El ciego no ve el sol, pero lo siente; procura que sea la virtud el sol de tu vida.
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Cuando una hoja de un árbol cae marchita, el primer gusano que pasa a su lado hace en ella su nido; cuida que tu corazón no se marchite nunca.
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La primera espina que se clava en el alma penetra hasta el último pliegue; la segunda hace brotar un torrente de sangre; la tercera cicatriza las dos heridas.
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El crítico se parece a una ciruela pasa; por fuera lustroso, por dentro agrio.
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Cuando somos jóvenes ambicionamos la vejez; cuando viejos envidiamos la juventud. ¡Dichoso el que muere sin ser viejo ni joven!
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El hombre es un mundo; en el cielo de su vida su alma es el sol; los satélites sus amores; su muerte el vacío; la órbita donde gira: la eternidad.
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Cuando soñamos cosas tristes nos despertamos alegres y cuando las soñamos alegres nos despertamos tristes; el hombre no puede vivir sino de contrastes.
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El amor es la flor más hermosa del alma, pero no debe nacer, ni en el desierto del positivismo, ni en el vergel de lo ideal; en el primer caso muere abrasada; en el segundo se marchita por falta de aire; es flor que ha de cultivarse en el campo de la razón, bajo la sombra del entusiasmo, mecida por el aura de la castidad; solo así sus pétalos llegan a desplegar toda su belleza.
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Diógenes buscaba u n hombre y no le encontró, si hubiera podido hacerse dos habría hallado uno.
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La envidia, en el hombre, puede llevar al templo de la gloria por el camino de la ambición, pero en la mujer siempre conduce al sepulcro del corazón.
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Del pensamiento a la palabra hay un abismo, el poeta vuela sobre él; le pasa en una cuerda el filósofo, el crítico baja hasta su fondo y pocas veces logra llegar a la orilla opuesta.
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Perseguido el hombre por la conciencia de su poco valer, procura olvidarlo encerrando sus aspiraciones en la sociedad por él mismo formada, y, sin embargo, solo encuentra en esa sociedad una prueba palpable de la ínfima pequeñez humana.
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En el campo de la ignorancia solo crece la envidia.
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Los grandes hombres dejan en la historia del mundo sus pasiones; el Dante dejó a Beatriz; Mahoma a su gata.
La Mesa Revuelta, Madrid, 7-9-1875
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)