El mocito se las traía. Vivía en un barrio popular, pero en una casona grande y vieja, cuyo piso principal lo tenía alquilado un clérigo, vara alta en la parroquia, con vistas a Roma, y bien cubierto de peluconas, y en el piso segundo vivía un retirado de la milicia, cojo de la pata derecha, por lo que andaba siempre torcido, y manco de la misma mano, por lo que se manejaba zurdamente; con un ojo menos, con lo que no veía más que a tres palmos de las narices, y lleno el pecho de cruces y de medallas, de tal manera, que vivía en grande con los que le rentaba.
El mocito habitaba encima de estos vecinos, y así
abarcaba más horizonte y tenía mejor aire; era un ricacho,
gracias a los gatuperios de sus progenitores, y se alocaba al
lado de su madre, una beata viuda, que cuando mandaba
La cosa iba bien. ¿Había verbena en el barrio?...
pues el chico de la viuda ya estaba en danza: como él
quería se colgaban los faroles, tocaba la música lo que él
mandaba, disponía de todas las hembras y tenía bajo la
pollera a todos los machos, se quemaba la pólvora que él
quería y a la hora que le daba la gana, y
¡viva
En fin, todo el barrio empezó a amoscarse con aquel zascandil, el primero en todo La viuda y los parientes del chico, es verdad que daban algo, y, como entre la chusma el hambre medra siempre, se tragaban el anzuelo de aquella calamidad semi-infantil, semi-imbecil y semi-pícara, a cambio de alguna tajadilla manida, algún pingajo todavía de poner o algunas chancletas viejas para irse arrastrando sobre el fago ; mas el mocito crecía, y con él crecía la mandonería y la imbecilidad y la picardía, y el ríome de todos para hacer mi santa voluntad sin más tus ni mus; que todo el barrio había de ser monigote de sus gracias, de sus caprichos, de su vanidad y de su estultez
El pati-manco-tuerto miliciano y el bien cebado regoldador clérigo estaban ya que no les llegaba la camisa al cuerpo, porque barruntaban que, por haberse agarrado demasiado a tan comprometedora aldaba, se les iba a venir la puerta encima, y en cuanto a la viuda, que, como toda beata, no era tonta más que para hacer algo útil o bueno, todo se la volvía extremar sus disciplinazos, esperando del otro lado de las tejas, hacia arriba, el remedio de aquella trifulca que empezaba a conmover el barrio.
Lo que era de esperar sucedió. Una mañanita se olvidó la chusma de las tajadas podridas, y de los trapos rotos y de las chancletas sin forro que les daban los de la casona; empezaron a ver que el paraíso que les ofrecía el clérigo era solo para él, mientras los demás estaban en el infierno; que el terror que les inspiraba el miliciano era una tontería, pues con pata de palo, mano de goma y ojo de cristal no podría mucho, y en cuanto a los desplantes del mocito, ¿qué iba el a hacer el día en que todo el barrio se le echase encima?... La cosa pasó como debía de pasar: al baratero, de mala casta por los cuatro costados, no le valió ni la iglesia, ni la milicia, ni el ascetismo de la demente beata. En un dos por tres, sin organización, sin armas, sin otra cosa que palos de escoba, mangos de zorros, ganchos de trapero, y encendedores de faroles, mas con toda la saña de un pueblo ya harto de que se les tome el pelo, les dieron tal paliza al mocito, al clérigo, al miliciano y a la viuda, que apenas valieron después para que se los llevase el barro de la basura. Del clérigo no quedó más que el solideo; del miliciano, la pata de palo; de la viuda, un pedazo de cilicio; y del mocito, las botas con las canillas dentro, que no se las pudieron sacar de estrechas que le estaban
Así terminó, para escarmiento de pícaros y advertencia de tontos, aquel baratero de barrio y sus secuaces.
El Socialista, Madrid, 10-5-1923 (1)
(1) El texto iba precedido del siguiente comentario de la redacción del periódico: «Como homenaje a la memoria de la gran escritora y excelsa mujer que fue doña Rosario de Acuña, fallecida el pasado domingo [sábado, en realidad] en Gijón, publicamos el siguiente trabajo suyo, escrito en los agitados días del verano de 1917, y cuyo asunto se da en la vida real y seguramente tendrá en ella el mismo desenlace que la eximia escritora le daba en su fábula»
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)