CUENTOS y RELATOS
El crepúsculo de una tarde de junio envolvía entre vagas sombras la hermosa vega de Córdoba; anchos festones de rojizas atmósferas acariciaban con sus flotantes pliegues la joya más preciada de la corona de Abd-er-rahman, joya que entre la filigrana de su ojivas enseña a nuestra generación la mano bárbara de los profanadores del arte o de los envidiosos de nuestras riquezas... (Revista Contemporánea, Madrid, 1876, abril-mayo).
(1880) Sobre la hoja de un árbol
Terminaba el otoño; debajo del ancho esparragado de mi casa, toldo que fue de verdes hojas y hoy deja al descubierto los retorcidos sarmientos de las viejas parras, se extendía esa mullida alfombra con que el invierno viste la húmeda tierra; el viento del otoño, arremolinando las secas hojas de los vecinos árboles, trajo a mis plantas la de un castaño de indias, que entre varios formó en estío una fresca alameda propia para soñar venturas imposibles o para recordar dichas pasadas... (El Comercio, Gijón, 27-10-1880)
(1881) Melchor, Gaspar y Baltasar
Érase una tarde del mes de noviembre; recios copos de nieve caían en las extensas llanuras de la Mancha, vistiendo de blanco ropaje los humildes tejados de un pueblecito, cuyo nombre no hace al caso, y cuyos habitantes, que apenas pasaban de trescientos, tenían fama por aquella comarca de sencillos y bonachones... (Tiempo perdido. Madrid: Imprenta de Manuel Minuesa de los Ríos, 1881, págs. 7-60)
(1881) El primer día de libertad (Memorias de un canario)
Viajero que pasas, si te detienes junto a esas piedras que bordean el camino, recoge estos apuntes que te dejo entre las finísimas hebras de mis plumas; párate y escucha las últimas frases de mi agonía, escritas entre los píos de mis postrimeros gorjeos; ¡ojalá que medites al terminar lo que leyeres!, ¡ojalá que busques entre el terroso polvo que pisas... (Tiempo perdido. Madrid: Imprenta de Manuel Minuesa de los Ríos, 1881)
(1881) El amor de la lumbre
El sol se oculta entre las rojas brumas de una tarde de invierno; con su luz se va ese dulce calor que aviva nuestra sangre y desarruga las últimas hojas que aun se columpian en los desnudos árboles; dentro de pocos instantes la noche, y con la noche el hielo, envolverá en frío capuz de tinieblas y de escarchas esta tierra donde reposa la muerte y lucha la vida… (El Liberal, Madrid, 2-2-1881)
(1881) A vista de araña
Allá por el Oriente empezaban a iluminarse con las vagas tintas de la aurora, los contornos de la tierra. Toda la creación se estremecía con esos albores que traen a la naturaleza nuevos efluvios de vida y calor. La Naturaleza comenzaba a vivir ansiando levantar el himno de bienvenida al sol, alma del mundo, que, con sus rayos de fuego, marca el paso del tiempo en el reloj de la existencia... (El Liberal, Madrid, 27-3-1881)
(1881) Fuerza y materia. (El nido de una golondrina)
¿Qué es el espacio?... ¿Qué es el universo?... ¿Qué es el alma?... Masa inconsciente de inconsciente materia por sí misma llevada a la formación de los cuerpos; torbellino de átomos; infinito de monadas que en la vertiginosa carrera de sus deseos se unen a sus afines para latir en forma de sol, de planeta, de roca, de vegetal, de molusco y de hombre (El Liberal, Madrid, 17-7-1881)
(1881) ¡Ilusión...! (Recuerdos de una alondra)
Aprende en mí, viajero fatigado por las asperezas del camino, pastor que cruzas detrás del esparcido ganado los agrestes riscos de la sierra, campesino que te inclinas afanoso sobre el profundo surco, que acaso no te devuelva el fruto de tu trabajo; artista que terminas con febril emoción la ímproba tarea Aprende en mí, quien quiera que seas... (El Liberal, Madrid, 4-9-1881)
(1881) La roca del suspiro. (Tradición vascongada)
