Muy Señores míos:
Permítanme que con esta osadía propia de la debilidad femenil, me dirija a ustedes. Para hacerles una súplica e indicarles lo que, a mi juicio, creo es un deber en una asociación que se titula «Círculo Melquiadista».
Ningún discurso, ninguna disertación, ninguna conferencia que este asturiano ilustre pronunciara en su patria, debe perderse para las generaciones venideras. Ese círculo debía tener a sueldo un taquígrafo con el solo objeto de dejar consignada, en el papel, esa portentosa verbalidad del genio que flamea, con luz meridiana, entre las brumas de este hermoso país cántabro.
¡Harta pena es que las modalidades de su oratoria arrebatadora se pierdan en la escritura, para no añadir el dolor de perderlo todo!
La conferencia que anoche pronunció es un DELITO que no quede archivada para enseñanza de la raza y ejemplo de lo que puede hacer un cerebro sintetizador (1). Toda la historia de la razón humana hasta la fecha, fue esculpida anoche por las palabras de Melquíades.
¿Es justo que ese círculo no forme su biblioteca con todas las páginas sublimes que su oratoria va trazando en los anales de la intelectualidad española? Apelo a ustedes mismos. Esa veneración, ese asombramiento que ustedes profesan a su presidente, verdadero y legítimo homenaje que debe rendirse a los excepcionales de la estirpe, no puede ser fecundo, útil, y me atrevo a decir que digno, si no se cristaliza en forma tal que agrande la personalidad de Melquíades más allá de las miserias que suelen rodear todos los presentes, y que desaparecen, en los futuros, cuando los admiradores tienen exacta conciencia de su deber hacia sus admirados.
Ya hubiera querido Draper para su historia de la intelectualidad de Europa (2), haber encontrado aquella justeza de frase, aquella precisión de conceptos, aquella insuperable manera de fustigamiento con que trazó anoche, el tribuno insigne, la evolución de la libertad y la razón!
Piensen en mi advertencia; como anoche nos dijo Melquíades, el corazón atina muchas veces mejor que la inteligencia, y las mujeres, es sabido, que razonamos con el corazón.
No se honra a los grandes sólo con aplausos y plácemes; se les honra haciéndoles vivir más que su vida, y la labor de Melquíades no debe perderse; primero por honor de la patria, después por honor suyo.
Dispénsenme el atrevimiento y queda su atenta segura servidora.
El Cervigón (Somió), 30 de septiembre de 1911
Notas
(1) Se refiere a la intervención de Melquíades Álvarez en la inauguración de la Escuela Neutra Graduada de Gijón
(2) En referencia, probablemente, al científico John William Draper, (1811-1882)
(3) En relación con el contenido de esta carta y con la relación de Rosario de Acuña con Melquíades Álvarez, se recomienda la lectura del siguiente comentario:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)