Carta a la Juventud Comunista de San Martín del Rey Aurelio
Mis amigos:
Con todos los impulsos de vuestra juventud venís a pedirle a una mujer, tan vieja como yo, algo que anime o enaltezca la velada que pensáis hacer en el día aniversario de la Revolución rusa.
¿Cómo poner mi vida, ya casi terminada, en el mismo plano de la vuestra, empezada casi? Queréis solo mi opinión sobre vuestras ideas. ¿Y si no fuesen iguales a las mías? ¿Y si, por ley natural de los años, yo viera oscuridades esenciales en vuestras aspiraciones, y vosotros miraseis también turbias las mías?
Voy a deciros algo que nos puede unir, aunque sea momentáneamente, pues hay un lazo espiritual, que es el sentimiento de la fraternidad, el cual, aunque no quieran, hace solidarios a unos hombres con otros.
Vosotros sois los hermanos menores en esta sociedad actual y, por lo tanto, sois los más necesitados, más desamparados, más oprimidos, más desheredados y más humillados de toda la comunidad humana y, por necesidad, los más acreedores, desde todos los puntos de vista, a que las almas que sienten el amor fraternal no os nieguen ninguno de los esfuerzos de su actividad que pueda daros conocimiento, alivio, consuelo o esperanza. Con este sentimiento hacia vosotros, os diré algo, una parte, acaso ínfima, de mi opinión sobre la Revolución rusa. Vosotros, al reflejo de este sentimiento fraternal mío, que, siendo muy cálido, ha de encontrar en vosotros algún calor, armaros de paciencia si mi vejez (las vejeces son todo paz y quietud) no halla el camino de vuestra combatividad impulsiva, ¡glorioso don de la juventud!
Festejad, festejemos, el aniversario de la Revolución rusa. Batamos palmas por aquel pueblo siervo, embrutecido, vilipendiado, exprimido, que, en un arranque ciclópeo, vertió el plomo candente que le abrasaba sus espaldas sobre las manos asesinas que lo estaban quemando. A la brutalidad, iniquidad e impiedad de los tiranos rusos correspondió el levantamiento de los oprimidos rusos. ¡Bien está! Pues todavía (¡llegará la hora!) –a pesar de dos mil años de cristianismo– el equilibrio de las venganzas no se ha roto ni un solo día en el transcurso de la Historia, y el mal, detenido por una sublime renunciación al mal, está tan lejos de nosotros como esos planetas, hijos también del Sol, que, aun siendo hermanos nuestros, no podemos darles las manos: pues el hombre aún, y por muchos siglos, no devolverá el bien por el mal, ni alejará el mal por una libre explosión de amor y piedad.
Festejemos el glorioso día de la emancipación del pueblo ruso de sus seculares martirizadores; pero, por mi parte, yo no festejo otra cosa. El porvenir, lo que la organización del comunismo ruso pueda traer, de bueno o de malo, eso yo, por mi parte al menos, no lo sé. Evolución tan gigantesca como ésta en que todos nos debatimos no puede, imaginativamente hablando, determinarse en este o en otro sentido.
Una sola piedra angular, indestructible, existe para deducir lo negro o lo blanco del porvenir: la firme y segura convicción del PROGRESO de la ESPECIE HUMANA, que lleva en ella, como emanación de una Divina Luz, ¡nunca alcanzada por los ojos solos de la razón!, el impulso ardiente a un perfeccionamiento de alma y de cuerpo, siempre superador de las almas y los cuerpos perecidos: de esto no hay duda. La civilización cristiana, heredera de otras, acaso superiores a ella en ciertos modos, fue durante dos mil años la que llegó a constituir la sociedad, tal como está, pues el cuerpo sacerdotal de sus diferentes iglesias fue el único guía de sus leyes y costumbres; mas esto ha fracasado del todo y, además, ha hecho de todos los hombres de esta civilización, que por naturaleza deberían sentirse hermanos (mayores o menores, inteligentes o torpes, útiles o inútiles: todos hermanos), un inmenso rebaño vesánico, sin instinto y sin pastores, y a merced –indefenso todo él– de las tempestades de las pasiones embrutecedoras...
Festejemos la Revolución rusa como el primer movimiento convulsivo y justiciero para el alto tribunal de los siglos de una humanidad que ya NO CABE en los moldes en que ha estado metida tanto tiempo. Humanidad cuyas generaciones futuras ( de ningún modo las presentes, ni las que se ven en su aurora), al cambiar radicalmente de postura mental, religiosa, política y económica, entrarán de lleno en otra era de reconstrucción de la vida, para que ésta ascienda a organizar el alma y el cuerpo, infinitamente superior a la que estamos.
Nunca pondré motes a la Revolución rusa. Estas dos palabras abarcan la mayor grandeza. Aquello es sólo la Revolución, grandiosa, trágica, sombría, trascendentalísima para toda Europa, y aun para la Tierra. Pero, hoy por hoy, no es más que un camino abierto desescombrado, aunque esté regado por sangre, firmemente trazado hacia una mayor comprensión, un mejor amor y una más pura justicia, que el fangoso camino –también regado con sangre– en que se amontonan las milenarias ruinas de esta civilización agonizante.
Si para pensar y sentiros más fuertes en esta labor de "deshacimiento", ¡que es la única y bien triste labor que el destino nos traza en nuestra patria!, os han servido mis palabras, se da desde luego por satisfecha vuestra amiga
Rosario de Acuña y Villanueva
Gijón, 23 de octubre de 1922
La Antorcha, Madrid, 15-12-1922
Fernández Riera, Macrino, Rosario de Acuña (1850-1923). Actualidad y legado en el año de su centenario (⇑), Gijón, Impronta, 2023, pp. 266-268
Notas
(1) La carta, que aparecía bajo el título «Palabras de una vieja luchadora. El camino abierto por la Revolución rusa», iba precedida de la siguiente nota explicativa: «Nuestra antigua amiga doña Rosario de Acuña, la veterana luchadora por las ideas avanzadas, que malparada de los combates empeñados pasa sus días penosamente en una solitaria casita de Gijón, requerida por la Juventud Comunista de S.M. del Rey Aurelio para que enviara un trabajo de su pluma a la velada celebrada en conmemoración del V aniversario de la Revolución rusa, remitió las cuartillas, llenas de espíritu amplio y noble, que reproducimos a continuación»
(2) No son pocas las ocasiones en las cuales el acto de publicar en esta página un nuevo escrito de doña Rosario es el resultado de una larga búsqueda. Hay otras que todo resulta mucho más fácil: sus palabras aparecen aquí porque alguien me las ha hecho llegar, como ahora ha sucedido. En este ocasión el mérito corresponde al investigador Manuel Almisas Albéndiz (⇑), a quien agradezco que tuviera a bien enviarme una copia del semanario donde fue publicada esta carta.
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)