En las montañas de Vizcaya, bajo su cielo ceniciento, y en su costa bordada de escollos y salpicada por un mar casi siempre turbulento y sombrío, sobre un promontorio de granito que avanza en áspero talud entre las olas del océano, álzanse, en la misma roca asentadas, las ruinas de un castillo, medio cubiertas de zarzas y de hiedra, y solamente habitadas por... (El Imparcial, Madrid, 9-1-1882)
(1881) El invierno (Dibujos a pluma)
El sol se inclina rápido al occidente, como si temiera que el soplo del cierzo enfriara su incandescente esfera. Grandes masas de nubes cenicientas, pesadas, aplomando el azul opaco de los cielos, cruzan por los espacios empujadas con violencia por encontrados aquilones. Allá, muy lejos, vibra el eco apagado de alguna esquila o el querelloso ladrido del perro del pastor... (El Liberal, Madrid, 9-1-1882)
(1882) La tristeza
Hace muchos años que en una aldea pobre y miserable de las montañas cantábricas sucedió lo que voy a contar; misteriosos signos de un antiguo pergamino, traducidos por un viejecito del lugar, me hicieron conocer el suceso, que, si no en aquella aldea, puede colocarse en cualquiera otra parte pues para el caso es igual; de este modo dice la crónica... (La siesta. Madrid: Tipografía de G. Estrada, 1882)
(1883) El pedazo de oro (Cuento de antaño)
Allá por los años de la conquista americana, llegó de Nueva España un valiente y aguerrido soldado, natural de las montañas asturianas. Venía del Nuevo Mundo, ya libre del servicio patrio, trayendo, por toda riqueza, una inmensa pepita de oro, que era, relativamente a la pobreza de su familia, una verdadera fortuna... (La Ilustración Ibérica, Barcelona, 1-12-1883)
(1886) La noche
Vosotros no sabéis lo que es la noche. Vosotros los que vivís en ella, los que durante sus horas ponéis en movimiento las moléculas de vuestros sentidos, no conocéis la noche. El gas o la electricidad brillan, fulguran, arrancan chispas diáfanas al oro y a la pedrería… Empieza vuestra vida; la mesa del banquete os espera; el blanco lino en arabescos lustrosos... (Las Dominicales del Libre Pensamiento, Madrid, 3-1-1886)
(1888) Certamen de insectos
Érase una mañanita de mayo, muy clara y muy serena, cuando empezó el Sol a iluminar con sus rayos uno de los más hermosos valles de la tierra: estaba aquel día el Sol de buen humor, es decir, brillaba de modo que parecía que sus reflejos eran un manojito de hilos de oro, ensortijados sobre las hierbecitas de los campos y las hojitas de los árboles; y como estaba tan de buen humor... (Certamen de insectos. Madrid: El Porvenir Editorial, 1888)
(1888) La casa de muñecas
Acababan de regresar los niños Rafael y Rosario de sus respectivos colegios, y con la alegría propia de haber sacado en los exámenes notas de sobresalientes. El niño tenía nueve años; la niña ocho: sus almas gemelas en sentimientos y en inteligencia, habían sufrido una lamentable desviación en los colegios a donde los habían llevado sus padres, que por sus muchos quehaceres... (La casa de muñecas. Madrid: El Porvenir Editorial, 1888)
(1892) La abeja desterrada
Érase una colmena bien poblada. ¡Y qué bullicio había en ella! «¡Vaya, vaya con el lance!» –decía la muchedumbre de las abejas «¡Habrase visto necedad como la suya!» ¿De qué se trataba? Poca cosa; una abeja que se había empeñado en derrochar miel… ¡a quién se le ocurre! Era una sola entre las mil del colmenar... (Heraldo de Madrid, Madrid, 27-6-1892)
(1892) El enemigo de la muerte
«El conflicto es importante: estáis en mi presencia porque yo no cuento con bastantes fuerzas para resolver la cuestión; me acordé de vuestros padres, la Soberbia y el Sensualismo, pues donde yo ando están bien esas dos pasiones tan corruptoras como yo, convencidos de que es necesario cese ese estado de cosas en la aldehuela de Cariamor, donde campa por sus respetos el doctor... (El País, Madrid, 22-8-1892)
