D.L.
DOLORES, raro a mi edad,
(pues que estoy en primavera)
es que hable de eternidad,
que en esa etapa primera
nunca se ve la verdad.
Y es más raro que, sin canas,
me atreva a darte consejos,
porque las leyes humanas,
que no se tienen por vanas,
los oyen solo de viejos.
Y acaso, (será aprensión)
es que no saben medir
la vida de un corazón
que viene al mundo a sufrir
y a iluminar la razón.
Si quisieran la medida
de ese corazón tomar,
se viera la ley fallida,
que en aprendiendo a llorar
se aprende todo en la vida.
Tal vez por trivial recelo
no halles verdad en mi canto;
¡ya se ve, me río tanto !
cuando llores mira al cielo
y será risa tu llanto.
Que elevando la mirada
en ese azul, al más fuerte
se le ve materia helada
que está esperando la muerte
para vivir transformada.
Conjunto de vanidades,
asilo de sensaciones,
nacidas realidades
entre las locas pasiones
de las frágiles edades.
Polvo por el vicio unido
y entre las luchas criado
que del mal y el bien mecido
ni sabe porqué ha nacido
ni sabe porqué ha finado.
Arista que informe y leve
titánico orgullo encierra,
y el mundo a cruzar se atreve
sin ver que, apenas se mueve,
se confunde con la tierra.
Molécula de dolor,
que a través de cien arcanos,
guarda su género mejor
para extender en redor
una legión de gusanos.
Tal se ve la humana vida
en la eternidad del cielo
¡Dime si hay mejor consuelo
al sentir el alma herido
por las espinas del suelo!
Con llanto logré pensar
y ya no siento llorar,
porque he aprendido a reír;
aun me falta consolar
al que comienza a sufrir.
Dos hijos tienes, DOLORES,
tal vez maternal cariño
sus almas duerma en errores,
porque la verdad al niño
nunca se la dan amores.
¡Acaso, acaso yo sé
desde niña la verdad !
Por eso de eternidad
voy a hablarte, y por mi fe,
no hagas caso de mi edad.
..
En el conjunto que forma
la vida, cual la he pintado,
hay un germen encerrado,
que al ser humano trasforma
en ángel o en condenado.
Ni lo vi, ni verlo quiero;
alma, instintos o razón
influye en el mundo entero,
es el destello primero
que alumbra la creación
Pero es fuerza darle nombre
y de todos comprendiendo
se lo doy no te asombre,
ese germen escondido
es la conciencia del hombre.
Si empieza a juzgar los hechos
en el mundo de lo real,
se pierde el hombre en el mal,
que es conciencia sin derechos
la que no ve lo inmortal.
Pero si en grave sentencia
prejuzga la vida humana
mirando la Omnipotencia
el hombre, por su conciencia,
se hace digno del mañana.
Tiende a tus hijos la mano,
enséñalos a juzgar
cuanto hay en el mundo vano,
como un misterioso arcano
que no se puede aclarar.
En ese infantil destello,
que ya comienza a bullir
entre su hermoso cabello,
luzca el ansia de vivir
en el mundo de lo bello.
Si te preguntan ¿por qué?
ante el mal, con ojos fijos,
con imperturbable fe
les dices: «Ese mal fue
porque améis al cielo, hijos»
Y así verá su conciencia
siempre desde alta región
nuestra frágil existencia,
y podrá su corazón
entrar de lleno en la ciencia.
Y no tiembles al dejarlos
sin otro apoyo en la tierra,
si al fin logras elevarlos,
todo cuanto el mundo encierra
es poco para comprarlos.
El vulgo, que siempre fue
cuadrilla de roedores,
les dirá locos, ¡lo sé!...
¿Más quién hay que preste fe
a los seres inferiores?
Que aprendan a recibir
de ellos mismos el placer,
y lleguen a conocer
que es imposible vivir
con ajeno parecer.
Que en ruda tormenta vean
la vida, luchando inerte
en el débil contra el fuerte;
que amen, esperen y crean,
y no tiemblen a la muerte.
Y así el alma vivirá,
ansiando la luz del día,
entre sombras luchará,
pero al fin con alegría
inmensa la encontrará.
.
Si a tanto les ves llegar
y el eco de este cantar
entre la brisa retumba
tal vez quisieras besar
(si es que la tengo) mi tumba.
Madrid, 1876
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)