(Primera parte)
¡Titánicas montañas de
granito,
que alzáis vuestros festones
entre la gasa azul de lo
infinito!
El estro mío con osado acento
saluda vuestras regias soledades
vibrando en alas del sonoro
viento;
y si el eco rodando en los
abismos
sus múltiples acordes repitiera,
sabed que el fin que su canción
espera
no es laurel de gloria,
sino que arrebatada entre la
brisa,
no se borre jamás de vuestra
historia.
Aunque muera mi nombre en el
olvido,
¡no perezca mi canto,
y en las agrestes rocas
esculpido,
genio de vuestros valles y
cascadas,
lo escuchen de otra edad las
alboradas!
¡Qué más ambicionar! ¡Qué más deseo!
¡Cuántos os vieran como yo os
veo!
Y al marchar para siempre, ¿que
han dejado?
¡Ni un recuerdo fugaz de que
han pasado!
Y ¡cuántos, ay, que de la
humana vida
en los primeros fúlgidos
albores
inclinaron su frente dolorida
ante el soplo cruel de los
dolores!
Seres que al contemplar vuestra
grandeza,
vuestros serenos y profundos
lagos,
la espumosa e indómita fiereza
que hierve en vuestros rápidos
torrentes,
y el delicado arrullo
de vuestras claras y sonoras
fuentes,
exhalando del alma hondo suspiro,
levantaron al cielo la mirada
presintiendo su próxima morada.
¡Pasad, sombras augustas de
esos seres!
Vuestro recuerdo aun vive
en medio de estas vastas
soledades;
mi libre pensamiento lo percibe!
¡Pasad, hermosas flores,
que, apenas entreabierto vuestro
cáliz,
al purísimo sol de los amores,
el cierzo marchitó vuestra
hermosura,
y el corazón transido
por el frío mortal de la
amargura,
rompiese en mil pedazos,
y del cuerpo y del alma
con rudo golpe quebrantó los
lazos!
¡Vuestra memoria siempre
respetada,
aunque muy pocas veces
comprendida,
ha quedado grabada
donde pensabais prolongar la
vida;
la he querido leer, ya no la
olvido,
y una nota a sus páginas
levanto
de las notas que vibra en mi
canto!...
¡Y vosotras, montañas de
granito,
que alzáis vuestros festones
en la eterna región de lo
infinito!
¡Vosotras, que adornáis
vuestras laderas
con perennes y hermosas
siemprevivas,
guardad en vuestras fértiles
praderas
la historia de esos seres
desgraciados,
que entre lentos martirios
a otro mundo mejor fueron
llevados!
¡Tal vez desde el imperio de la
gloria
sonreirán placenteros
si guardáis un recuerdo a su
memoria!...
Cuando los crudos cierzos
amontonen la nieve en vuestra
cumbre,
cuando densos crespones
oscurezcan del sol la ardiente
lumbre,
cuando el invierno descarnado y
frío
envuelva en hielos el lujoso
estío,
una nota volando de mi lira
bese tal vez vuestra nevada
falda,
un recuerdo la inspira;
tornadla en eco triste y
melodioso,
y cuando el alma mía
ascienda a ese cenit
esplendoroso,
mansión de eterna luz y de
armonía,
soltando entre la brisa su
sonido,
¡haced que no se pierda en el
olvido!
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)