¿Quién ha inspirado mi mente
arrancado de mi alma
esos fugaces suspiros,
que prendidos en el aura
ni un eco solo perciben,
ni un solo recuerdo hallan,
y en el espacio se pierden
y en el olvido se acaban?
Tan solo Dios es posible
que diera respuesta clara.
Pobres y tristes suspiros
como las aves los lanzan
al ver sus nidos amados
deshechos por fiera racha,
suspiros que al encontrar
de la inspiración las alas
en cantares convertidos
salen volando del alma,
y en vuelo tenue y ligero,
que nunca rozar pensara
los umbrales de esa esfera
que mundo humano se llama,
en el espacio se pierden
y en el olvido se acaban:
¡Que son mis pobres cantares
tristes suspiros del alma!
Nunca osarán pretender
de los laureles la palma
que se armonía encontraron
sin que armonía buscaran,
no es bastante la que tienen
para esa conquista magna
que las Musas a sus hijos
en el Parnaso preparan.
Dulces o amargos serán,
pero nunca con sus galas
hablarán al pensamiento
del ingenio que batalla
por ver grabado su nombre
en el templo de la Fama
¡Que son mis pobres cantares
tristes suspiros del alma,
que en el espacio se pierden
y en el olvido se acaban!
Incluido en Ecos del alma . Madrid: A. Gómez Fuentenebro, 1876
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)