desde luego fuera más subjetivo podría con mayor facilidad entrar en el mundo exterior de los sucesos y de las cosas, puesto que es imposible sin el conocimiento y aceptación de sí mismo reaccionar sobre el objetivo. En cuanto a lo objetivo y subjetivo en el terreno de las artes y bellas artes, ¡oh!, en cuanto a eso tengo mucho que decir
No me dejó terminar mi sabio y entendido doctor; sin duda halló en la movilidad vertiginosa de mis palabras algo que le alarmó, y temiendo que mi acostumbrada tranquilidad fuese interrumpida por aquel remolino de ideas, se levantó de su asiento y salió de mi cuarto dejándome, como suele decirse, con la palabra en la boca.
La Ilustración Ibérica, Barcelona, 12-1-1884