Carta al señor don Aniceto González
Presidente del Centro Obrero de Cudillero
Apreciables amigos:
Con gran retraso recibí su carta del Primero de Mayo, y les agradezco mucho la atención que tuvieron al saludarme en día tan señalado para los oprimidos del mundo.
Yo estoy siempre al lado de los vencidos, de los desheredados. y, sobre todo, mis pensamientos y mi ternura están siempre entre los sencillos, entre los «simples», en lo que esta palabra abarca de honestidad, sinceridad, sobriedad, laboriosidad y bondad. Sean altos o bajos, pobres o ricos, yo siempre he de llamar hermanos queridos a los que saben guiarse a sí mismos por el camino de las no «fingidas» virtudes. Todos nosotros, amigos míos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, pertenecemos a la humanidad, ínterin tengamos en la conciencia el afán de amarnos unos a otros; mas hay muchísimos entre nosotros que están «enfermos, perturbados, degenerados», que no saben, que no pueden libertar su razón y su voluntad de los vicios, de las vanidades, de los egoísmos, de las supersticiones, de los odios. Éstos, sin dejar de ser compadecidos, no deben hacer cambiar de ruta a los que van sanamente por el buen camino. Procurad vosotros ir rectamente, noblemente, sinceramente, porque es muy cierto que el porvenir de la humanidad, su progreso inmediato, depende de la austera sencillez, de la laboriosidad generosa de los más humildes.
La sociedad actual se desmenuza, degenerada por sus dogmatismos supersticiosos, por su saturación de vicios, de ambiciones e inquietudes groseras y materialistas; con ella han de hundirse lo mismo los ideales religiosos que los morales, políticos y económicos que durante veinte siglos la nutrieron. y que ya no bastan «a nutrirla», como no bastan a nutrir a un adulto las papillas que lo alimentaron de niño.
¿Qué nueva guía religiosa, moral y política ha de servir de impulso a la humanidad del porvenir sino la labor de los sencillos, honestos, laboriosos y apacibles? Solo estas nobles condiciones humanas pueden levantar sobre las ruinas del antiguo mundo los cimientos del mundo nuevo, y ¿quién si no vosotros, los más despreciados, oprimidos, agobiados, desheredados de toda clase de felicidades en tantas generaciones, podrá, después de la demolición, reconstruir con acierto una más feliz sociedad?
A tanto progreso material como acumuló esta edad; a tan hondo progreso científico como se está desenvolviendo, le falta la espiritualidad expansiva, amorosa, que es la verdadera esencia del alma humana, el único motor del positivo avance, y que sólo de las últimas capas sociales puede elevarse como aroma de la especie.
Esta especialísima condición la podréis aportar vosotros siempre que no os dejéis arrastrar ni por vicios, ni por egoísmos, ni por supersticiones.
Los poderosos quieren conquistaros, las religiones dogmáticas quieren dominaros, los degenerados por la crápula quieren arrastraros... ¡Cuántos peligros os rodean! ¡Cuán pocos de los que os hablan tienen la mirada en el porvenir más allá de ellos!
Sed sencillos, prudentes y laboriosos. Todas las generaciones, que esperan en la lejanía del porvenir la hora de su vida, tienen pendientes la felicidad de la labor que hagáis.
Con vosotros estoy siempre, aunque ya será por poco tiempo, pues ni mi edad, ni mis achaques, me permiten otra cosa que guardaros en mi pensamiento el mejor sitio.
Siempre vuestra amiga
El País, Madrid, 6-6-1919
Nota
La carta iba precedida del siguiente título: «De doña Rosario de Acuña. LA FIESTA DEL TRABAJO»
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)