Estamos dentro de nosotros mismos; el átomo, la partícula que se acondiciona dentro de su envoltura vibrátil en las circunvoluciones cerebrales, bulle, herido inapreciablemente por la emoción-idea, y con su juego de ejes y ruedecillas va haciendo ondular la sustancia gris del cerebelo, es decir, estamos pensando... y, ¿en qué pensamos? En el aparato pensador (o pensante), es decir, en el cerebro.
¿Es centro y causa? ¿Es motor de fuerza incondicional? ¿Es principio y fin de nosotros mismos? ¿Es virtual esencia, sin precedentes ni derivantes del ser inteligente? ¿Es una caverna rellena de sustancia más o menos sutil, más o menos precisa, pero sin atribuciones ni funciones especiales, sin responsabilidad ni importancia? ¿Es recinto, como otro cualquiera del cuerpo humano, donde nada se realiza, ni nada se cumple y tan perfectamente inútil para el espíritu como lo son los pies pintados en toda gloria nubosa, que solo tienen cabeza y alas? ¿Es un receptáculo o medio? ¿Es un condensador de fuerza condicional? ¿Es una manifestación finita de un principio infinito? ¿Es un agente respetuoso de una entidad superior?...
En el primer caso, nuestro pensamiento no es nuestro, es un resultante de transformaciones químicas, verificadas en el laboratorio-cerebro, donde actúan, como reactivos, los nervios olfatorios, ópticos, faciales, acústicos, glosofaríngeos, neurogástricos, etcétera, y donde las transformaciones de la sustancia-emoción dan el resultado de la sustancia-idea, y donde la depuración de la sustancia-grasa arroja el componente de la sustancia-inteligencia: un solo hornillo que se apague en ese laboratorio, bien por descuido del combustible-sangre, o bien por falta del fluido-oxígeno, un solo reactivo que se inutilice por atrofiamiento casual o por agotamiento de moléculas vibratorias producirá irremisiblemente una pérdida insustituible y, dado el caso de una perturbación radical de todos sus alambiques, retortas, condensadores, émbolos, etcétera, producirá un hundimiento general, o sea ruina-descomposición, o sea muerte, o sea anulación total del gabinete y sus composiciones.
En el primer caso, nada, absolutamente nada, tenemos que hacer con las palabras «moral», «leyes», «espíritu»... todas ellas y sus derivadas están completamente de más. ¿Se realizan actos que producen beneficios? Abundancia de sustancia gris, resultado de alimentación rica en fosfatos y en ferruginosos. ¿Se cometen asesinatos, robos y demás deslices por el estilo? Depresión de células nerviosas en los ganglios y predominio del sistema sanguíneo sobre los centros sensorios, resultado del abuso de alcoholes, etcétera. ¿Actos de virtud? Productos de la anemia y la escrófula. ¿Actos de vigor? Gran profundidad en los surcos de los hemisferios cerebrales... Y así sucesivamente quedan suprimidas, por innecesarias, las palabras antedichas, con sus derivaciones, y los hechos a que se refieren. Conclusiones: irresponsabilidad absoluta del hombre en todos sus actos, que dejan de ser buenos o malos para convertirse en «precisos»; colocación de la familia humana entre los minerales y zoofitos, capaces de ascender a seres pensantes si se les va dando con método los medios para adquirir la perfección de su sistema nervioso; anulación de todo centro, cátedra o academia para enseñanza y, en sustitución, criaderos –como los de las ostras– de niños, donde cada rapaz absorba aquellos ingredientes precisos para el desarrollo selecto de sus sesos, con los cuales ha de pasar perfectamente sin enseñanza, toda vez que si estos están organizados convenientemente y saturados de aquellas sustancias pensantes-reflexivas-sensorias, llegará a grandecito poseyendo toda clase de sabiduría... Y siguen las conclusiones: innecesario concurso de las moléculas fecundantes y creadoras (sea donde sea donde realicen su misión) para la formación del individuo-hombre, pues sabiendo perfectamente de lo que se compone, todo será cuestión de encerrarse en cualquier taller de fundición, o cosas por el estilo, y con los ingredientes necesarios (fósforo, calcio, fibrina, suero, hierro, etcétera), y mediante un dibujo bien hecho, o un modelo real acabadito, se podrán sacar del horno fornidos varones o esbeltas hembras, según el gusto del fabricante.
Veamos el segundo caso, en el que el cerebro nada tiene que ver con el pensamiento, sentimiento y demás ingredientes del hombre terrestre. Aquí se invierten los términos y nada se sabe qué hacer con la palabra «sustancia», «fluido», «reacción»... Y aún es más, aquí tampoco se sabe que hacer con los sesos y, a ser posible, creo que lo mejor sería comérselos. ¿Se convierte el hombre en un verdadero tirano de la especie y atropella por todo? Altos designios en los que nada tienen que ver los nervios (acaso heridos por ondulaciones nerviosas de un estado morboso); aquel desdichado lleva dentro –¿dónde?– un espíritu superior. ¿Se tira un infeliz de lo alto de una torre, estando en el goce de las más positivas felicidades? Pues no es que su cerebro haya sufrido una conmoción violenta, perturbadora de sus funciones de asimilación y reflexión, es que estaba poseído (¡!) por espíritu maligno. ¿Se estudia con ahínco, valiéndose de buenas condiciones fisiológicas, y por medio de las ciencias experimentales, y se descubre una verdad innegable? Pues, revelación celeste hecha al espíritu-alma. ¿Se cometen actos de positiva trascendencia, en fuerza de afinar las condiciones sensorias del individuo? Predestinación de la criatura, influida por un hálito ultraterrestre... Y así sucesivamente queda, a la larga, suprimida la entidad física del hombre y su participación en los actos de la inteligencia.
Conclusiones: negación absoluta de la racionalidad del hombre y de la intervención de sus sistema nervio-cerebral en todo acto que ejecute; clasificación de la especie humana en una clase nueva en la historia natural, que no es ni la mineral, ni la vegetal, ni la animal y que más bien se parece a un montón de escoria, polvo y desechos de los tres reinos, el cual montón es completamente innecesario para la manifestación de la inteligencia, que puede, merced a su fuerza ultraterrestre-infinita, llegar al mayor grado de perfección, metida en un botijo o colgada a modo de fuego fatuo de cualquier artefacto doméstico. Y siguen las conclusiones: nulidad de la higiene y demás ciencias encaminadas a la conservación y mejora de la salud; necesidad de embuchar a la infancia con todos los métodos de la escolástica; y, última conclusión muy parecida a la del opuesto sistema, innecesidad de la precaución natural, pues el espíritu, por obra y gracia de sí mismo, puede formar rapaces del más duro y despreciable guijarro... Y, total, de los dos modos nos encontramos sin el género humano.
En cuanto al tercero... pero hasta ahora no había reparado que me estoy calando hasta los huesos. La tormenta, una tormenta monumental, ha descargado mientras yo descargaba en estos apuntes mi cerebro y, vean ustedes lo que son las cosas, con la electricidad propia no he reparado en la ajena y está cayendo sobre mí un diluvio, la casa está cerca y en el jardín es peligroso estar durante las tempestades, conque basta por hoy de vacilaciones.
La Universidad, Madrid, 18-5-1885