Tienes razón, si a fe, mi buen
amigo,
falta hubo en mi silencio
prolongado,
y no entiendas que aquesto yo lo
digo
por hallar la disculpa,
que nunca pudo hallarse habiendo
culpa.
Mas ya que la razón de tal
sistema
no puedo darte sin que en contra mía
se vuelva claro tema,
recurro, como siempre, a la armonía
para implorar perdón, pues es sabido
que si disculpa a culpa no se
halla,
a la culpa el perdón es
concedido;
mas perdón conceder sin
penitencia
paréceme atrevido,
que en este mundo, solo la
conciencia,
sin la memoria de su mal pasado,
es juez harto inseguro,
y nos puede lanzar en nuevo
apuro,
si no recuerda el hecho
castigado.
Tú eres bueno, lo sé: perdón
completo
me darás al leer mi primer
letra;
pero mi pensamiento (que es
discreto,
aunque a mucha distancia no penetra),
se impone cual deber (que no
castigo),
cumplir ruda sentencia,
contribución directa que tú
cobras
del fondo de mi escasa inteligencia.
No hay culpa sin motivo,
una verdad es ésta como un
templo
Pues bien, mi lira templo,
y aunque me sé muy bien que no
es mi lira
la que pagar debiera mis
desmanes,
como en ella yo tengo mis afanes,
y a ella sola le fío
lo que atesora el pensamiento
mío,
con ella he de contarte,
aunque le pese al arte,
que el castigo que impongo a su
armonía
es darte las razones
que pudiera tener la culpa mía;
y aunque ninguna de ellas fuese
cierta,
figúrate que son por un momento,
que abriendo las mentiras una
puerta,
en seguida se marcha el pensamiento.
Es el caso
paréntesis al
punto,
(lee esta carta despacio,
porque a veces yo vuelo tan de
prisa,
que me pierdo de vista en el
espacio).
Es el caso
(no es esto,
será lo otro)
figúrate que mi silencio fuera
un silencio forzado,
por motivo cualquiera
Como siga diciéndote sandeces,
aunque eres alto, de paciencia careces
Figúrate que yo tuviera un oso
(¡Jesús que atrocidad! ¿A que
te ríes?)
Suponte un oso hermoso,
un oso, en fin, bimano,
un oso de esos osos que se
nombran
(no sé por qué) del hombre
digno hermano.
Tú eres joven, galante,
cariñoso,
nunca ve con paciencia ningún
oso,
(entiende bien del oso que te
hablo,
no traduzcas a zurdas el vocablo);
nunca ve con paciencia, te
repito,
que la mujer querida
más que a su corazón, más que
a su vida,
versos, cartas o flores,
dedique a otro sujeto
que al ídolo gentil de
sus amores
¡Oh celos! ¡Oh pasión, que
hasta en los osos
sui generis
familia del humano
siembras, villana, tu fatal semilla!
¡Oh fiebre perniciosa,
muchísimo peor que la
amarilla!
Basta de exclamaciones.
Este oso mío, en celos abrasado,
un dominio funesto al alma
presta
y, cual se marcha el agua en una
cesta,
en estando a su lado
la voluntad de verte y
escribirte
marcharse siento aun a pesar del
alma
Y dirás tú muy serio,
aunque no sé si lo dirá en
calma,
¡y esta mujer arrebatar se deja
por una voluntad tan melenuda!
¿Y puede ser un oso su pareja
?
¡Oh sombras de la sombra de la
duda!
Y ¿por qué no ha de ser?
Reflexionemos:
¿Un oso que es? Un novio,
el primer escalón del
matrimonio;
si es rico es oso y medio,
soy mujer, no hay remedio,
no busquemos las vueltas al
demonio,
que a veces el más rico
una vida feliz nos proporciona
por la misma razón que es más
borrico
¡Perdón, se me escapó, no lo
quería!
¡Oh invariable poder del
consonante
que profanaste al fin la lira
mía
!