(1892) Los pinceles
Todos tenían un alma; un alma pequeñita, sutil, indivisible e impalpable que no se sabe cómo había ido formándose cuando las varillas de pino se habían encontrado con aquellas borlitas de pelo de marta, sedosas y flexibles, sujetas por un canutito de metal. Entonces, del contacto de aquellos tres productos de la Naturaleza, puestos en vibración simultánea... (El Cantábrico, Santander, 12-9-1901)
En una aldea de las montañas gallegas, alejada de las últimas casas y sobre un cerro que domina el mar, había una cabaña en la que vivía la pobre abuela, Justa, viejecita, arrugada y rosada como las manzanas que se guardan entre la ropa; tenía ya los cien años cumplidos, y aun sus ojitos, vivos, y lucientes, alcanzaba a ver los horizontes, y aun sus piernas secas y duras... (La Campaña, París, 8-7-1900)
[ X ] (1901) Periquín (Biografía de un gorrión)
¡Cuánto lloráis a vuestro pequeño gorrión! ¡Y en verdad que mereció esa pena! ¡Pobre Periquín! ¡Cómo aleteaba, entonando al compás de sus alegrías de pájaro el dulce «pío pío» de criatura mimada! ¡Qué bien os conocía y con qué mohines de ternura recibió de vuestras frescas y virginales bocas la migajas de pan y el sabroso cañamón! ¡Qué nidito tan blando y caliente encontraba... » (El Cantábrico, Santander, 12-10-1901)
(1901) El cañamón dorado (Imitación de Andersen)
El cañamón gordo, como si hubiera estado recapacitando sobre todo lo que sus hermanos pidieron, dejó pasar un rato de silencio y después, ahuecando la voz cuanto pudo, dijo: «Señora hada, puesto que con tanto empeño y seducida por mi hermosura quiso otorgarme lo que más vivamente deseo, le suplico que dejando a la casualidad mi porvenir, me conceda la dicha de... » (El Cantábrico, Santander, 29/30-12-1901)
(s.a.) El baratero
El mocito se las traía. Vivía en un barrio popular, pero en una casona grande y vieja, cuyo piso principal lo tenía alquilado un clérigo, vara alta en la parroquia, con vistas a Roma, y bien cubierto de peluconas, y en el piso segundo vivía un retirado de la milicia, cojo de la pata derecha, por lo que andaba siempre torcido, y manco de la misma mano, por lo que se manejaba zurdamente... (El Socialista, Madrid, 10-5-1923)
(s.a.) El país del Sol
¡Hasta la nieve cuaja en sus montañas! ¡Tiene todo cuanto la tierra puede dar para hacer feliz y hermosa la vida del hombre! Sus flores y sus frutos son los más bellos y exquisitos del mundo. Desde el cedro y la palmera hasta el pinabete y el roble crecen en sus bosques; por sus valles cruzan ríos de agua purísima filtrada de los hielos de sus cumbres. En sus mesetas se cimbrean... (Cuentos breves. Barcelona: Editorial Somo, 1929)
(s.a.) El cazador de osos
Estamos en Espinama. El escenario es digno de los personajes. Al norte, la gigantesca cordillera de los Picos de Euopa, con sus lastrones de piedra cortados a pico sobre torrentes y ventisqueros coronados por el coloso morrón de Peña Vieja; bloque inmenso, de más de un kilómetro, que, como las antiguas esfinges egipcias, se eleva inmóvil sobre un basamento de granito... (Regina Lamo (ed.): Rosario de Acuña en la escuela. Madrid: Ferreira Impresor, 1933, pp. 69-76)
Notas
1. El año que aparece al lado del título es aquel en el que fue escrito o, en el caso de no figurar este, el de su primera publicación conocida.
2. Los títulos que van precedidos de una cruz, no están incluidos en las Obras reunidas (véase el comentario 113. Las Obras reunidas ⇑)
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)
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