¡Huid lejos de mí, sombras del alma,
angustias de un dolor grande y profundo!
¡Huid lejos de mí, dejadme en calma,
no me turbe vuestro hálito infecundo!
¡No quiero del dolor lograr la palma,
dejad mi paso libre sobre el mundo,
quiero alcanzar del genio la victoria
penetrando en el templo de la gloria!
¡Huid lejos de mí, y alienta, vida;
alienta, corazón y entendimiento!
¡Basta ya de sufrir, lavad la herida
y alzaros para siempre del tormento!
¡Fantasma del dolor aborrecida,
ante la luz del pensamiento!
¡Paso a la inspiración, paso a la ciencia,
levántate, dormida inteligencia!
¡Gloria, solo por ti desde hoy la mente
modulará su acento y su armonía;
por llegar a tu trono solamente
ha de girar desde hoy mi fantasía:
¡Solo por ti mi corazón ardiente
sentirá alguna vez melancolía,
siendo la luz que alumbre mi camino
el resplandor de tu fulgor divino!
¡Gloria, mírame al pie de tus altares
tranquilo el corazón y alta la frente;
se acabaron por siempre mis pesares,
y el alma entusiasmada te presiente;
¡mírame modulando mis cantares
y borrando el pasado ante el presente,
sin otro porvenir, sin otra idea
que brillar en la luz que te rodea!
Si llegase hasta ti, si alzando el vuelo
el alma que en mi ser triste se agita
tocase en los umbrales de tu cielo,
me creyera por fin de Dios bendita,
que tu corona en el mundano suelo
ni la muerte, ni el tiempo la marchita;
suele ceñirla frente ensangrentada,
¡Pero siempre es corona inmaculada!
Madrid, 18 de octubre, 1874
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)