Ya lo ves demostrado
cómo un alma que vuela,
puede haberse bajado
a obedecer a un dómine de
escuela
«¡Todo interés!» dirás;
nunca te asombre
que aunque nadie lo diga
tan solo el interés domina al
hombre;
y ¿si es vicio en virtud
clasificada,
aunque yo mire el alma levantada,
nunca mancharse puede
ujetándola firme a tal delirio?
¡Puede muy bien el alma
desgarrarse
mirando el interés como un
martirio!
Esta razón que doy de mi
silencio
es muy fuerte razón, mas ya no
existe
desde el mismo momento que en tu mano
está mi carta vista,
que si antes de escribirla
estaba el oso
de que yo te escribiera tan
celoso,
hoy, que la mira escrita,
debe encontrarse de furor
rabioso.
Y tú dirás que si antes no lo
he hecho
por solo el miedo de romper mi
dicha,
o debe andar el oso muy derecho,
o debo yo temer verme salchicha.
No es esto, no. Agustín, no
estés pensando;
es que el oso se encuentra
pelechando,
época en que me deja
libar de flor en flor como la
abeja;
¡pero en verdad yo tiemblo que
esto llegue,
pues siempre de su vida pesaroso,
cuando vuelva de nuevo revestido,
de seguro le encuentro que es
más
oso.
Y ¡es tan triste mirar un ser
amado
en oso de los osos transformado
!
Amado, dije, ¡oh cielos!
¡A cuánto el interés
por dicha alcanza
que al fijarse del alma en los repliegues
inclina hacia lo bello la balanza!
Del pasado silencio razón clara
te di con leve pluma.
(No te digo que fue verdad
preclara,
porque sabes que en esto de
razones
la verdad suele andar a
pescozones).
Del silencio presente ¿qué te
digo
?
(El presente se entiende en
breves días
pues si bien esta carta
no es prueba de saber
filosofías,
no es justo que el presente
desde el momento de escribirte
cuente).
De este silencio escucha mis
razones:
¿soñaste alguna vez? Pienso
que muchas.
¿Te figuraste sueños,
realidades?
En medio de esas luchas
que forman las mentiras y
verdades,
unidas en conjunto
como larga cadena
do se confunde el gozo con la
pena,
¿fijaste el pensamiento
en cuadro delicado
por el pincel de lo ideal
pintado?
Me figuro que sí; si me
engañara
tal vez mi relación no
entenderías,
porque hablarle de sueño al que
no sueña
es lo mismo que hablar de
tonterías.
Yo tuve un sueño (¡oh Dios!,
yo tuve muchos).
Perdona exclamación tan
inoportuna.
¡El que nunca soñó
qué
gran fortuna!
Vi una imprenta, (dirasme;
«¡Vaya un cuento,
vaya un capricho ruin del
pensamiento!»)
Prosigo; vi una imprenta,
un centro de esos donde el
hombre gime,
piensa, rabia e inventa,
centro do se amontonan las
palabras,
cual rayos en fuertísima
tormenta.
Un libro en aquel centro se
formaba;
el libro se llamaba
El nombre no hace al caso;
mas te diré, de paso,
lo que en sus dobles hojas se
encerraba;
versos eran; ¡por Dios no te
horrorices!
¡Acuérdate que el siglo diez y
nueve
de las luces se llama,
y, escuchado a
las bellas artes son donde se
mira,
el sol que alumbra la razón
humana
!
Eran versos, sus nombres
(Te los diré despacio
para que al escucharlos no te
asombres),
formaban la cadena
donde un alma de lo bello
ansiosa
se levantaba al cielo por
sentirlo
al mirarlo en la tierra en cualquier
cosa;
versos del alma, faltos de
armonía,
de ambiciones, de rima, de
bellezas,
pero ricos de rica poesía,
llenos de
corazón, no de
cabeza
¿Adivinas su autor
? Claro,
eran míos
La imprenta, el libro, el nombre en él impreso
nombre que por un de se sujetaba,
y en varios apellidos se ligaba,
hubiéronme de trastornar el
seso;
y sin parar la mente en que
soñaba,
sobre aquel libro de papel
formado,
apenas un castillo se caía
ya estaba otro castillo
levantado,
que en esto de formarse
fortalezas
siempre anda el pensamiento extraviado
Libro, versos, papel
¡qué mal cimiento
eligió por su mal mi
pensamiento!
