De la hermosa cabellera
de una mujer elegante
desprendiese en un instante
una camelia gentil;
y al abandonar su lecho
de rubíes y zafiros
fue a caer rodando en giros
sobre el césped de un pénsil.
El viento se la llevó
hasta el pie de una amapola;
y al ver la camelia, sola
a la purpurina flor,
le dijo con ironía:
«¿Eres de estirpe sagrada,
o es que vives retirada
contemplando tu color?
¿Cómo te encuentro tan sola?
¿Por qué no lanzas tu vida
a que goce confundida
entre el fausto y el placer?
¿Por qué no vives conmigo
viendo marchar los instantes
entre perlas y brillantes,
en vez de sola crecer?
»Pero, ¡ay!, aunque no lo digas
no es soledad tu deseo,
que mucho te falta veo
para llegar hasta mí,
y si vives escondida,
aunque la color te sobre,
es que eres humilde y pobre
y nadie se fija en ti.»
«Te engañas», dijo la flor
meciéndose entre la brisa;
«Guardo la mejor sonrisa
que el mundo me puede dar.
El que siente la belleza
no me niega su mirada,
donde me ves ¿no soy nada
para el que sabe pintar?
»Si a verme llega el poeta,
con mi inocencia se inspira;
y hace vibrar en su lira
melancólica canción.
Estos dos seres me llevan,
sin ajarme con su aliento,
el uno en el pensamiento,
y el otro en el corazón.
»La mujer enamorada
que vive llorando sola,
mira en la humilde amapola
algo que le habla de fe:
me adora porque le digo
con mi escondida existencia,
que espere en la Providencia
porque ella todo lo ve.
»El sabio también me busca,
y al mirarme se estremece:
que su inteligencia crece
ante el soplo creador,
y al observar extasiado
mi negra y tenue semilla
me contempla maravilla,
aunque soy humilde flor.
»Rinden culto a mi belleza
los sentimientos del alma,
y no la vida sin calma
de ese mundo baladí:
el arte, la poesía,
el puro amor y la ciencia
encuentran en mi existencia
lo que no encuentran en ti.
»Desiste del loco empeño
de que envidie tu valor:
yo no conozco el dolor
y tú le sueles guardar:
tú naces sacrificada,
vives en un solo día,
y es tu mayor alegría
cuando te van a tronchar.
»Aunque tú duermas envuelta
en gasas, plumas y encaje
y yo vivo entre el ramaje
de arruinado torreón,
si alguna vez te he mirado
no pude envidiare en nada,
que tú mueres deshojada
en solitario rincón»
Madrid, agosto 1875
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)