Señor vizconde de Ros
Mi respetable y estimado amigo:
He recibido su carta y veo por ella insiste en la fundación de un periódico bajo mi iniciativa intelectual. Vamos a hablar despaciosamente, ínterin podamos hacerlo de palabra, y, como es mucho lo que hay que decir, me va a dispensar que distraiga su atención durante algún tiempo, extendiéndome en mis explicaciones con una especie de método filosófico.
Mi situación social y moral no me permite arrostrar la gran responsabilidad de una dirección periodística. Primero, porque en España es cosa completamente nueva y, dado el carácter meridional de nuestro pueblo, acarrearía sobre mí una infinidad de sarcasmos y vejaciones; y, como quiera que todas ellas vendrían directamente a mi personalidad, sin ser contenidas por el prestigio de un padre, de un marido o de un hermano (único admitido por legal en nuestras costumbres), que impusiera el silencio con su autoridad masculina, resultaría que, más pronto que tarde, la dignidad de mi nombre literario, que hasta ahora tuve la fortuna de conservar ilesa, correría la misma suerte de mi dignidad social, y el desprestigio y la depreciación sería total, gracias a mi título de directora. Segundo, porque la dirección de un periódico debe de ser activa y vigorosa, de gran movilidad y expectación pública rebuscadora incansable de toda ocasión o motivo, aprovechable a los fines del periódico. Y todo esto, y mucho más que omito, obliga a la residencia en Madrid y a frecuentar el trato de gentes, todo lo cual es imposible para mí. En primer lugar, porque el sostenimiento de mi salud me impone la necesidad de vivir en el campo; y en segundo lugar, porque la honda amargura de que para siempre está llena mi alma no encuentra otro lenitivo que una existencia alejada de toda sociedad turbulenta, existencia pacífica y disfrutadora de los puros y tranquilos goces que ofrece la contemplación de la Naturaleza; siendo mi deber, si he de procurar por mi salud y mi vida, permanecer lo más retirada que sea posible (dentro de lo racional) de las grandes poblaciones y de las emociones agitadoras de un un continuo trato social. Y tercero, porque no me considero suficiente para la dirección de un periódico, tal conforme debe ser, no solo en lo que se refiere a la composición de los números, sino en lo que atañe a la influencia moral que debe dimanar del periódico representado por una dirección respetable por sus costumbres y su posición; dos elementos de que carezco completamente, pues ni tengo posición ni tengo costumbres, porque una mujer ni soltera, ni casada, ni viuda, no tiene ni aun el derecho de tener costumbres.
La imposibilidad de dirigir un periódico, teniendo en cuenta mi situación en las tres órdenes expresadas –social, física y moral–, creo que la dejo suficientemente demostrada. Usted me dirá que todo esto podía haberlo expuesto cuando del periódico hablamos: crea de cierto que jamás supuse llegaría a realizarse el proyecto, no en lo tocante al periódico, sino en lo de ser yo su directora (aun todavía creo que es un buen deseo de su amistad). Como hoy llega el caso de tratar con alguna certeza el asunto, ha llegado la ocasión de exponer claramente mis pensamientos.
Ahora bien, si de ningún modo y manera puedo aceptar la dirección (siquiera fuese solo de nombre), consecuente a la promesa que hice, en conciencia, de dedicar todas las fuerzas activas de mi juventud (solo me quedan tres años menos cinco meses para la crítica edad de cuarenta, en la cual he resuelto retirarme para siempre del trabajo activo de la inteligencia marchándome, si puedo, a la América del Sur) a la propaganda de los ideales de libertad y progreso, en todas las esferas de la vida humana, individual y colectivamente considerada; y atendiendo, como creo que es justo, a los impulsos de mis sentimientos, todos ellos dispuestos a la investigación de la Verdad, de la Justicia y de la Belleza, Trinidad sobre la que se afirman las enseñanzas masónicas, me parece que debo aceptar, y acepto, llena de satisfacción, un puesto importante en la publicación que proyecta; y me parece que debo aceptar, y acepto, si usted lo considera aún necesario para el mejor resultado de la empresa, el sitio de primera redactora del periódico, reservándome toda la parte de trabajo que pueda realizarse sin responsabilidad, en lo que se refiere a la parte social y moral, y sin alejamiento de esta mi casa de Pinto en lo que se relaciones con la parte material.