Pasaron días; el soñar
profundo
no alteró ni un momento
la marcha inalterable de este
mundo,
que aunque soñar es mal de
inteligencia,
y ésta dicen que Dios mandarla
puede,
no le place a
el evitar que nuestra esfera
ruede,
tan solo porque al hombre en su
camino
se le antoje formar un remolino
de locas ilusiones;
y el tiempo marcha siempre a su
destino
sin importarle un bledo
que el hombre ande a galope, o esté quedo.
(Tú dirás que yo gasto
las letras a montones;
pero esto y mucho más se
necesita
para que brillen claras las razones).
Tú a quien siempre he querido
y al que, de lejos ni de cerca,
nunca
supe dar al olvido
eras (perdóname si uso esta frase)
una de mis soñadas fortalezas;
puesto que el libro aquel que se
escribía
rico de amor y falto de bellezas,
cual un recuerdo de mi nueva
vida,
en oasis eterno convertida,
con un sencillo lema de mi mano
iba a darte calor en el invierno
y aura leve y sutil en el verano.
Es decir
(te lo diré más
breve,
que a tanta poesía
hasta se acaba la paciencia mía).
Ligado por formal dedicatoria
mi libro iba a probarte
que te guardaba siempre en mi
memoria.
Pero el tiempo pasaba:
la tierra entre los mundos del
espacio
silenciosa cruzaba;
y encastillada siempre en el
palacio
de mi vano ligero pensamiento,
en la esperanza loca me dormía
¡Mas el tiempo pasó!, ¡perdiose el sueño,
y llegué a despertar…! ¡Dichoso día!
Aquí probado está, si bien lo
miras,
cómo entre leve sombra de los
sueños
se pierde la intención de un
alma buena;
¡no es soñar una pena!
¡Para qué sirve el sueño de
la vida
si el alma en este sueño está
dormida!
¿Verdad que
(si tú
sueñas por supuesto)
los que incautos soñamos,
sentimos profundísima amargura
en el momento aquel que
despertamos
?
Mas ¡vaya una pregunta
!
Dispénsame, Agustín, se me
olvidaba
que dejar me llevaba
de la impresión funesta de mi
sueño;
y sin saber el qué te preguntaba.
Razón segunda explico con
largueza;
la tercera
(pues tengo
más de una),
pero antes ¿cómo tienes la
cabeza?
Yo pienso que la tienes atontada,
ya se ve, digo tanto,
y con tanto decir ¡no digo nada
!
Poco tiene de extraño,
que tardes más de un año,
en convencerte al fin de mis
razones,
¡son tan raras mis libres reflexiones!
Cumplí mi penitencia
que a molestarte más ya no me atrevo,
no porque falte asunto para
hablarte,
sino porque no debo
con penitencia tanto molestarte.
Irracionales, hombres, novios,
osos,
sueños, libros, bellezas,
armonía,
disculpas, pensamientos, poesía
Todo en la carta que en tus
manos dejo
se ve lucir como en bruñido
espejo
¿Serán mentiras todo lo que
cuento
?
Ya te dije al principio de esta
carta,
que le gusta mentir al
pensamiento
De todos modos guarda en tu
memoria
este conjunto raro y caprichoso;
de ella puede sacarse hasta con
gloria
un giro provechoso;
guárdala, que es verdad harto
sabida
que, lo que nunca vale cuando el
hombre
respira los perfumes de la vida,
adquiere fama, galardón y
nombre
así que el alma remontando el vuelo,
salva el umbral del anchuroso
cielo.
Ecos del alma. Madrid: A. Gómez Fuentenebro, 1876
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)