A mi querida tía la Excma. señora doña Antonia Godínez de Benavides en prueba de cariño y consideración
¡Bruñida piedra inerte,
que separas la vida de la
muerte;
con la tranquila
inspiración del alma
te saludo al mirarte;
que para honrar tu calma
es el medio mejor de
saludarte!
¿Qué guardas
? ¡Un
sudario hecho jirones
y acaso un corazón
petrificado
que en el tiempo pasado
sintió el calor de dulces
ilusiones
y nada más!
¡Oh, Dios!,
el pensamiento
se espanta en tu presencia;
¡qué fuera la existencia
Si en tan triste momento
No sintiera la luz de la
conciencia!
Ella rasga las sombras que
te envuelven
y en resplandor divino
nos señala el camino
que las almas comprenden
cuando acaba en el mundo su
destino;
camino que le siguen los
mortales
con muy distinta suerte,
que para ser iguales
no basta ni el abrazo de la
muerte.
Tú, que eres una piedra tan sencilla
que un noble desdeñara
inclinarse ante ti con su
rodilla
aunque en el templo santo te
encontrara,
aprisionas más grande
maravilla
que esas tumbas de mármol
de Carrara,
que con su lujo inusitado y
frío
dejan el pensamiento
extraviado
y el corazón y el alma en
el vacío.
¡La gloria de una vida en
ti se encierra!
¡No hay pórfido en el
mundo
que levante en la tierra
monumento más grande ni
profundo!
Roma, 30 de septiembre de 1875
La Mesa Revuelta, Madrid, 15-10-1875
Gaceta Universal, Barcelona, 1-11-1875
Ecos del alma. Madrid: A. Gómez Fuentenebro, 1876, p. 141 (1)
(1) En el poemario presenta ligeras variaciones con respecto a la primera publicación en La Mesa Revuelta. Lleva por título «Ante el sepulcro de Rafael»; la dedicatoria es más escueta pues se limita a decir: «A la Excma. Sra. Doña A. G. de B.».