Yo la vi, consolando mis dolores
en sueños de oro, deleitar la mente
en el bello jardín de mis amores;
dulce, risueña, cariñosa, ardiente,
la vi cuidando sus marchitas flores.
Pura como la luz de las auroras
que el cielo manda en ardoroso estío,
fue extendiendo sus alas protectoras,
y consiguió crear en torno mío
dulces, tranquilas y dichosas horas.
Claro destello del fulgor divino,
brilló en la noche que oscurece el alma;
mostrando un horizonte a su destino,
hizo latir el corazón con calma
y a mi planta insegura abrió camino.
Como la brisa leve y vaporosa
que limpia el cielo de celaje impuro,
de mi existencia triste y dolorosa
fue destruyendo su pasado oscuro,
envuelto entre la bruma tenebrosa.
Última flor que el alma atesoraba,
nacida de pesar en los abrojos,
su grato aroma mi dolor calmaba,
y al contemplarla mis nublados ojos,
de nuevo aliento a mi existir prestaba.
¡Ah, pobre corazón! Tú no sabías
que si la hallabas insensible, yerta,
al perderla por siempre, te perdías,
y te recuerdo que tu muerte es cierta
en el adiós postrero que la envías.
Mírala ya morir; su luz lejana
entre las nubes pálida vacila;
su hermoso resplandor fue sombra vana;
tu estrella en el Oriente triste brilla,
y cual ella, tal vez, mueras mañana.
Tu otoño llegó al fin, triste y sombrío,
sin un matiz de amor, sin un recuerdo
que del futuro invierno temple el frío.
¡Ya para siempre con dolor la pierdo;
sombras quedan no más en torno mío!
Madrid, 187
Ecos del alma . Madrid: A. Gómez Fuentenebro, 1876, p,59.
Dolores Romero López [et alt.] (eds.): Seis siglos de poesía española escrita por mujeres. Pautas poéticas y revisiones críticas. Berna: Peter Lang, 2007, p. 273.
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)