Pueblo hermano:
Una agrupación de almas españolas, no contaminadas con el petrificador aliento del egoísmo que circula en nuestras decadentes sociedades, levanta hoy su voz, desde un Tempo Masónico, para ir con su palabra a saludar esa alborada de heroico patriotismo, que, rasgando la niebla de marasmos en que se adormece el genio de la raza latina, ha irradiado desde la fértil Pontevedra hasta el golfo de Cádiz, fecundando con esplendor glorioso la patria de Comoens y de Vasco de Gama.
En todos los horizontes de la Europa meridional flamea hoy, reverberando sobre la sublime historia de la raza latina, esa actitud elocuente y arrebatadora en que vuestras muchedumbres se han colocado, al sentir, sobre las abrasadas arenas de vuestras colonias africanas, la planta brutal de los hijos del Septentrión, que llevando en sus pechos el frío aliento de los ventisqueros polares, no ostentan más grandeza que la helada grandeza del escepticismo y la fría grandeza de la ambición
Cuando la atonía propia del refinamiento de excelencias que han venido aglomerándose sobre nuestra familia latina parecía haberla despojado para siempre de aquel nervio de abnegaciones, la más alta herencia recibida de su cielo radiante de luz, y de su tierra impregnada de sol; cuando esta atonía señalaba a nuestras futuras generaciones una decadencia fatídica, en cuyo extremo no se veía otro fin que el desmembramiento y la anulación, un espasmo de titán ha circulado por tus venas ¡oh, pueblo lusitano!, haciendo percibir, a los que fervorosamente conservamos los legados de nuestros progenitores, que aún vibran poderosas las viriles energías de nuestra raza, la primera del mundo para arrancar de los inanimados bloques de la materia y del fatalismo, brillantes apoteosis del arte y sublimes manifestaciones de la libertad.
Como si todas las sombras de los héroes griegos y romanos hubieran sido evocadas en su sepulcro por los gritos conmovedores de vuestra honra herida, de vuestro suelo ultrajado, el ambiente de las tierras latinas, desde las riberas del Peloponeso, hasta los abruptos escollos de Finisterre, parece revivir al calor de aquellos días en que la matrona de Esparta le preguntaba a su hijo cómo se atrevía a volver vivo, habiéndose perdido la batalla.
¡Sálvela augusto movimiento de generoso heroísmo que circula por tus regiones, pueblo portugués! ¡Qué importa que con su satírica finura esas razas del Norte intenten neutralizar sus instintos de rapiña y el sórdido amor de sí mismas, demostrando, con su educación refinada en todo a los extremos de un sensualismo escéptico, que obran solamente por la humanidad! Tu rugido de león, herido traidora y alevosamente ha despertado el espíritu de la justicia, que señala a la contemplación del mundo el aspecto de la verdad, astro que, levantándose siempre inmaculado sobre los horizontes de la vida, ilumina, compenetrándolos de fluidos inmortales, los hechos todos de las generaciones humanas: ante su inextinguible resplandor surgirán aquellas soberbias razas que se titulan grandes porque han sabido broquelar de acero su yerto corazón, fiando a la potencia y al mecanismo de sus armamentos la soberanía del poder; como si por encima de las garras de todos los chacales, sobre la recia musculatura de todas las fieras, no se hubieran sentido ya, en las entrañas del planeta, las enérgicas vibraciones del amor humano, que ha consagrado en el trono donde se sienta la especie racional, la fuerza soberana del derecho, arrolladora invencible de los brutales derechos de la fuerza.
La humanidad, por la cual, con estudiada ficción de virtud, aseguran que batallan los hijos del Norte, les está preparando en la necrópolis de las razas su panegírico póstumo, y ante las asombradas huestes del mundo del porvenir, los gritos desgarradores el pauperismo inglés, de los colones irlandeses, de los obreros y agricultores alemanes y austriacos, irán mezclados de blasfemias desesperantes, a contar a los atónitos oyentes las angustias de una inmensa parte de la familia human, retorcida violentamente entre los hierros de la miseria y de la esclavitud, por los porta-enseñas de esas razas, pretensiosas de alentar sentimientos humanitarios.
