Tuve la satisfacción y la alegría de conocerla. Supe que iba a hablar en Turón, un hermoso valle de estos incomparables montes astures, y allá me fui, metiéndome en aquel infierno de las minas, donde todo dolor tiene su asiento (¡Oh, qué Daniel el de Dicenta); pisé las escorias incendiadas; me libré, con inverosímiles quiebros para mis huesos de setenta años, de las vagonetas que se precipitaban por los rieles; mi garganta se contrajo con el polvo negro y los humos fétidos; mis oídos se atronaron con las estridencias de las maquinillas carboneras, el chirriar de los cables y el tableteo de los lavaderos ; pero oí y entendí a Virginia González, y por añadidura, estreché las rudas manos de aquellos mineros a la vez bravos y dulces, fuertes y tiernos, que esto son los mineros asturianos; llorando, emocionados, cuando besaba a sus hijos y les encargaba que jamás, ¡jamás!, olvidasen los sacrificios de sus padres; abracé y besé a sus mujeres, que me comían a besos cuando les explicaba la importancia capital de que se emancipasen de la Iglesia, abrazándose a sus hombres en vida y en muerte.
¡Viví dos días el aire acre del sufrimiento y el aire purísimo de una espiritualidad casi primitiva, y, por lo mismo, atesoradota de las más divinas dotes! Dos días, en los cuales, aún llorando al conocer el ambiente vicioso que la astucia del oro va introduciendo en las cuencas mineras (aun a pesar de la enorme labor purificadora que hacen siempre sus más capacitados), viví en un mundo espiritual nuevo, naciente, lleno de esplendores de razón y de conciencia ¡El marco era digno de Virginia González! La brava y sencilla mujer, cuyo esfuerzo mental es un hilo conductor de la feminidad socialista, y cuyo corazón de proletaria e inteligencia sutil acierta siempre con la nota justa para herir la mentalidad y el sentimiento de todas las mujeres buenas.
Virginia González, cuyo verbo suave o enérgico, sencillo siempre, como cumple a su misión apostólica, es digna del respeto y el afecto de todas las almas íntegras.
Hoy, Primero de Mayo de 1920, quiero rendir a esta mujer, verdaderamente ilustre, un tierno homenaje de admiración, y expresarle mi deseo de que ella, y otras muchas como ella, en todos los extremos del proletariado español, comiencen a hacerse cargo de la importancia capital de que la mujer española, en la única clase de posibles emancipaciones, que es la trabajadora, salga de la simplicidad de la vida doméstica y se una a sus hombres para acortar el plazo del gran día de la revolución social en España.
Rosario de Acuña y Villanueva
Nota
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Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)