A la señora doña C. S. de T.
Érase una tarde hermosa:
nubes de grana y topacio
con tornasoles de rosa
surcaban el limpio espacio
en guirnalda caprichosa.
Resbalando dulcemente
en el azul de zafiro,
orlaban del sol la frente,
jugando en revuelto giro
con las gasas del ambiente.
Brisas, perfumes y flores,
la delicada armonía
de inocentes ruiseñores,
todo pintaba alegría
con purísimos colores.
Contemplaba su hermosura
gozando de dulce encanto,
cuando vi una nube oscura
que iba extendiendo su manto
sobre la verde llanura.
Prendidos en occidente
sus doblados pabellones
orlaban del sol la frente,
ocultando en mil festones
su cabellera esplendente.
Calló la brisa, las flores
su perfume recogieron,
y los dulces ruiseñores
al mirarla enmudecieron,
olvidando sus amores.
En calma y sin armonía
envuelto quedó el vergel;
todo en silencio yacía
bajo el oscuro dosel
de aquella nube sombría.
Como arroyo que murmura
deslizándose
entre
arenas,
como avecilla insegura
del nido salida apenas
te vi cruzar la espesura.
Llegaste hasta mí hablando
de otros años que, mejores,
el tiempo se fue llevando,
dejé de mirar las flores
para vivir recordando.
Recuerdos del alma mía,
de la infancia nuestra son
leves sombras de alegría
que impregnan el corazón
de grata melancolía.
Sin mirar el porvenir
que fuera mirada vana
siendo tan fácil morir,
quise olvidar el mañana
para dejar de sentir.
De nuestro recuerdo en pos
vimos los dulces amores
que sentíamos las dos
por las aves y las flores
¡Hijas benditas de Dios!
Vimos la luz de la vida
brillar en serena calma,
en el corazón prendida,
llenando de paz el alma
que estaba entonces dormida.
Vimos en sombras volar
nacaradas ilusiones,
con cien colores bañar
nuestros pobres corazones,
que empezaban a soñar.
Vimos nuestra mente incierta
lanzarse al mundo ideal,
del corazón por la puerta
con el candor celestial
de un alma que se despierta.
Momentos que ya han pasado
¡Ay que para siempre
huyeron!
Breves horas que han dejado
un resto de lo que fueron
en el corazón grabado.
No sé si por olvidar
algunas flores cogí,
pero al írtelas a dar
con grande asombro creí
que iban las flores a hablar.
Que las hojas revoltosas
en su tallo se movían,
y no hay duda, aquellas
rosas
entre mis manos decían
muchas cosas, muchas cosas.
Entre una de ellas oí
lo que nunca olvidaré,
díjome la rosa así:
«¿Por qué lloras lo que
fue?»
«¿Está tu misión aquí»
El alma se levantó
del sueño yerto en que
estaba,
y en aquella flor miró
un destello que pasaba
de la luz que la formó.
CONCHA,
si mi pobre acento
resuena en tu hogar un día,
recuerda mi sentimiento
y aquella flor que decía
«¡ Mira siempre al firmamento!»