¡Deidades del Parnaso castellano,
sombras ilustres de pasada historia,
sacerdotes del arte, en cuya mano
se contempla el laurel de la victoria;
hijos del sentimiento y de la idea,
trovadores del mundo de la fama,
venid y honrad el nombre de Romea...!
¡Mirad la escena patria! En triste luto,
a intervalos lanzando algún destello,
rinde a las artes pálido tributo,
y, sin mirar lo bello,
orgullosa tal vez, tal vez sincera,
finge con ronca voz y falso acento
la expresión verdadera
con que modula el hombre el pensamiento.
Allí está: ¡de su voz el eco suave
tranquilo y reposado,
sarcástico o cruel, agudo o grave,
triste o apasionado,
jamás descompasado,
señala con fijeza
de su genio coloso la grandeza!
Miradle allí; con impasible calma,
o con desgarradora incertidumbre,
hace vibrar de sentimiento el alma,
domina a la asombrada muchedumbre,
y al descifrar, con expresión vehemente,
las pasiones que guarda el ser humano,
el divino fulgor brilla en su frente;
el arte soberano
a su lado aparece,
todo en su torno crece;
en templo nuestra escena transformada,
excelso trono a su talento ofrece,
¡y España al contemplarla se estremece!
¡Honradle, sí; cuidad de que su nombre
pueda gozar la vida de la Historia,
esa vida inmortal que es para el hombre
la página más grande de la gloria!
¡Grabad en duros moldes su memoria!
¡Levantadle un eterno monumento
en donde el mundo con asombro lea:
«A todo un pueblo conmovió su acento,
él fue la inspiración y el sentimiento,
este es el gran actor Julián Romea»!
Zaragoza
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)