Srta. D.ª A. S.
Estimable señorita:
Recibí su expresiva y amable carta y me congratulé que mi «Carta a un voluntario...» haya conmovido sus sentimientos: busco que las almas buenas me comprendan, pues es para mí señal de que voy por el buen camino y la estoy muy reconocida al buen acuerdo que tuvo al escribirme.
Efectivamente, en la España actual ser libre de toda religión dogmática, decirlo y vivir cómo se piensa y habla, es catalogarse entre los mártires, pues si a nuestra carne no la aplican tormentos, a nuestras almas se les aplica la injuria, la calumnia y la desestimación, y a nuestro vivir cotidiano y económico, cuantos sinsabores se puedan, siendo cierto que, para casi todos los españoles, un librepensador es un ser malvado, un cualquiera, un incapaz de ninguna obra, por lo menos un chiflado. Y si el sujeto es mujer, entonces la hidrofobia llega al máximo contra ella: no puede ser ni buena hija, ni buena esposa, ni buena madre, ni siquiera buena prostituta; ¡nada!, ¡nada se le concede!, está incapacitada para vivir entre los seres humanos; es una «cosa» nefanda de quien hay que huir y a quien hay que escupir al pasar. «¡Una mujer sin religión! ¡Horror, horror!»: esta es la frase bestial de todas las mayorías bestiales de España, incluso las liberales, republicanas y parte de las socialistas...
Sí, amiga mía, el calvario con todas sus consecuencias es lo que espera a la mujer que sigue el camino de la propia redención y cuando se busca, además, la redención de otras entonces es, en realidad, un milagro haber llegado viva a los sesenta años... A una mujer suelta y apóstola sería de justicia matarla como a loba rabiosa. No crea que exagero; en el ancestralismo que informa la mayoría de las costumbres españolas, la mujer está considerada como una bestezuela apetitosa a la sensualidad, que debe estar atada a la estaca donde se cuelga el pernil de oso a la puerta de la cabaña.
Mas solo la mujer fuerte y consciente, seria y abnegada, será capaz de domar, de domesticar y cultivar esta raza celtíbera en completa caída de regresión: solo ella, la mujer, la eterna e inagotable fuente de amor, podrá ir anegando, en cristalinos y dulces raudales, las pinchantes asperezas que embrutecen el espíritu de nuestros compatriotas. Sólo la mujer fuerte, consciente, de voluntad templada en toda clase de renunciamientos, podrá ir criando generaciones de hombres lo menos machos posible, y aplico esta frase en el sentido de que es preciso que el hombre pase más alto que al macho animal y llegue a ser el macho humano; el macho de su especie que ha de reunir todas las masculinidades de las precedentes adquiriendo la augusta y soberana masculinidad de la especie racional, cuya meta no es la brutalidad, ni la sensualidad, ni la imbecilidad, sino el acaparamiento de todas las excelencias de la inteligencia y del sentimiento al fin supremo de hacer de la Tierra una morada de paz y de amor...
Solo la mujer fuerte, libre de toda traba social y religiosa, cultivadora de sí misma por la sabiduría y la generosidad, será capaz de crear hombres dignos de tal nombre.
Su padre de usted la puso en buen camino; en usted está seguirle firme y valerosa; la carrera que cursa usted es una de las armas para hacerse fuerte y consciente, mas no es la sola arma; es preciso que su espíritu vaya reconcentrándose de tal modo que en el fondo de su corazón quede, como diamante irrompible, el concepto de la superioridad moral e intelectual y de la responsabilidad anexa a esa superioridad, no para hacer de su vida un tejido de pedanterías, como es la vida de muchos hombres que pasan por eminentes, sino para hacer de su vida un dechado de fortaleza femenina, la más austera, atrayente y sugestionadora de todas las fortalezas.
Sea, mi joven amiga, una promesa de redención del porvenir que ya nosotras, las que acabamos la vida con más carga de amargura que de felicidades, no hemos de ver ni disfrutar; asegúrese de sí misma, sienta hondo, piense alto, vea que toda su naturaleza femenina está destinada a la progresión y el perfeccionamiento humano, porque en el gran misterio de la procreación el hombre no pone más que el impulso, la iniciación, y es del exclusivo poder de la mujer la conformación, la terminación de los hijos que, ¡ay!, serán tal y conforme la madre los haga.
Deje ladrar a los canecillos que la rodeen; todo el tiempo que le dure el caminar tendrá delante y detrás alimañas de todas clases prontas prontas a aplaudir si cae en las claudicaciones... Huya de los aplausos; la vida está llena de flores para los que no se arredran en apretar las espinas contra su corazón; y, ¡animo y valor!, que para tenerlo nacimos. Separe con firmeza de su lado a quien no la comprenda; la soledad es infinitamente mejor que una compañía llena de inconvenientes. La carrera de ingeniero agrónomo que estudia es una para la cual, después de la de medicina, tiene más aptitudes la mujer. Conclúyala y empiece a vivir de sí misma, que es uno de los primeros elementos para poder vivir para los demás.
Salude a su padre a quien le da mi más cumplida enhorabuena por haberla puesto en el camino recto del progreso y de la justicia, y reciba el mayor de la que se ofrece de usted amiga agradecida.
Rosario de Acuña y Villanueva
El Gladiador del Librepensamiento, Barcelona, 17-2-1917 (1)
(1) La carta iba precedida de la siguiente entrada: «Nuestra eminente compañera en la prensa y queridísima amiga doña Rosario de Acuña ha enviado a otra buena amiga nuestra la siguiente carta, cuyos conceptos derraman luz sobre la senda que ha de seguir la mujer emancipada»
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)