¿Quién eres tú que en el
sepulcro yaces?
¿Cuál fue tu nombre entre la
humana grey?
¡Ser que a la muerte condenado
naces
por triste, sabia e inflexible ley!
¿Cómo cumpliste la misión que
al cielo
le plugo darte al inspirar tu
alma?
¿Cuál fue tu vida en el
mundano suelo?
¿Lograste o no, la inmarcesible palma?
Tal vez en torbellino de
placeres
hundiose tu existencia
inadvertida;
¿quién ayer te dijera lo que
hoy eres?
¡Quién intentara corregir tu vida!
Pasaste como ciego despeñado,
en torpe liviandad adormecido,
el oro fue tu dios, asaz
menguado,
a la cruel venganza fuiste unido
¡Quién te dijera entonces:
«Mira, advierte,
que pesa sobre ti fatal
sentencia,
que después de la vida está la
muerte,
y en la muerte, tu Dios y tu conciencia!
»¡Ay! de ella no te cuidas,
pero en tanto
de tus horribles faltas lleva
cuenta,
y un día con horror y gran
espanto,
a tu asombrada vista la presenta.
»Ella te muestra inexorable y
fría
de tu vida la imagen pavorosa,
la muerte mensajera te la envía;
¡después de tu conciencia está la fosa!»
¡Quién te dijera con osado
acento
esta verdad que por terrible
espanta!
¡Verdad que arrebatando el
pensamiento
a la región del cielo lo
levanta!
¡Pero a dónde mi mente me ha
llevado!
¡En esta tumba que olvidada
miro,
reposará tal vez un desgraciado
que a Dios mandó su postrimer suspiro!
¡Ser de aquellos que el mundo
no comprende,
ser que esperó en el cielo su
ventura;
que en la fe sacrosanta que le
enciende
sonriente miró su sepultura!
¡Ser que siguió de la virtud
la senda,
que entre martirios caminó
sereno,
que sus lágrimas dio cual pura
ofrenda
guardando el alma su mortal veneno!
Que entre su noche de pesar
profundo
honda tristeza contemplaba en
pos;
¡hoy su memoria se borró del
mundo,
solo la guarda la bondad de Dios!
¡Tumba sin nombre, solitaria y
triste
que el polvo guardas del humano
ser!
¡Quién a tu impulso pensador
resiste!
¡Quién te contempla sin volverte a ver!
¡Como mirarte sin decir al alma:
«Despréndete de tus humanos
lazos,
en otro mundo encontrarás la
calma
si aquí de la virtud vives en brazos»!
Tú fiel le dices que placer,
riqueza,
duelo, miseria, desamparo y
nombre,
de la vida en el umbral empieza,
y todo acaba cuando muere el
hombre.
Madrid, enero,
1874