En esos anales que allá muy lejos habrán de leer nuestros descendientes bajo el apacible reinado de la fraternidad universal, se verá con asombro hasta donde llega el cinismo de los llamados fuertes, que, olvidados de que la primera condición de la fuerza es la más alta y generosa bondad, se blindan para estar al acecho, y como aguiluchos de mala ralea, caen sobre la descuidada alondra latina, que ebria de luz y palpitante libertad, va llevando de región a región las hermosuras de su canto y las intensidades de su amor.
Vosotros, patricios portugueses, volvéis en estos instantes una de las mejores páginas de la historia del mundo: por vosotros ese misterioso decreto que impulsa a la familia humana hacia un más allá de perfección, se está cumpliendo en el actual momento histórico.
Al hartazgo enervador del bruto satisfecho, al rugir de la fiera encelada, ha sucedido ya en las etapas progresivas de la vida el culto a la piedad, la soberanía de la abnegación, el triunfo del altruismo; vosotros, en estos días de gloria para vuestra patria, lleváis en vuestras manos la antorcha del progreso; dejad que allí, en las selvas del Norte, se vincule sobre sus hijos, como fatal herencia de enfermos, el estúpido delirio de las grandezas de la razón abstracta, hueco fantasma que se compenetra en todas las generaciones del egoísmo y que, en fuerza de querer hacerse grande, se ahcica y se reduce hasta quedar convertido en ente; pingajo de la soberbia humana que se zarandea a impulsos de la baja sensualidad, para caer al fin, como en sima de cieno, en un credo de absurdas negaciones y de risibles atrevimientos.
Al calor, palpitante, vivo, del más puro e inanalizable de los amores, del amor a la patria, estáis trazando un rasgo de inmortal fulguración para el porvenir de la especie humana, cuya intrínseca virtud progresiva, que es el sentimiento, se ve por vosotros elevada en estos instantes a la jerarquía de religión.
Desde esta hermosa tierra de Castilla, como la vuestra caldeada por los más ardientes besos de la luz, nuestras almas os saludan, impregnadas de férvido entusiasmo: es el espíritu de la raza latina que, palpitando en nosotros, limpio de toda negación, se afirma en sus ideales de inmortalidad y ventura más allá del sepulcro, fusionándose con vosotros al impulso del patriotismo. Reflexionad hijos ilustres de la lusitana tierra: ved que el destino nos ofrece una hora de brillante regeneración. Lo mismo en las ásperas y melancólicas montañas de Asturias, que en los vergeles rebosantes de cantos y flores de la sin par Andalucía; lo mismo bajo el estruendo febril de la trabajadora Cataluña, que sobre las solitarias llanuras castellanas, un ansia de emancipación y autonomía domina y se dilata con las aclamaciones de un pueblo vejado, escarnecido, esquilmado por un régimen de dinastía impuesto con la fuerza y débilmente sostenido: una agrupación de regiones hermanas por la raza, iguales en los sentimientos y en la inteligencia, distintas por las costumbres, por las necesidades, por la atmósfera, por el temperamento, en una palabra, pide a gritos la España regional, la España federada, la España unida por la libertad, para el trabajo, para su honra de nación poderosa, pero autónoma, independiente y separada para el régimen de su vida interna: unámonos para realizar este portentoso ideal de la nación ibérica: derribemos fronteras ilusorias que nunca fueron impuestas por naturaleza, sino por ferocidad sanguinaria de castas de tiranos que, con tal de arruinar, no vacilaron nunca en dividir.
