En la agreste soledad
de los campos de Castilla
humildísima y sencilla,
lejos de toda ciudad,
bajo su nombre de Villa
se cobija mi morada,
sin más riqueza preciada
que el sol, las brisas, las flores,
los pájaros, los fulgores
de la bóveda estrellada.
Allí muy lejos del ruido
mundanal de los placeres;
de esos lentos padeceres
del combate sostenido;
como la alondra en su nido,
volviendo a la luz mis ojos,
sin hollar flores ni abrojos,
se va cumpliendo mi vida
poco a poco desprendida
de alegrías y de enojos.
Allí, del recuerdo amado
de mi padre rodeada,
me deja cada alborada
un poco más a su lado;
que en abismo ignorado
que nos ofrece la muerte,
siempre queda para el fuerte,
el dulcísimo consuelo
de imaginar que en el cielo
se puede unir nuestra suerte.
Allí, desde vuestros lares,
llegó una voz que decía:
« –Queremos tu poesía:
ven a cantar tus cantares.»
Dejé el nido sin pesares;
porque con sana razón,
¿quién dice que es aflicción
escuchar emocionado
que un pueblo nos ha llamado
para oír nuestra canción?
Recogí notas, y alcé
mi voz, contemplé los cielos,
y llevando mis anhelos
hasta el altar de la fe,
aquí mi canto dejé,
y con el alma en mi acento
quise dar al pensamiento
la más exacta expresión,
por causar con mi canción,
sino admiración, contento.
Mi afán fue corresponder
de la manera mejor,
al inmerecido honor
que me quisisteis hacer;
querer no es siempre poder,
y acaso llegue a faltar,
porque de cierto preveo
aun queda mucho que andar
desde mi pobre cantar
a vuestro noble deseo.
Valga mi fe, y al partir
para la agreste Castilla
en mi palabra sencilla
queda solo mi sentir:
que aun que es de vates mentir,
tal vez porque no soy vate
llevo siempre tal combate
por ir diciendo verdad
que, a veces, mi voluntad
con tanta verdad se abate.
No mentí; grave o ligera,
lleva la palabra mía
más verdad que poesía,
es tosca, pero es sincera:
siempre acude la primera
para mostrar gratitud,
y, aunque es precisar dé virtud,
jamás en mi inteligencia
hay transacción de conciencia,
hablo con exactitud.
Tal vez se tenga cual vano
por ser mujer, este anhelo
de soñar siempre en el cielo
del parnaso castellano:
que a las mujeres ¡es llano!
por las leyes, y en el uso
desde ha tiempo las impuso,
su amoroso compañero,
como deber, el primero
el de la rueca y el huso.
Y desde aqueste destino
tan humilde, hasta la altura
donde la gloria fulgura,
es difícil el camino:
será tal vez desatino,
o será tal vez quimera;
pero fuese lo que fuera,
tejer versos, o tejer
hilo o estopa a mi vez,
todo es hacer de hiladera.
Que si el torcido cordón
va las fibras enlazando,
y entre una y otra logrando
del trabajo la misión;
el que teje en la canción
los giros del pensamiento,
cumple también con su acento,
otra misión elocuente,
llevar a la humana frente
el fulgor del sentimiento.
Cuidar, con suave dulzura,
de la esperanza la flor:
hacer más bello el amor
y más honda la ternura;
levantar la criatura
hasta el divino ideal;
dejar algo de inmortal
en las sendas de la vida,
y cicatrizar la herida
de las pasiones del mal.
Tal es la misión sagrada
de ese tejido preciado,
que brota del alma hilado
por una conciencia honrada;
quédese pues disculpada,
si la tuve, mi osadía,
que si al fin la poesía
cumple tan nobles deberes
tejer pueden las mujeres
los hilos de la armonía.
Ya me oísteis; yo no sé
si lograría acertar
pero sé que mi cantar
para acertar modulé;
ecos que en el alma hallé
dejé volar desde aquí;
si buenamente cumplí
y me otorgaseis victoria,
la gratitud queda en mí,
para mi padre la gloria.
Notas
(1) Poesía leída por su autora en el recital poético (⇑) que tuvo lugar en el teatro Principal de Alicante el 17 de febrero de 1886.
(2) En relación con el recital, se recomienda la lectura de los siguientes comentarios:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)