Flor de perfumando aroma
que vives en la región
do el sol espléndido asoma,
abre tu cáliz y toma
la flor de mi corazón.
Ella en forma de cantar
con dulce y triste armonía
osa a tus plantas llegar;
es pobre mi poesía
pero es cuanto puedo dar.
Fresca guirnalda de rosas
yo te quisiera tejer,
escojo las más hermosas,
y al írtelas a poner
todas me son enojosas.
Que su fragancia y belleza,
su color y su hermosura,
al par que su gentileza
no lucen con donosura
sobre tu rubia cabeza.
Marchitas y sin encanto
mueren al besar tu frente,
es el rocío su llanto
que resbala dulcemente
de tu cabello en el manto.
Sus gotas yo recogí,
en perlas las trasformé,
y siempre pensando en ti
una diadema formé
prendida con un rubí.
Su brillo me deslumbró
entusiasmada yo al verla
te la puse, y no quedó
en su engarce ni una perla
y hasta el rubí se quebró.
Pues no hay gala por preciosa
que sea digna de ti,
porque eres tú más hermosa
que las perlas, el rubí
y la perfumada rosa.
(1) Se trata, probablemente, de su prima carnal Rafaela de Acuña y Robles (hija de Antonio de Acuña y Solís y de María de los Dolores Robles y López), quien en la fecha en la cual fue escrito el poema contaba con cinco años de edad, pues había nacido en Baeza el 24 de diciembre de 1868.
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)