He aquí las atribuciones (algunas de las cuales) puedo realizar en mi cargo de primera redactora: Lectura de los originales que se reciban para la publicación, anotando aquellos que me parezcan publicables, quedando exclusivamente a cargo del director el que se publiquen o no. Contestación –o anotación para que sean contestadas– de las cartas que se relaciones con los trabajos literarios o científicos del periódico. Toda esta correspondencia será vista por el director antes de ir a su destino. Respecto a la correspondencia administrativa, exijo no tener ningún género de intervención en ella. Redacción de artículos y sueltos para el periódico, unos firmados y otros no, según convenga. Planteamiento de reformas y variaciones, en la forma y fondo, del periódico, siendo de la exclusiva voluntad del director aceptarlas o no; y, por último, todos aquellos asuntos que se relaciones con la parte doctrinal, científica o literaria del periódico, siendo siempre el director quien resuelva definitivamente sobre todos ellos.
Una vez admitida de esta manera mi representación en el periódico, vamos a hablar de él.
Adjunta mi opinión en forma de croquis legible respecto al nombre, doctrinas y condiciones del periódico; este que le envío a modo de corolario de lo que, a mi juicio, debe de ser el periódico tiene las especificaciones siguientes: El nombre del director va en blanco; usted podrá llamarle como tenga por conveniente, en la inteligencia que, desde el instante en que esté nombrado, sea el que fuere, será por mí considerado como el verdadero director. Será una suerte para mí que se elija una persona respetable, que (si es posible) no haya sido nunca director, para que su nombre resulte nuevo a los oídos del público (el eterno joven de la especie humana), hombre de no mucha edad, con familia, y sin muchas ocupaciones activas; que tenga estas dos precisas condiciones: trabajador y afecto a la orden; si es algo ambicioso, mejor; de lo demás, Dios proveerá. El título de primera redactora que me adjudico, haciéndolo público, me coloca en actitud de trabajar sin exponerme audazmente, ni exponer al periódico, a las envidias y los sarcasmos, y ofrece en cambio el prestigio de mi nombre, que (aunque sea inmodestia el decirlo), hoy por hoy puede asegurar más de mil suscripciones, pues pasan de mil las cartas de adhesión incondicional que guardo en carpeta.
El título del periódico lo he meditado mucho: me parece armonioso y fácil de pronunciar, cosas que hay que tener en cuenta para la vociferación, buen medio de propaganda. La doctrina moral, científica, política, religiosa, artística y social que expone como credo en sus márgenes la he aquilatado mucho en los crisoles de la reflexión, condensando en ella cuanto he estudiado y visto, dándole sobre todo un carácter masónico que, sin manifestarse en palabras, se vea en el fondo. Si no está con arreglo a lo que convenga, yo no sé hacer más.
Ahora bien, queda una parte principal que son las anotaciones dispositivas sobre la dirección y la redacción. Creo que una de las causas de que en España no exista un periódico fuerte, digno y rico es el que casi todas las empresas periodísticas, sobre todo las políticas y doctrinales, establecen de dos maneras erróneas su administración: una es nombrando algunos redactores con sueldo fijo; la otra es no teniendo ni redactores ni colaboradores, y especulando con la vanidad de los que solo se contentan con ver su nombre en letras de molde. En el primer caso se acarrea a la juventud a la vida febril, casi siempre inmoral y al fin viciosa, del menudeo. El redactor de un periódico en buen castellano es el que lo escribe; pues bien, un periódico debe de ser escrito, sin exclusivismos, por todos los escritores que estén conformes con un credo. A lo más, cada periódico podría tener dos redactores para la composición del número y contestación de la correspondencia; fuera de esto, la columna pagada, sea quien fuere el que la llena. Las ventajas de este sistema son: primero, quitar todo motivo de chismografía, suspicacias y favoritismos que tanto perjudican al ambiente moral; segundo, dar infinita y amena variedad al periódico, consiguiendo que el público no se canse nunca de él; y, tercero, evitar una serie de compromisos respecto a escritores inéditos, pues el que paga tiene el derecho a elegir lo mejor. Es bien seguro que, a lo primero, sale cara la empresa, pero si se logra establecer la corriente simpática con los lectores durante los primeros meses, una empresa organizada así llegaría a ser poderosa. En cuanto al periódico que no paga, ni a redactores ni a colaboradores, podrá vivir, pero jamás prosperar, y menos afirmarse; y, al fin y al cabo, cae en el desprestigio, porque el trabajo intelectual, tal vez más que el de cava, necesita ser pagado. El precio de diez pesetas que he puesto puede aumentarse o disminuirse, según los elementos administrativos, pero debe constar siempre un precio por columna; piénselo despacio y verá usted como es lo conveniente; todo lo cual no quita que los buenos hh\ que quieran contribuir generosamente a la prosperidad de la empresa puedan hacerlo en todos los números.
