Dedicada a la Sra. doña T. G. del B.
El sol declina en su celeste
esfera,
noche tranquila por Oriente
asoma,
todo es silencio y soledad
austera,
solo percibo tu fragante aroma.
Rosa escondida entre el ciprés
marchito
que inclinas tu corola hacia esa
tumba,
que oyes del ave el macilento
grito
cuando de noche en el espacio zumba.
¿Quién te arrancó de tu
vergel querido
y en esta soledad dejó tu
planta?
¡Aquí, do el sentimiento
adormecido
al soplo de la muerte se levanta!
¿Cómo vives aquí, flor
olvidada,
que has sido del jardín la
reina hermosa?
¡Aquí do solo fijas la mirada
de pintada y ligera mariposa!
Ella sola tus hojas examina,
sin temor y con liviana ciencia:
¡La veloz mariposa no imagina,
solo viene a libar tu pura esencia!
Ella marcha, se aleja presurosa
pues que ya consiguió su dulce
anhelo,
y tú quedas guardando aquesta fosa
de un ser que abandonó este suelo.
¡Cómo no mueres de dolor y
penas
n tan triste mansión, rosa
fragante!
¡Tú que de aromas los espacios
llenas
siendo de amor el símbolo constante!
Pero no, que tal vez tan bella
rosa
un casto beso de cariño
encierra,
ofrenda dedicada al que reposa
por los seres que dejó en la tierra.
Si así fuese, no envidies a
esas flores
que su vana misión con gala
ostentan,
mejor que su belleza y sus
colores
son los presentes que tus hojas cuentan.
¡Pliega tu cáliz; que la brisa
leve
no arrebate un tesoro tan
preciado,
si tu tallo caprichoso mueve
tenlo siempre en tu pétalo guardado!
Y si mañana con el cierzo crudo
ves marchitos tu aroma y
hermosura,
cual si fuese holocausto tierno
y mudo,
deja tu ofrenda en esta sepultura.
Que si mueres por invierno
helada,
tu esencia en el rosal queda
escondida,
y con la primavera enamorada
vuelve a brotar tu perfumada vida.
¡Y vuelves a extender tu leve sombra
sobre esta piedra impenetrable y fría,
misterio que al hombre no le
asombra
y que tanto impresiona el alma mía!
¡Mientras solo cenizas han
quedado
del ser que humano se llamaba un
día,
frágil adorno del galano prado
tu perfume le mandas todavía!
¡Pues marcha el hombre, pero
nunca vuelve,
que es más frágil que rosa su
existencia!
¡La muerte al cuerpo en su
sudario envuelve,
y el alma vuela a Dios por ser su esencia!
Rosa escondida entre el ciprés
marchito,
que inclinas tu corola hacia esa
tumba,
que oyes del ave el macilento
grito
cuando de noche en el espacio zumba.
Yo te canto sin gala ni armonía,
mas todo cuanto digo es lo que
siento;
¡El alma en su tristeza me lo
envía
haciéndolo brotar del pensamiento!
Madrid, enero, 1874