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[Ay, padre, que ya no viene]

 

   Ay, padre, que ya no viene

y era la luz de mi alma,

que toda se vuelve sombra,

como esa noche que avanza

y me dice con sus horas

que han muerto mis esperanzas.

«Aún no es tarde, ten paciencia,

¡hija, por Dios, que me matas!

¿Qué fuera de mi vejez

si las penas que te embargan

me dejan solo en el mundo,

de mis años con la carga?

Aún vendrá; calma tu anhelo».

«¡Siempre hay en tus labios calma,

cuando trémulos los míos

en la impaciencia se abrasan!»

 

   Así la joven decía

y así el viejo contestaba;

en tanto la llama roja,

saltando de rama en rama,

toda la leña encendía,

haciendo primero brasas

y más adelante chispas

y más adelante, nada,

¡humo negro que salía

a perderse entre las auras!

 

  ¡Cantos de amor; ilusiones

que desposan a las almas;

sueños de paz inocentes

de dulce tranquila infancia,

fuegos de la vida son

que nuestras venas abrasan!

¡Todos huyen, todos mueren,

todos se hielan, se marchan

a perderse, como el humo,

entre los años que pasan,

dejando solo cenizas

bajo una losa guardadas!

 

 

 

 

Para saber más acerca de nuestra protagonista

 

Rosario de Acuña. Comentarios (⇑)
Algunas notas acerca de la vida de esta ilustre librepensadora
 
 
 
 
Imagen de la portada del libro

 

Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)