En los densos crespones de la noche,
cual un festón de transparente gasa
en desprendido broche,
un destello de luz flotando pasa;
ráfaga purpurina le sucede,
que, en orla nacarada,
bordando el limpio azul del puro ambiente,
se esparce entre las sombras del Oriente,
y soltando en las brisas
sus pliegues de amaranto,
envuelve al mundo en sonrosado manto.
Fugitivas las nieblas,
a su impulso radiantes,
se amontonan veloces al ocaso,
dejando suspendidos a su paso,
cual chispas de diamantes,
mil astros, que, vertiendo en su camino
destellos vacilantes,
semejan a topacios que en el viento
tachonan el azul del firmamento.
Aparece más luz, cúbrese el cielo,
entre torrentes de oro,
con un tupido velo,
que, en Oriente prendido,
resbala entretejido,
formando pabellones y guirnaldas;
en divinos cambiantes
de blanco, azul y rosa
se extiende lentamente,
como una gigantesca mariposa
que llevando en sus alas
hilos mil de zafiros,
los fuera derramando con sus giros.
Empiezan a jugar en el espacio
nubecillas cual nieve,
que en tornasol de grana
bañándolas la luz, las cambia en leve
diamantino cristal, que en mil colores
reflejando su llama encantadora,
van diciendo do quier: «¡Viene la aurora!»
..
Cual arco de alabastro que se alzara
sobre esmaltado suelo;
cual búcaro de nácar que encerrara
filigranados tulipanes de oro;
cual un cendal sobre marfil tendido,
la aurora en el Oriente se levanta,
y el mundo estremecido,
al mirarla brillar, sonoro canta.
.
¡Descorreos crespones invisibles
que envolvéis a los astros en zafiro,
que ya la aurora con inmenso giro
por el Oriente de la tierra asoma
en purpurino carro de granate,
con su triple diadema de fulgores,
II
Los fúlgidos destellos de su llama
ya se vislumbran en lejano oriente;
ya se ven, a través de sus reflejos,
huir las sombras de los mundos viejos.
Miradla aparecer; sobre su frente
resplandece la mágica diadema
de la razón humana,
la exclusiva verdad con que la vida
se adorna para hacerse soberana.
Mirad sus atributos; desde el cielo
le baja un rayo de la luz divina,
y a los seres que pueblan este suelo
en suave resplandor los ilumina;
sobre su diestra mano
lleva posada nítida paloma,
pronta a cruzar la tierra,
con la rama de oliva
brindando paz en donde exista guerra;
en la siniestra empuña una oriflama,
en cuyos pliegues esculpió el destino,
con letras de oro que le dio la fama,
fraternidad y amor, trabajo y ciencia:
sólo así gozaréis de la existencia,
ancho manto de púrpura, flotante
sobre el carro triunfal que la conduce,
deja en pos de su paso roja estela,
que en resplandor brillante,
disipando las sombras del camino,
le anuncia al hombre que despierto vela
el fin sublime que le dio el destino.
¡Yo soy la libertad! ¡yo soy la aurora
de la vida del hombre! ¡paso! ¡paso!
¡Húndanse las tinieblas en ocaso
ante el fulgor del sol que me ilumina!
¡Yo soy de Dios la sola precursora;
Él me hizo reina de la raza humana;
en pos de mí la eternidad camina;
donde brilla mi luz, nunca hay mañana.
..
¡Disipaos, tinieblas vaporosas,
por la torpe ignorancia reunidas!
¡Huid ante los rayos de ese fuego
que aparece irradiando en el espacio;
el sol que anuncia brillará muy luego,
y pronto quedaréis desvanecidas
tinieblas maldecidas,
sólo entre el negro mal esplendorosas,
y para el mal tan solo provechosas!
¡Necias supersticiones
de espíritu pequeño, empobrecido;
fantásticas quimeras
de la infancia del mundo,
que en ensueño profundo
vivió por los temores confundidos,
¡Paso a la libertad! Con ella viene
el reinado del alma, engrandecida
por esa chispa de divino origen
que anima la conciencia de la vida
¡Sombras de tantos falsos ideales,
que oscurecéis a la razón humana,
pintándola horizontes imposibles
sobre abismos de males,
donde se deja el alma su energía,
¡Paso a la libertad! ¡La luz del día
llenará los abismos,
y se verán los hombres tan iguales,
que no han de hallar el mal sino en sí mismos!
¡Alzaos para siempre de la tierra,
sombras terribles, que envolvéis la vida!
La libertad se anuncia; todo dice
que pronto, ante su luz deslumbradora,
nuestra razón será manumitida;
la lucha de los siglos la predice;
sus mártires la aclaman desde el cielo;
el Dios del Universo la bendice,
ansía tenerla nuestro humano suelo;
y en los últimos términos del mundo,
como espléndida aurora, se levanta,
diciéndole al mortal con sus fulgores:
«¡Yo te hago rey: al contemplarme, canta
el triunfo del amor de los amores.»
1880
Notas
(1) Hemos recibido con esta poesía la carta siguiente: «Señor director de La Ilustración Española y Americana. Mi muy querido amigo: Me responde Vd. cariñosamente porque hace algún tiempo que no le envío mis versos. Ya sabe Vd. la gratitud y el cariño que le guardo desde hace tantos años, y por lo mismo, hoy le recompenso con creces. Absuélvame Vd. por la adjunta sorpresa con que voy a engalanar las páginas de La Ilustración. Ha llegado felizmente a mis manos el último trabajo de Rosario Acuña de Laiglesia, gracias a la cariñosa amistad que me liga a su padre. Mientras la escena española aguarda con impaciencia otro nuevo fruto de la pluma de Rosario, de aquella que con una sola obra se colocó a la altura de nuestros más insignes dramáticos, la ilustre escritora, desde el templo de la madre de familia, escribe Las Dos Auroras, poesía de vuelos tan altos, que recuerda la lira del gran Quintana. Yo, aún a riesgo de ofender la exquisita modestia de la autora del Rienzi, y quizá abusando de la confianza con que me honra su señor padre, D. Felipe Acuña, envío a Vd. la composición para que la dé a conocer a sus afortunados lectores, y para que ella me absuelva a los ojos de Vd. de mi pereza criminal, pereza tan invencible y tan grande como el cariño que le profesa su apasionado amigo. Antonio Grilo» [Nota de la redacción de La Ilustración Española y Americana]
(2) En relación con la labor que realiza Felipe de Acuña para dar a conocer los trabajos de su hija (a la que hace mención el señor Antonio Grilo en la anterior nota), se recomienda la lectura del siguiente comentario:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)