Todas las demás partes del proyecto –lo mismo que estas– excuso decirle que estoy dispuesta a modificarlas, excepto en lo que se refiere a la doctrina pues, con la lealtad, que es mi única virtud, le digo que allí donde mi nombre aparezca con alguna representación ha de respirarse el ambiente librepensador, republicano, anticatólico. Si así no conviene en esto, yo escribiré en el periódico, como escribo en otros muchos, pero solo como colaboradora, sin ninguna atribución especial.
Ahora bien, si todo lo expuesto y dicho resulta con mi modo de pensar acorde, y con sus proyectos consecuente, dígamelo, y enseguida empezaré a estudiar el programa que deberá ir encabezado con el adjunto croquis y que redactaré como discurso proclama Al Pueblo, poniendo en él mis cinco sentidos; el extracto de la mayoría de mis estudios; el inmenso y profundo amor que guardo hacia todos los seres desgraciados e irresponsables de sus desgracias; y el odio, tan profundo e inmenso como el amor, que siento hacia el jesuitismo, dentro de cuya secta vil existe la familia impía a quien debo muchas lágrimas, muchas desesperaciones y el solitario y triste porvenir que me espera. Con estos ingredientes creo que saldrá un programa regular y que, moviendo la opinión durante tres meses, podremos inaugurar el periódico bajo los mejores auspicios. El tamaño del periódico usted determinará cual ha de ser y en el programa podrán incluirse los nombres de todos aquellos hermanos, o amigos, que prometan asidua y constante colaboración.
En cuanto a las demás menudencias ya hablaremos de ellas, que con el tiempo maduran las uvas y lo primero es lo principal, pues no supongo habremos de disputar por asuntos pequeños estando acordes en los grandes.
Comunique a Isabel, si así lo quiere, el proyecto y la carta; por mi parte, no solo no tengo inconveniente, sino que estimo su criterio en mucho, y cualquiera modificación o reforma que ella indicase será para mí muy tomada en cuenta. Por mi parte tampoco hay inconveniente en que participe el asunto a los hh.·. que crea usted puedan contribuir con sus luces y buena voluntad al mejor resultado de la obra.
Aprovecho esta ocasión en que tiene ya ejercitada la paciencia con la lectura de ésta, para decirle que aquí no ha dado señal de vida ninguna autoridad, y que habiendo yo, particularmente, preguntado al cabo del puesto de la Guardia Civil he sabido que no han recibido carta-recomendación alguna. Lo mismo he hecho con el alcalde, que es persona muy fina y que alguna vez me visita; tampoco ha recibido nada. Se lo digo solamente para que, estando en autos, no tenga que agradecer favores que no le hayan hecho: siempre es bueno saber a qué atenerse.
Recuerdos a Isabel y para usted de su atenta amiga s.s.q.b.s.m.
Rosario de Acuña
3 de julio de 1888
Nota. He puesto «periódico masónico» por deferencia a la orden, pero mi juicio particular es que no debería nombrarse así, y solo en los hechos, no en las palabras, corroborar su filiación.
Manuscrito conservado en la Biblioteca Histórica Municipal de Madrid
Fernández Riera, Macrino, Rosario de Acuña (1850-1923). Actualidad y legado en el año de su centenario (⇑), Gijón, Impronta, 2023, pp. 238-244
Notas
(1) Al encontrarse entre los documentos que integran su archivo personal (⇑), que se conserva en la Biblioteca Histórica Municipal de Madrid, cabe razonablemente pensar que se trata de una copia de la carta enviada a su destinatario.
(2) En relación con el contenido de la carta, se recomienda la lectura del siguiente comentario:
La masonería con «su importante influencia», es para ella un estratégico bastión en la campaña de Las Dominicales en la que está inmersa, pues no solo le proporciona amparo y defensa, sino que además le brinda la posibilidad de ir sumando a su causa nuevas...
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)