Mis buenos amigos:
Leí la carta que el señor Rodríguez Abarrátegui escribió a El Motín relatando la noble y piadosa acogida que le hicieron ustedes en el Felisa. Achaques de salud me impidieron, hasta ahora, escribirles como pensé hacerlo al día siguiente de leer aquellas frases de Abarrátegui, salidas del fondo de un alma sencilla, buena y generosa (Romántica, según el vocabulario del mocerío actual, que, entre las americanas a la pompadour y los perfumes almizclados, blasonan de positivistas, con una literatura de similor, y una cobardía tan grande en el corazón que más parecen hembras incultas, acostumbradas al gineceo, que jóvenes varones cultivados por la civilización)
Mas nunca es tarde para dar parabienes; y aquí se los envío, hoy que han llegado a sus lares sanos y salvos, de uno de esos viajes de circunnavegación peninsular que tan frente a frente los colocan del padre de la vida del mar; modelador de todas las energías humanas cuando se encrespa en sus abismos, y dulce amigo del hombre cuando lo arrulla con su quietud solemne.
En medio de este desastre de conciencias en que se debaten los españoles; en medio de esta sociedad pueril que, como el avestruz en el desierto, mete la cabeza debajo de sí misma, para no ver los peligros que la circundan y que habrán de arrollarla por muchos valladares de vicios y claudicaciones que oponga; en medio de este desmoronamiento patrio, donde solamente la Iglesia aprovecha los últimos restos de nuestras grandezas, con los que nutre sus parásitos que, al fin, habrán de llevarnos al mismo destino de Marruecos; en medio de esta desolación de la raza que se disgrega moribunda, para llevar los átomos de sus virtudes a otras regiones, causa una emoción intensísima saber que un grupo de hombres (a todo el personal del Felisa se refiere Abarrategui y a todo el personal del Felisa me dirijo yo) ha sabido sobreponerse al medio degradante que nos envuelve, otorgando su amparo, su cariño, sus cuidados y respetos, al perseguido, al ultrajado, al mártir heroico de su ideal, al romántico que ha preferido el desprestigio, la soledad, el dolor y la miseria, a la hipocresía, el rebajamiento y la claudicación de la conciencia. Ustedes han compensado, en la balanza de la Justicia, el vacío en que esta sociedad española deja a los sinceros, a los conscientes, echando toda su admiración protectora en el platillo donde se acomodan los fariseos modernos; los sepulcros blanqueados de la parábola; toda belleza por fuera y podredumbre por dentro.
¡Ah! En este camino de penalidades que emprendimos los que supimos rebelarnos a todos los ambientes de la rutina; ¡cuán pocas veces encontramos la mano amiga que, sin segundas intenciones, nos sirve de apoyo, dándonos energía y confianza! ¡Cuántas veces las pieles del cordero taparon las garras del lobo que se metió en nuestros rediles, fingiendo dulzura, para sacar, ente sus uñas, jirones de honra, sacudida en la plaza pública a los trompetazos de la calumnia y de la ironía!
¡Qué oasis para las almas que luchan sin descanso, encontrarse con almas amigas que iluminan de esperanza la noche de la duda, y nutren de fe el cansancio de la mente, y abren un surco florido en el abrojoso desierto donde el corazón se acongoja y el entendimiento se nubla! ¡Cuántas heridas en la dignidad, en el sentimiento, en todo cuanto constituye la entidad consciente del ser normal, se cicatrizan al hallarse entre almas buenas, que vierten el bálsamo de la ilusión en el porvenir, y amenguan el recuerdo del dolor con promesas de dicha!
En esta moderna inquisición que sufre la España actual, todos los tormentos se han transformado en tormentos morales (indirectamente también los hay físicos, pues a los que no tienen independencia económica se procura quitarles el modo de ganarse la vida, y este es el tormento físico). Mas para los espirituales no hay cortapisa; dan la muerte moral, la civil, ya que no puedan la material, que, en ciertos casos, también la dan, como a Ferrer; pero sobre todo hay que dar el tormento continuo ¡continuo! Aplicado en todos los resquicios de la existencia, hasta convertirla en un infierno de sufrimientos Estos son los rasgos atávicos de los Arbués y Torquemadas que caracterizan a la mayoría de nuestras clases gobernantes; y desde el rufianesco empleado de correos que tira o quema las cartas de los que imagina herejes, hasta el obispo de cualquier diócesis, que ordena a su clero que manden a sus confesados no tengan trato, ni roce, ni saludo siquiera, con el réprobo, se extiende una escala inmensa de atormentadores, entre cuyas garras se tritura al desdichado español que se atrevió a ser persona.
Pocas veces ha registrad la historia una lucha más solapada, insidiosa y espantosamente sostenida, como esta lucha que hace treinta años se está librando en España, entre la teocracia y el liberalismo. Pocas veces se verá un conjunto de víctimas, heroicas casi todas, más estérilmente perdidas en lo anónimo que esta hueste de racionalistas españoles que, desde la Restauración acá, se van muriendo, abrasados por los manejos inquisitoriales, sin dejar huellas beneficiosas para la patria, sin que sus nombres se conserven siquiera, para edificación del porvenir
¡Triste, horrenda época de dolor y tinieblas que acaso forme, en la historia del mundo, el negro sudario bajo el cual desaparezca, para siempre, la nacionalidad española!
¡Qué dulces días le dieron ustedes a Abarrategui; a ese atleta de la conciencia y de la voluntad, que camina impasible, con el sambenito infamante, erguido siempre sobre las brasas inquisitoriales! Sus horas de paz y ventura en el hogar flotante donde habitan ustedes acaso sean las únicas horas felices que, al morir, surjan en su memoria En nombre de todos nosotros, los que nunca vencimos, ni es probable que veamos la victoria, les doy las gracias; han sido ustedes buenos, piadosos, nobles; conceptos que expresan un algo que refresca las almas, como esas brisas de primavera que el mar envía sobre la tierra para que florezcan los prados y en los nidos comiencen los gorjeos Dejémonos llamar románticos; sintamos en nuestros corazones la suave emoción de la gratitud y el entusiasmo; para marchar, en estos días de negruras patrias, por entre tantos sensualistas y tantos ególatras, necesitamos llevar dentro, y muy hondo, el destello de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Mi cariñoso recuerdo a toda esa tripulación y para ustedes el sincero afecto de su amiga,
Rosario de Acuña y Villanueva
23 de abril de 1911
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)