Yo la sentí pasar cual lava hirviente;
del corazón en el profundo seno
hizo brotar un manantial ardiente,
se derramó en el alma su veneno
y una arruga precoz marcó mi frente.
Ella, rompiendo los amantes lazos
en que ilusión me tuvo adormecida,
arrojome del dolor en brazos;
sin aliento caí, quedé sin vida
y roto el corazón en mil pedazos.
¡Lágrima abrasadora que has brotado
en los umbrales de mi edad primera!
tu amargo manantial no fue secado,
y presiento que en mi edad postrera
aún tu ardiente raudal no esté agotado.
Tu enturbiarás mis apagados ojos
cuando el alma, rompiendo sus cadenas,
deje este mundo de aridez y abrojos,
lago revuelto de dolor y penas
que causa al corazón fieros enojos.
Y entonces, cual postrera despedida
a un mundo que jamás he comprendido,
en tu esencia volará mi vida,
y en la mansión eterna del olvido
para siempre quedará dormida.