Me dijeron sin por qué,
que escribiese para ti,
por ser galante accedí,
mas luego que lo pensé,
juro que me arrepentí.
Que ni tú puedes hallar
dignos de ti mis cantares,
ni yo te puedo cantar,
que no se debe pulsar
la lira con los pesares.
Y, ¡por Cristo!, que sin ver
el puro azul de los cielos,
nadie llegase a creer,
ni pudiera florecer
la primavera entre hielos.
¿Qué ofrece tu vida, di?
¡El cáliz de la amargura
y algún placer baladí,
de esos que llaman aquí,
yo no sé por qué, ventura.
Después el triunfo en la historia
cual sólo a los genios cabe
de tu calvario a la gloria
subiste, cual sube el ave
hasta el sol desde la escoria.
¿Y yo te puedo seguir
a esa región infinita?
¿Puedo mis fuerzas medir
donde se empieza a vivir
en atmósfera bendita?
Inútil empeño el mío;
ni aun sintiendo mucho brío
conseguiría mi anhelo,
porque es muy grande el vacío
desde la tierra hasta el cielo.
Crúcelo cual torbellino
quien pueda, por el camino
del arte, seguir tu paso,
en tanto se hunde en ocaso
la estrella de mi destino.
Con los últimos fulgores
y entre sus campos mejores
te mando cuanto se encierra
de inspiración y de amores
en esta cárcel de tierra.
Y si llega la armonía
que hoy el Parnaso te envía
hasta ese cielo en que flotas,
¡Cervantes! entre sus notas
hay una del alma mía.
La Mañana, León, 18-5-1877
Nota. Poesía recitada en el teatro de Zaragoza el 23 de abril último (nota de la redacción del diario).
En relación con esta poesía se recomienda la lectura del siguiente comentario:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)