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Ante la sencilla tumba de Rafael

 

A mi querida tía la Excma. señora doña Antonia Godínez de Benavides en prueba de cariño y consideración

 

 

¡Bruñida piedra inerte,

que separas la vida de la muerte;

con la tranquila inspiración del alma

te saludo al mirarte;

que para honrar tu calma

es el medio mejor de saludarte!

¿Qué guardas…? ¡Un sudario hecho jirones

y acaso un corazón petrificado

que en el tiempo pasado

sintió el calor de dulces ilusiones

y nada más!…¡Oh, Dios!, el pensamiento

se espanta en tu presencia;

¡qué fuera la existencia

Si en tan triste momento

No sintiera la luz de la conciencia!

Ella rasga las sombras que te envuelven

y en resplandor divino

nos señala el camino

que las almas comprenden

cuando acaba en el mundo su destino;

camino que le siguen los mortales

con muy distinta suerte,

que para ser iguales

no basta ni el abrazo de la muerte.

Tú, que eres una piedra tan sencilla

que un noble desdeñara

inclinarse ante ti con su rodilla

aunque en el templo santo te encontrara,

aprisionas más grande maravilla

que esas tumbas de mármol de Carrara,

que con su lujo inusitado y frío

dejan el pensamiento extraviado

y el corazón y el alma en el vacío.

¡La gloria de una vida en ti se encierra!

¡No hay pórfido en el mundo

que levante en la tierra

monumento más grande ni profundo!  

 

Roma, 30 de septiembre de 1875

 

 

 

(1) En el poemario presenta ligeras variaciones con respecto a la primera publicación en La Mesa Revuelta. Lleva por título «Ante el sepulcro de Rafael»; la dedicatoria es más escueta pues se limita a decir: «A la Excma. Sra. Doña A. G. de B.». 

 

 

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¿Quién fue Rosario de Acuña?.

 

 

 

 

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