(Fragmentos)
No hay más que verlas para sentir conmovida el alma con el puro amor que las domina. La de las selvas, la doméstica, todas ellas parecen vivir solo para aquellos pedazos de vida que se animan bajo sus alas. ¡Miedo!, ¡timidez!, todo ese terror propio de los seres muy libres desaparece como por encanto al contacto de aquellos rebujillos de pluma que palpitan junto a su corazón. Se acerca la serpiente, «¡no importa!, he aquí mi pico pronto a herir, no temo su fascinación». Se acerca el búho, el alcotán, «¡no importa!, mis aletazos sabrán hacerlo huir». Es el perro de la huerta que asaltó el corral, o el gato de la granja que entró en el gallinero, «¡no importa!, ¡ya verá lo que es bueno cuando se encuentre con mis garras o con mi pico!... ¡Mis hijos!, ¡mis hijitos! ¡Pobrecitos! Para ellos todo, los granitos que encuentre, el pienso que me ponen; para ellos todo, mi comida, mi calor, mi paz, mi salud, mi vida. ¡Que ellos coman, que gocen, que vivan! Yo no soy nada, nada, nada más que madre».
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Reconocido por el juzgado el retrete de la casa, se encontró el cadáver de un niño recién nacido que, según dictamen facultativo, había sido introducido con vida en tan inmundo sitio. La joven infanticida es una distinguida señorita hija de un empleado del Estado.
Envuelto en unos trapos medio quemados, enterrado en un montón de estiércol, se encontró el cadáver de una niña que la pastora de la granja había dado a luz aquella noche, en perfecto estado de vitalidad, según dictamen facultativo. (Noticias de periódicos).
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¡Oh! ¡Las madres!, ¡las madres humanas... y cristianas! ¡Qué edificantes!, ¡qué sublimes!, bien cuando queman o despedazan a sus hijos, bien cuando rellenan las inclusas a los nueve meses del carnaval, o a los nueve meses de la feria del pueblo.
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¿Y qué hace esa religión para afirmar en las sienes de la especie humana la corona de la racionalidad tejida con todas las elevaciones morales de las demás especies? ¿Qué hace esa casta de escogidos, de ungidos –¡nada menos que por Dios!–, que no borran, desde las oscuridades del confesionario donde reinan y gobiernan sobre las almas femeninas, todas esas monstruosidades que son trama esencial de las actuales sociedades?... ¡Ah! Ellos están allí con el hisopo del agua bendita para lavar y dejar cándidas y puras las almas femeninas, ¡con esto basta!
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En nuestras aldeas es corriente esta frase: «al fin es animal y, como los animales no confiesan, debe siempre temérseles». Estos mismos campesinos que tienen este pequeño credo en la boca, son los padres de esas hijas que entierran a sus hijos en estiércol o los echan al horno o a la inclusa, que es lo mismo. ¡Dulces y bellas almas de los animales!, ¡benditas seáis vosotras que nos reconciliáis con la vida! ¡Vosotras que no confesáis y sabéis amar, que no confesáis y sabéis lo que es sacrificio, que no confesáis y que hallaréis abiertas las puertas del paraíso si el paraíso existe!
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(Fragmento del último capítulo titulado «El porvenir»)
Sí, la humanidad será suya, de ellas, de ellas solas, de las madres; con esta sublime frase: «El hijo es mío», estará sellada la última evolución de la especie humana, la especie que sobrevenga llevará los caracteres del amor a las más altas perfecciones del racionalismo: no será solo humana –con ese adjetivo, únicamente adjetivo, de «cristiana», similar a los de «judía», «budista» o «musulmana»–, será nacional. ¡Lloremos nuestra venida a la Tierra cuando la madre humana no ha salvado todavía –en su excepción más alta de amor todavía no los ha salvado, en su mayoría está por muy abajo– los límites de la animalidad! ¡Copiemos!, ¡copiemos a la bestia!, ¡a la santa y sagrada bestia!, ¡el verdadero ángel con quien debe soñar el orgullo del hombre! Tenemos aún que tomar infinitas lecciones de nuestros excelsos progenitores para depurar todo el atavismo de los primeros rudimentos de la vida para llegar, paso a paso –¡qué enormidad de tiempos!–, a la hora de nuestra coronación de reyes del planeta.
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¡Mujeres, mujeres futuras!, ¡solo madres!, ¡salud! ¡Salve a vuestra majestad, a vuestra libertad, a vuestra consciente mayoría de edad en las décadas de los siglos, a vuestra liberación del macho, que afirmará sobre el planeta la evolución del racionalismo en sus más culminantes alturas!
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)