Era un entierro lujoso,
pareme a verle pasar;
«¿A quién llevan a enterrar?»,
pregunté luego a un curioso,
y dijo sin vacilar:
«A un hombre leal y honrado
que genio en la tierra fue;
todo Madrid le ha llorado,
de hoy más su nombre se ve
en el Parnaso grabado.»
¿Fue acaso poeta? –«No;
la musa que le inspiraba
de la armonía nació,
y tanto y tan bien cantó
que a su garganta fiaba
como hombre su porvenir,
como humano ser su gloria,
como artista su vivir,
como genio, esa memoria
que deja el genio al morir.»
¿Murió joven? –«De la vida
aun le faltaba carrera.»
¿De qué murió? –«Dolorida
acaso el alma tuviera,
y cuando el alma está herida,
poco a poco el cuerpo humano
va inclinándose a la muerte,
porque es tan débil y vano,
que cualquier dolor insano
en polvo ruin le convierte.»
Calleme sin preguntar
qué nombre el muerto tenía;
seguí sus restos, sabía
dónde le iban a enterrar;
y así que le vi pasar,
y en aquella tumba vi
de la noche entre las alas,
letras que dicen: «Aquí
yace don Francisco Salas»
Lució el resplandor del día
y en la mansión del dolor,
sobre aquella tumba fría
se mira una humilde flor.
¡SALAS, esa flor es mía!
Madrid, junio 1875
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)