Tracemos en los contornos festoneados con maravillosas perspectivas de la hermosa península una sola palabra, la de Iberia, y que las blancas espumas del mar, cuando salpiquen con orlas de rocío las playas y arrecifes de nuestras costas, levanten en sus rumores de cascada, un himno de victoria que borre esa vergüenza española llamada Gibraltar, augurando con sus ecos las grandezas del porvenir para la raza latina. Entonces, esos colosos de las regiones septentrionales, cuya vida se reduce a la expectativa de desgarrarse mutuamente, tendrán que cortar sus dientes y su uñas, dejando de ser el terror continuo de media humanidad, para transformarse en modestos servidores de la paz y el progreso ¡Sí! porque la nación ibérica, libre de todo régimen autoritario y centralizador, federada desde el Mediterráneo al Océano, será el primer destello del hermoso día latino que, despertando de su noche de siglos, lucirá sobre los horizontes del planeta, alzándose desde el Oriente de la España meridional, para ir a extenderse en radiantes oleadas de civilización sobre las inmensas regiones de las dos Américas.
Que ese atropello feroz de que sois víctimas os evidencie nuestra grandiosa misión: hermanos somos, en todos nuestros corazones existe el mismo germen, la misma virtualidad de pasiones generosas, entusiastas y estéticas, por las cuales hemos ido trazando en los centenarios anales de la vida, las conquistas de toda evolución hasta el perfeccionamiento racional; por nosotros, este microscópico mundo que nos sirve de morada, se agita con los deseos de una existencia infinita; por nosotros, como vanguardia que hemos sido de la especie humana, se han ido rompiendo sobre los continentes las trabas de los dolores y la navegación. Vosotros, como nosotros, habéis legado al porvenir de la tierra, que será realizado en el territorio americano, vuestras costumbres, vuestro idioma y vuestros ideales y, como a nosotros nos sucedió en un tiempo, vuestros descendientes acaban de inaugurar con los inmensos Estados del Brasil, la era fecunda de una civilización vigorosa.
Unidos vosotros y nosotros por todo lo más grande, sublime y selecto que ha realizado la humanidad, parece que sólo faltaba para fusionarnos el grito acorde de vuestra dignidad, hollado con el de nuestra hollada dignidad; que si hoy un pueblo de corazón de nieve y blindado de acero ha osado profanar vuestro derecho de libres y vuestro fuero de débiles, aún no hace mucho otro pueblo, ebrio de demencias y henchido de metralla, intentó profanar nuestra libertad y nuestras debilidades sobre el archipiélago de las Carolinas aquella bandera invencible que, llevada en manos de vuestro Magallanes y de nuestro Sebastián Elcano, dio la primera vuelta alrededor del mundo. ¡Levantemos nuestras frentes hacia el sol de la libertad! Que sus rayos deslumbradores, en cada uno de los cuales se dilata el germen de la justicia y del amor, fecunden con vigorosos y nuevos ideales la secular existencia de nuestra raza, y que al sentirse Europa próxima a su muerte, reasuma en nosotros, herederos directos de la primera especie humana, sus deseos, sus esperanzas, sus costumbres, sus ciencias, sus artes, su civilización entera, despidiéndose de la historia activa del género racional con una fulguración de grandezas, arrancadas al genio latino por iniciativa de la República ibérica!
¡Viva Portugal! ¡Viva la confederación latina!
Madrid 13 Febrero 1890
Rosario de Acuña, E. Armada López, Micaela Jiménez , M. Elorriaga de Armada, Regina Lamo, B. Berrer Bittini, Mercedes Arniches y Barrera , Francisco Escribano, Joaquina Bittini, Misericordia Gil, Lucila Garraducho, Josefa Martínez, Concepción Martínez, Angustias Royer, Julián Ezquerra Raiga, Carmen Muriel de Gil, Enriqueta Gil, Gonzalo Gil, Luis Morales Rojas , F. Martín Llorente, Emilio Prieto , Arturo Piera Laci, Ángela Pérez, Lucía Paniaga, Carlos Lamo Jiménez, Ecilda Macía, Pascual Pérez, Casimiro Servat, Pablo Pérez, Juan Francisco Martín, A.[Anselmo] Lamo, Julián Perdiguero, Octavio Armada, Esteban B. González, Ángel Ros, Siro Torres, B.A. Mendoza, Pitágoras.: gr.: 32, Fanny Iyudale de Cavayé, Eduardo Ruiz Morales.
Las Dominicales del Libre Pensamiento, Madrid, 8-3-1890
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)